Pogacar abrasa como el sol en el primer final en alto

Aquello no fue normal, quizás esto tampoco. Faltan tres semanas para el Tour y las piernas aún no son definitivas. De ahí las fluctuaciones. Rendimientos un poco desconcertantes. Pero lo que se puede dar por seguro es que a Tadej Pogacar no le gustó su resultado, cuarto, en la crono del miércoles pasado. Herido en su orgullo, el esloveno se cobra su revancha y no tiene compasión de sus rivales en un final de etapa en Combloux, territorio Hinault, que le venía como anillo al dedo, con dos puertos cortos y explosivos en los últimos 10 kilómetros.

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 El esloveno descuelga sin compasión a Vingegaard y Evenepoel para recuperar el amarillo del Dauphiné  

Aquello no fue normal, quizás esto tampoco. Faltan tres semanas para el Tour y las piernas aún no son definitivas. De ahí las fluctuaciones. Rendimientos un poco desconcertantes. Pero lo que se puede dar por seguro es que a Tadej Pogacar no le gustó su resultado, cuarto, en la crono del miércoles pasado. Herido en su orgullo, el esloveno se cobra su revancha y no tiene compasión de sus rivales en un final de etapa en Combloux, territorio Hinault, que le venía como anillo al dedo, con dos puertos cortos y explosivos en los últimos 10 kilómetros.

En la contrarreloj, Evenepoel arrasa, Vingegaard da la talla y Pogacar decepciona. En el primer final en alto, se intercambian los papeles. El esloveno es el que vuela, el danés, siempre en el medio, resiste lo que puede, cerca pero lejos, mientras el belga se rinde pronto.

Llega la montaña y Pogacar se enciende para abrasar a todos aquellos que quieren acercarse al sol. Sus rivales salen chamuscados ante tanta refulgencia. Su ataque irradia luz cuando decide que no necesita el trabajo de Wellens. Se aparta Narváez, que había apretado tanto que manda contra las cuerdas a Evenepoel, el líder, y el jefe del UAE no se lo piensa: es el momento de enseñar de lo que es capaz.

Faltan 7,3 kilómetros y ya no para. Distancia asumible: menos de 20 minutos de esfuerzo. Su silueta asusta, por su pedaleo tan redondo, por su posición cómoda, sin levantarse del sillín, y por su seguridad. Ni una mirada atrás, concentración máxima. Este sí que soy yo, este sí que es mi nivel.

Vingegaard se pone de pie y no puede. Quiere, lo intenta seguir, y se pliega a la realidad. Ahora no puede seguirle. Las piernas le queman, le arden. En 7 kilómetros Pogacar le mete un minuto exacto.

El esloveno sube y sube con una facilidad tremenda. La sonrisa picarona en la meta le delata. Nada que ver con la cara de fatiga y desencanto de Vingegaard, que se había hecho alguna ilusión. Ni con la soledad de Evenepoel, desencajado, que pierde casi dos minutos, abandonado por Lipowitz y Jorgenson. Un golpe de los que dan mucha moral. 

Y el nuevo líder se permite bromear. “Quería acabar pronto para ver a Urska (Zigart, su novia, también ciclista) en la Vuelta a Suiza”. Pero claro, los compromisos del podio no le dejan. Ya lo sabía. Ha ganado 9 veces ya este 2025, 97 a lo largo de su carrera, las mismas que Indurain en doce años de profesional. “No habíamos detectado debilidad en los favoritos. No esperaba hacer tanto hueco con ellos. Pero me sentía bien en el ataque y, si tienes buenas piernas, hay que probarlo”, explica y dice que se siente con confianza para subir este sábado La Madeleine, la Croix de Fer y Valmeiner, 63 kilómetros de puertos de los 133 de la etapa, que no teme otro vuelco. 

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