Trabajar con alguien que no para de supervisar cada movimiento puede ser un auténtico agobio. El típico jefe que quiere tener control absoluto sobre cada detalle, que se para a comentar hasta cómo sujetas el bolígrafo, acaba restando más de lo que aporta. Y es que el exceso de control, lejos de motivar, asfixia.
El veterano actor ha reconocido que los directores muy pesados hacen que desconecte del trabajo
Trabajar con alguien que no para de supervisar cada movimiento puede ser un auténtico agobio. El típico jefe que quiere tener control absoluto sobre cada detalle, que se para a comentar hasta cómo sujetas el bolígrafo, acaba restando más de lo que aporta. Y es que el exceso de control, lejos de motivar, asfixia.
Para alguien como el actor Pedro Casablanc, que ya ha vivido de todo en el mundo del cine, la diferencia entre un buen trabajo y un suplicio depende mucho de esto: de que los directores le dejen espacio para crear y disfrutar de su papel.
Lo contó él mismo en una charla de Kinótico, donde describió su experiencia con directores que “han sido muy, muy, muy intensos en los ensayos”, sin pausa ni flexibilidad. Casablanc aseguró que ese exceso de directrices y atención a los mínimos detalles le acaba haciendo desconectar: “Luego realmente el resultado a mí me ha dado un poco igual”. Con esos directores, cuentó, “no me lo he pasado excesivamente bien”, y eso, en un trabajo tan creativo como el suyo, pesa.
Casablanc quiere que le dejen en paz mientras trabaja
Sin embargo, también recordó otro rodaje en el que todo fue justo lo contrario. Fue con Steven Soderbergh, el director de Che, una película protagonizada por Benicio del Toro. Desde el primer día de grabación, Soderbergh adoptó un planteamiento completamente relajado, sin presiones y casi sin hacerse notar.
Casablanc contó que llegó al set y ni siquiera sabía dónde estaba el director. De hecho, pasó semanas creyendo que Soderbergh era solo un operador de cámara más, sin darse cuenta de que el hombre de gorra que siempre estaba a su lado era el mismísimo Soderbergh. “Nunca me habló. Pero a mí me encanta, porque respetaba mucho lo que yo hacía”, recordó el actor, que reconoció que le gusta que le “dejen en paz”.
Para el intérprete, esa experiencia fue una maravilla. “Es una de las películas donde mejor me lo he pasado”, aseguró. A diferencia de otros directores, Soderbergh daba sus indicaciones mediante un sistema jerárquico, tan distante que parecía que nunca estaba presente. Todo lo que tenía que decirle llegaba a través de asistentes: “Las daba el ayudante, del ayudante del ayudante”. Esto dejaba a Casablanc el espacio ideal para dar rienda suelta a su interpretación sin sentir el peso constante de un ojo crítico.
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