Tuvalu, el paraíso del que todos quieren huir

Aguas cristalinas, playas de arena blanca y palmeras mecidas por la brisa.

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 Los habitantes del archipiélago solicitan la primera visa climática del mundo para emigrar a Australia  

Aguas cristalinas, playas de arena blanca y palmeras mecidas por la brisa.

Tuvalu es la viva imagen del paraíso. Pero muchos de sus habitantes se preparan para hacer las maletas. En este archipiélago situado en medio del Pacífico, entre Hawái y Australia, no hay futuro.

Las nueve islas coralinas que conforman el país son víctimas del cambio climático. Según las previsiones más recientes, elaboradas por los científicos de la NASA, hacia el 2050, gran parte del territorio quedará por debajo del nivel de la marea alta, que crece año tras año debido a los efectos del calentamiento global. De acuerdo con estos pronósticos, la mitad de la capital, Funafuti, acabará sumergida bajo el agua, que también amenaza con invadir infraestructuras críticas como el aeropuerto –el cual solo recibe un vuelo a la semana; Tuvalu no es un destino turístico hipermasificado pese a sus paisajes de postal–. El escenario todavía será más catastrófico a finales de siglo, cuando se prevé que el 95% del país sufra inundaciones recurrentes. De hecho, ya hay dos islas que son prácticamente inhabitables.

Las mareas crecientes no son el único fenómeno preocupante al que se enfrentan los residentes de Tuvalu. La alteración de las condiciones climáticas también se traduce en la infiltración de agua salada en el subsuelo –lo que arruina los cultivos–, olas de calor cada vez más intensas y el aumento de los ciclones. Un horizonte desolador para los cerca de 10.000 residentes de un archipiélago que recibió a sus primeros pobladores hace unos tres mil años –probablemente, polinesios procedentes de Samoa y Tonga–.

Ante ese panorama, el Gobierno de Tuvalu suscribió en el 2023 un acuerdo con Australia para facilitar la migración de los isleños. La idea es ofrecer “una vía para la movilidad con dignidad a medida que empeoran los impactos climáticos”, permitiendo que los tuvaluanos puedan vivir, trabajar y estudiar de forma indefinida en Australia, con los mismos derechos de los que gozan los ciudadanos de ese país. Un compromiso enmarcado en un pacto más amplio –el llamado tratado de Falepili– que también obliga al Estado australiano a socorrer a Tuvalu en caso de desastres naturales, pandemias o agresión militar.

Tratado de Falepili

Tuvalu suscribió en el 2023 un acuerdo con Australia que contempla la migración de los isleños y ayuda en defensa

El pasado 16 de junio, se abrió el plazo de la tanda inicial de inscripciones para optar a los visados climáticos –los primeros del mundo, según los promotores de la iniciativa–. La demanda fue desbordante: en dos semanas, ya se habían registrado 1.124 solicitudes, las cuales representan a 4.052 personas. Más de un tercio de los habitantes del archipiélago. Una cifra que convierte en ridícula la oferta de visados: 280 por año. Esa parquedad tiene una justificación: las autoridades de Tuvalu quieren evitar una repentina “fuga de cerebros” que debilite todavía más al país. Los primeros visados se concederán por sorteo una vez finalice el plazo de inscripción, el próximo 18 de julio.

Para el representante de Tuvalu en la ONU, Tapugao Falefou, la altísima demanda de solicitudes ha supuesto un shock : “Me ha sorprendido la enorme cantidad de personas que compiten por esta oportunidad”, declaró esta semana a la agencia de noticias Reuters. “Todo el mundo siente curiosidad por ver quiénes serán los primeros migrantes climáticos”, agregó el diplomático, quien también destacó que el traslado de tuvaluanos a Australia puede suponer una inyección económica para el archipiélago en forma de remesas.

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Vista área de la isla de Funafuti, la capital de Tuvalu
Kirsty Needham / Reuters

Mudanza al metaverso

Un clon digital contra el olvido

Ante lo inevitable de su desaparición física, en el 2022 el Gobierno de Tuvalu anunció un plan para clonar el país en el mundo virtual. Así, todo lo relacionado con el archipiélago –territorio, cultura, instituciones– contará con una copia digital en la nube. Incluso está prevista la creación de un pasaporte digital mediante tecnología blockchain para que los ciudadanos en el exterior puedan participar en elecciones y registrar nacimientos, defunciones o matrimonios. Australia ya se ha comprometido a reconocer esta “soberanía digital” que busca asegurar la continuidad de la identidad tuvaluana.

¿Y qué gana Australia en esta operación? Lo que parece un mero ejercicio altruista en realidad oculta intereses geopolíticos. En virtud de su tratado bilateral, el Estado australiano podrá acceder al territorio de Tuvalu, y también tendrá poder de veto sobre acuerdos de seguridad en los que esté implicado el archipiélago. 

Estas condiciones resultan muy interesantes para Australia en un momento en el que China está intentando extender su influencia en el Pacífico Sur. El régimen de Pekín está ofreciendo jugosas inversiones a los gobiernos de la región a cambio de que no reconozcan la independencia de Taiwán. Y, precisamente, Tuvalu es uno de los pocos estados del mundo que mantienen relaciones diplomáticas con la isla asiática. Ese pedazo de tierra que China amenaza con engullir algún día, con la misma voracidad que la de las mareas que están expulsando a los tuvaluanos de su paraíso de aguas cristalinas, playas de arena blanca y palmeras mecidas por la brisa.

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