Tilda Swinton: «El capitalismo nos quiere aislados y pendientes de consumir»

La actriz, que regresa a Almodóvar con ‘La habitación de al lado’, reflexiona sobre el sentido de la narración, del arte y del compromiso político a través del cine Leer La actriz, que regresa a Almodóvar con ‘La habitación de al lado’, reflexiona sobre el sentido de la narración, del arte y del compromiso político a través del cine Leer  

Tilda Swinton (Londres, 1960) no es exactamente una actriz de este mundo. Su piel desnuda y sus ojos sin pestañas transparentes, sus modales exquisitos de otro tiempo y su dicción de la BBC se dirían que responden a un extraño algoritmo contra todos los algoritmos. La más diva de todas las antidivas. La más alta perfección entre todo aquello que jamás aspiró ni quiso ser perfecto. Era cuestión de tiempo que Tilda Swinton en su insuperable contradicción se encontrara con el más universal de los directores manchegos, también él y a su manera una paradoja de explicación improbable. ¿Cómo es posible que un lugar tan peculiar, lejano y quijotescamente incierto como La Mancha se entienda tan bien tanto en Nueva York como en Tokio? Era cuestión de tiempo, decíamos, que, junto a Pedro Almodóvar, Swinton declamara su particular versión del monólogo La voz humana de Jean Cocteau que tanto obsesiona al director y que, con el correr de los años, acabaran por rodar uno al lado del otro una película sobre la soledad acompañada, sobre la vida frente a la muerte y, como insiste la propia película, sobre la agonía de una mujer en un mundo que agoniza. Contradicción por contradicción, La habitación de al lado.

Cuenta Swinton, lo hace en Venecia donde la película fue galardonada con el León de Oro, que el trabajo de Almodóvar le lleva al de Derek Jarman, con el que rodó en los años 90 Blue o Eduardo II o Wittgenstein. «Ambos son dos artistas valientes y honestos que miran a la vida de frente, que se niegan a girar la cabeza hacia otro lado», dice, se toma un segundo y sigue: «Pero sobre todo esta película me toca muy profundamente porque me traslada a la muerte de Derek. Él enfermó de sida en el 89 y yo fui, durante toda su agonía, la persona que estuvo a su lado, en la habitación de al lado. Lo único es que, al contrario de lo que sucede en la ficción, la suya fue una muerte brutal y muy lenta. Quedó ciego y, pese a ello, se negó a renunciar. Siguió trabajando. Precisamente durante el rodaje de Blue perdió la vista». Y dicho lo cual recuerda que fue precisamente con Jarman con quien vio la primera película de Almodóvar. El círculo se cierra.

Tilda Swinton ha hecho de su vida una continua exploración y se ríe si se recuerda su afición a coleccionar directores. «Hay un grupo de cineastas con los que me siento mucho más que una simple actriz. Los considero parte de mi familia, son mis hermanos o hermanas», dice y cita a Luca Guadagnino, a Joanna Hogg, a Wes Anderson, a Apichatpong Weerasethakul, a Bong Joon-ho, a George Miller… Sin límites geográficos, de Corea a Italia pasando por Tailandia, Colombia, Estados Unidos, Australia o ahora España, el mundo de la ficción contemporánea le pertenece. Cuenta que a ella le convirtió en actriz su abuela. Su abuela no leía cuentos, los recreaba, lo inventaba, los «recontaba». «Más que simplemente leer, te hacía sentir las historias. Le ponía cortinas a las habitaciones que el autor había dejado sin decorar, cambiaba las voces de los personajes y coloreaba el aire de los bosques a su antojo. Luego leías a solas el mismo libro que ella acaba de interpretar y ya no era lo mismo. Era otra cosa. El secreto era la forma de narrar, la narración misma». Y la creemos. Aunque solo sea por la vehemencia.

En La habitación de al lado, ella es la que se va, la que decide morir. Y eso le lleva a una reflexión de carácter casi obligado que versa sobre la condición del enfermo, del enfermo de cáncer que se sabe al pie de todos los abismos. «Hay una idea extendida que prácticamente hace al que padece cáncer, sin pretenderlo, responsable de su enfermedad. Es esa noción que dice que es culpa de la mala fortuna o de la poca inteligencia el caer enfermo. Y que mantiene que tienes que ser un luchador para ganar la batalla. Me parece una idea muy nociva, además de muy irrespetuosa y cruel. Casi sádica», comenta.

Tilda Swinton está convencida de no hay nada personal que no sea a la vez político. «Creo, con Raymond Williams, que todos estamos solos. Cada uno de nosotros está por fuerza solo. ¿Y qué podemos hacer con esa soledad más allá de intentar encontrar la conexión y ser testigos unos de otros en nuestra soledad?», se pregunta en un trabalenguas tan desesperado como el de su personaje en la película. «Lo único que podemos hacer es decir al que sufre a nuestro lado algo tan simple como ‘seré tu amigo’; ‘seré tu testigo’; ‘te apoyaré cuando pueda, pero me mantendré al margen cuando no me necesites’», afirma, se toma un segundo y sigue: «En realidad, en esta situación es en la que estamos todos ahora mismo en el mundo. Estamos en la habitación de al lado unos de otros, estamos en la habitación de al lado de la gente que sufre en Ucrania, en Gaza, en Jerusalén, en Siria o en Yemen. Lo único que tenemos que hacer es escuchar, mirar, oír, ser testigos y no mirar para otro lado».

¿Y qué se supone que es lo que nos lo impide?Imagino que es el propio sistema capitalista que, la verdad, ha hecho un gran trabajo. Su éxito ha consistido en convencernos de que estamos solos y que tenemos que seguir así. El único remedio y consuelo que nos ofrece es el consumo. El capitalismo nos quiere aislados unos de otros y solo pendientes de consumir más y más. Acompañar el sufrimiento de los demás es la única forma de romper con esta dinámica.

Swinton está convencida que solo el arte nos salva, que solo la capacidad de contarnos unos a otros nos alivia de la irrevocable soledad que tanto cita. El convencimiento le llegó de niña, con su abuela, y con su posición de ventaja, no lo esconde, que vivió desde la cuna. «Tuve el privilegio de conocer a Nigel Nicolson, el hijo de Vita Sackville-West, la que fuera novelista y amante de Virginia Woolf. Me dijo que cuando era niño esta última cada vez que iba a casa le preguntaba qué había hecho. Nigel le refería como hacen los niños más o menos las cosas más cotidianas. Pero Virginia Woolf le obligaba a que fuera preciso. ¿De qué lado estabas acostado cuando te levantaste de la cama? ¿Qué fue lo primero que viste al abrir los ojos? ¿Qué te vino a la cabeza? ¿Cuál fue el primer olor? Ella le enseñó a prestar atención, a fijarse en los detalles, a construir su propia vida. Y ése creo que es el sentido», recuerda con la misma precisión que exigía Woolf.

Tilda Swinton dice haber disfrutado del barrio madrileño de Chueca durante del rodaje de la película. Confiesa que algo de la Movida madrileña fue lo que ella misma vivió en el Londres de los 90 al lado de su inolvidable Derek; que Derek es Pedro; y que los dos comparten con el mismísimo Pasolini la voluntad y deseo de sustraer de la marginalidad las historias de todos. Y ahí, contradictoria y feliz, terrenal y transparente, lo deja. Tilda Swinton no es exactamente de este mundo.

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