Taylor Swift y Netflix descubren los problemas de opinar sobre las elecciones y otras cinco tendencias mundiales

Análisis de las tendencias mundiales que, tarde o temprano, afectarán a su bolsillo. Leer Análisis de las tendencias mundiales que, tarde o temprano, afectarán a su bolsillo. Leer  

El 41% de los estadounidenses opina que las empresas deben opinar sobre los grandes temas de la sociedad actual. Pero ¿cómo? Porque para lo que unos puede estar bien, para otros puede ser horroroso. Netflix, por ejemplo, tuvo en julio su mayor caída en suscriptores desde febrero debido al apoyo de su cofundador y presidente ejecutivo, Reed Hastings, a la candidata demócrata Kamala Harris, según ha explicado esta semana la ‘Biblia’ de Silicon Valley, The Information. La espantada de trumpistas ha reducido un 2,8% los suscriptores de Netflix, si bien, la firma mantiene una ventaja abrumadora en Bolsa frente a sus rivales – sean éstos demócratas, como Disney y Comcast, o republicanos, como Fox y Time Warner -. El caso sí revela dudas sobre el posicionamiento público de las empresas pues, incluso la reina del pop, Taylor Swift, ha perdido 2,5 millones de oyentes en Spotify por apoyar a Harris.

La invasión israelí de Líbano amenaza con colapsar la muy vulnerable economía del país, que hace décadas era conocido como «la suiza de Oriente Medio», y la debilidad económica iraní impide a los ayatolás deslegar su capacidad militar como les gustaría. Pero incluso Israel, por ahora vencedor indiscutible de esta guerra que pasado mañana, martes, cumplirá un año, está sufriendo duramente el impacto del conflicto en sus cuentas. El viernes de la semana pasada, la agencia de calificación de riesgos Moody’s rebajó en dos niveles la nota de su deuda debido a los bombardeos en Líbano, y el martes fue S&P quien llevó a cabo un recorte similar tras la invasión de ese país y el bombardeo iraní sobre instalaciones militares de Tel Aviv y otras áreas del centro y sur de Israel. Si la guerra se prolonga, cosa que parece casi segura, habrá más recortes, y la deuda de Israel podría acercarse peligrosamente al nivel de bono basura.

De todos los sitios en los que se puede construir un parque temático, el Ártico no parece, a priori, el más adecuado. Menos aún en una mina de carbón abandonada desde hace 26 años y, encima, en el territorio de otro país. Eso es lo que Rusia amenaza con hacer en Svalbard, un archipiélago cerca del Polo Norte, tan grande como Aragón y Extremadura juntas pero con solo 2.800 habitantes. Svalbard es de Noruega, pero, en virtud de un tratado de 1920, Rusia tiene derecho a explotar sus recursos. Desde la invasión de Ucrania, Moscú ha reforzado su presencia allí y este verano ha llevado a una delegación china a la mina de Pyramiden, que abandonó en 1998 por una razón de peso: se le estropeó la calefacción. Moscú dice que quiere convertirla en un parque de atracciones. Pero Noruega, la UE y la OTAN temen que, tras la presencia de los rusos – y, sobre todo, de los chinos – haya intenciones geopolíticas más serias.

Si hay un país del mundo que demuestre que el petróleo consigue amigos, no es ninguno de Oriente Medio, sino Angola, al sur de África. Su Gobierno marxista fue sostenido desde 1975 hasta 1990 por la Unión Soviética y Cuba, pero, cuando la Guerra Fría terminó, el Gobierno de Luanda se hizo prooccidental y, desde entonces, vive un romance con EEUU que culmina el fin de semana que viene con una visita de Joe Biden, en su primer y último viaje a África como presidente. Biden llega con créditos para construir un ferrocarril que una los océanos Atlántico e Índico, con la vista puesta en una conexión entre India y EEUU que evite Oriente Medio y sus guerras. Es la respuesta estadounidense-india a la ‘Franja y la Ruta’, el proyecto de infraestructuras lanzado por China en 2013 para conectarse a Europa y que por ahora ha obtenido resultados mediocres. La idea de Washington y Delhi es menos ambiciosa pero tal vez más realista.

Una idea repetida hasta la extenuación es que el desarrollo de la técnica de extracción conocida como fracking ha limitado el poder de la OPEP, al permitir a EEUU convertirse en el primer productor mundial de crudo y recortar, así, el poder del cártel. Pero esa presunta victoria del libre mercado sobre los gobiernos ha perdido lustre con el descubrimiento de que los líderes del fracking (que necesita un barril a 20-30 dólares) cooperaban con la OPEP para que ésta mantuviera precios altos. Eso es lo que hicieron en 2020 y 2021 dos de los mayores gigantes del sector, Hess (vendida a Chevron por 48.000 millones de euros) y Pioneer (adquirida por Exxon por 54.000 millones). Pero el regulador de la competencia de EEUU no les ha multado, se ha limitado a imponerles como castigo la prohibición de que los miembros de los consejos de administración de Hess y Pioneer estén en los de Chevron y Exxon.

El 80% de los estadounidenses preguntan al comprar una casa por los riesgos climáticos. Y lo hacen con la misma seriedad con la que lo cuestionan el estado de las cañerías o la limpieza de la escalera. Es lo lógico en un país en el que alrededor del 78% de sus habitantes viven en viviendas unifamiliares y solo el 22%, en pisos. Pero no es solo por la nieve, los incendios o las inundaciones, sino también, una cuestión financiera. Las aseguradoras y los ayuntamientos cobran pólizas e impuestos más altos a las viviendas en zonas susceptibles de sufrir estas catástrofes. Dado que el cambio climático está agravando el problema, por ejemplo, en Miami – o incluso en Carolina del Norte, como hemos visto esta semana con el huracán ‘Helen’ -, la web inmobiliaria Zillow, que recibe 57 millones de visitas mensuales, ha empezado a incluir el «riesgo climático» en las valoraciones de los 130 millones de viviendas cuyo precio calcula.

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