En el momento en el que se hizo oficial que el mapa político de Estados Unidos quedaba pintado casi enterito de rojo trumpista empezó a escucharse el estribillo de que Europa, ahora sí, ha de ponerse las pilas. Una manera de reformular el ya clásico “ver las crisis como oportunidades” que tanta fortuna ha hecho en el mundo del coaching y la autoayuda. Seguro que han oído alguna vez que en chino la palabra crisis no existe y que es sólo un sinónimo de oportunidad. Pero sepan que no es cierto, y así lo aclaran una y otra vez los filólogos de la potencia asiática. Nadie les hace caso, claro. Una mentira bonita siempre vende más que una verdad amarga.
En el momento en el que se hizo oficial que el mapa político de Estados Unidos quedaba pintado casi enterito de rojo trumpista empezó a escucharse el estribillo de que Europa, ahora sí, ha de ponerse las pilas. Una manera de reformular el ya clásico “ver las crisis como oportunidades” que tanta fortuna ha hecho en el mundo del coaching y la autoayuda. Seguro que han oído alguna vez que en chino la palabra crisis no existe y que es sólo un sinónimo de oportunidad. Pero sepan que no es cierto, y así lo aclaran una y otra vez los filólogos de la potencia asiática. Nadie les hace caso, claro. Una mentira bonita siempre vende más que una verdad amarga.Seguir leyendo…
En el momento en el que se hizo oficial que el mapa político de Estados Unidos quedaba pintado casi enterito de rojo trumpista empezó a escucharse el estribillo de que Europa, ahora sí, ha de ponerse las pilas. Una manera de reformular el ya clásico “ver las crisis como oportunidades” que tanta fortuna ha hecho en el mundo del coaching y la autoayuda. Seguro que han oído alguna vez que en chino la palabra crisis no existe y que es sólo un sinónimo de oportunidad. Pero sepan que no es cierto, y así lo aclaran una y otra vez los filólogos de la potencia asiática. Nadie les hace caso, claro. Una mentira bonita siempre vende más que una verdad amarga.
Las pilas que Europa ha de ponerse tienen un grave problema. Y es que el trumpismo, en sus diferentes variantes y graduaciones, también ha colonizado nuestro continente con múltiples mutaciones autóctonas. Bien, en realidad no es exactamente así. Porque ni Trump en Estados Unidos, ni ninguna de sus versiones en esta parte del Atlántico, son esencialmente causa, sino más bien consecuencia de un malestar generalizado y de un miedo muy extendido que se canaliza a través de este tipo de liderazgos políticos.
La ultraderecha tendrá también aquí dientes de sierra a la espera de su gran oportunidad
La nueva Comisión Europea no ha rectificado por gusto la agresividad de sus políticas ambientales. Tampoco ha cambiado la mirada sobre la inmigración o el punto de vista sobre la relación arancelaria con la industria del automóvil chino, entre otras cuestiones, por placer.
Ha cedido posiciones hacia planteamientos que en el fondo apuntan hacia la naturalización y normalización gradual también aquí de la agenda trumpista por culpa de los votos de los europeos. Y la sensación, avalada por los hechos, sigue siendo la misma: cada elección en Europa se ha convertido en un cara y cruz. Y lo cierto es que la cruz es cada vez más habitual, con o sin cordones sanitarios que ya no sirven absolutamente de nada.
Pero no es sólo eso. Cuando se dice que la victoria de Trump es una oportunidad, se olvida también que los intereses de este puzle llamado Europa no son coincidentes en cuestiones de lo más básico. La grandeza de nuestro club es la diversidad y la diferencia de sus integrantes, pero ese es también su talón de Aquiles.
Y el club de fans europeos de Trump que gobiernan o pueden gobernar está demasiado poblado como para fantasear con la idea de un continente sin fisuras erigido como alternativa. Trump no es un concepto y un modo de hacer norteamericano. Es también a estas alturas una idea de lo más europea.
Aterrizados en España, el trumpismo avala el abandono de Vox de los gobiernos que compartía con el PP. A la ultraderecha española se la finiquita en los análisis día sí, día también. Pero el partido de Abascal sólo sería marginal si el PP abrazase definitivamente el modo de hacer trumpista que tan bien representa Isabel Díaz Ayuso.
De no ser así, la ultraderecha española tendrá, como en todas partes, dientes de sierra en su crecimiento a la espera de su gran oportunidad. El trumpismo es una generosa vitamina llegada desde ultramar para empujar a la derecha hacia ese modo de hacer política.
Y un párrafo sobre Catalunya. Trump es alimento también para el recién nacido Aliança Catalana, formación que viene ganando terreno en la conversación fuera de los entornos metropolitanos y castellanoparlantes, en los que el voto ultraderechista queda en manos de Vox.
En las mal llamadas comarcas, el partido de Sílvia Orriols está montando comités locales sin bajarse prácticamente del autobús y para cuando lleguen las municipales puede convertirse en otro nítido exponente de éxito del trumpismo, en este caso con barretina y sabiendo contar perfectamente los pasos de la sardana.
Trump sólo hay uno. Pero no está ni mucho menos sólo. ¿Su victoria, una oportunidad? Más bien la profundización en el cambio de rasante del mundo que conocíamos y de algunos de los valores y reglas que creíamos inmutables. En EE. UU. y en todas partes.
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