OTAN no, bases fuera

“El Gobierno considera conveniente, para los intereses nacionales, que España permanezca en la Alianza Atlántica, y acuerda que dicha permanencia se establezca en los siguientes términos:

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 El referéndum por la permanencia de España en la Alianza Atlántica de 1986 dividió y reestructuró a la izquierda y dejó un legado que perdura cuatro décadas después  

“El Gobierno considera conveniente, para los intereses nacionales, que España permanezca en la Alianza Atlántica, y acuerda que dicha permanencia se establezca en los siguientes términos:

”1.º La participación de España en la Alianza Atlántica no incluirá su incorporación a la estructura militar integrada.

”2.º Se mantendrá la prohibición de instalar, almacenar o introducir armas nucleares en territorio español.

”3.º Se procederá a la reducción progresiva de la presencia militar de los Estados Unidos en España.

¿Considera conveniente para España permanecer en la Alianza Atlántica en los términos acordados por el Gobierno de la Nación?”

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Ésa fue la pregunta que tuvieron que responder los españoles que quisieron participar en el referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN que convocó el Gobierno de Felipe González en enero de 1986 y que se celebró el 12 de marzo de ese año, tras haberse comprometido a ello en la campaña electoral de las elecciones legislativas de 1982.

En aquel momento, el Gobierno de la UCD acababa de certificar el ingreso del país en la Alianza Atlántica ahondando en la colaboración militar que España mantenía con Estados unidos y sus aliados occidentales desde el franquismo, y que habían valido a la dictadura su integración en los organismos internacionales rompiendo su aislamiento. Era la forma, tanto para el Gobierno centrista de Adolfo Suárez como para el de Leopoldo Calvo-Sotelo, de normalizar el papel internacional de España tras la Transición.

Sin embargo, la percepción de la sociedad española y el posicionamiento de sus fuerzas políticas era muy distintos, empezando por el propio PSOE, opuesto al ingreso de España en la alianza militar, aunque con un lema que dejaba la puerta entreabierta: “OTAN, de entrada no”. De ahí que uno de los compromisos de campaña fuese la celebración del referéndum.

Felipe González, haciendo campaña por el sí a la continuidad de España en la Alianza Atlántica
Felipe González, haciendo campaña por el sí a la continuidad de España en la Alianza Atlántica

Tras barrer en las urnas en octubre de 1982, González pospuso esa promesa hasta casi agotar la legislatura y tras conseguir lo que bien puede considerarse el gran hito internacional de su Ejecutivo: el ingreso de España en la Comunidad Económica Europea en el arranque de 1986 tras la firma de adhesión en junio de 1985. Fue justo entonces cuando el Gobierno convocó la consulta.

Aunque la postura del presidente era ya entonces muy distinta. Y pese a las discrepancias que generó en el propio seno del PSOE, Felipe González defendió el sí a la permanencia sin matices. Eso sí, sin la integración de las Fuerzas Armadas a la estructura militar de la Alianza, sin la instalación o almacenamiento de armamento nuclear en España y con un compromiso de reducción de la presencia militar estadounidense en el país, como la pregunta del referéndum explicitaba en un enunciado muy criticado por los partidos y colectivos contrarios a la permanencia.

El PSOE se había opuesto al ingreso de España en la alianza militar, aunque dejando la puerta entreabierta: “OTAN, de entrada no”

Pero eso no parecía alcanzar para convencer a una sociedad reacia tanto a la integración como a la permanencia en la OTAN. En 1981, antes del ingreso, apenas un 18% de los encuestados por el CIS mostraban su apoyo a la decisión del Gobierno de UCD y un 52% la rechazaba. Y, en ese momento, tanto figuras destacadas del PSOE y del Gobierno como Fernando Morán, ministro de Asuntos Exteriores, como las Juventudes Socialistas o la UGT se posicionaron en contra de la permanencia, apoyando de forma implícita a la Plataforma Cívica por la Salida de España de la OTAN, aunque sin integrarse a ella.

Tomando el relevo de la Coordinadora Estatal de Organizaciones Pacifistas y al calor del creciente movimiento por la insumisión al servicio militar que cristalizó en el colectivo Mili KK, diferentes colectivos sociales y formaciones políticas del espectro de la izquierda constituyeron el principal bloque de oposición a una campaña gubernamental que no apoyaron ni quienes aparentemente estaban llamados a ser atlantistas naturales, ya que la Alianza Popular de Manuel Fraga se posicionó por la abstención.

Antonio Gala, en un acto de la Plataforma Cívica por la Salida de España de la OTAN
Antonio Gala, en un acto de la Plataforma Cívica por la Salida de España de la OTAN

Presidida por una figura popular de gran peso intelectual como Antonio Gala, la Plataforma lideró una amplia movilización social bajo el lema “OTAN no, bases fuera”, poniendo en riesgo la victoria del sí gubernamental y convirtiéndose en el germen de una nueva coalición que trató de alzarse en alternativa plural al PSOE en las elecciones que se celebraron ese mismo 1986: Izquierda Unida.

De la misma forma que el popular grupo El Último de la Fila había puesto la banda sonora al antimilitarismo con su Querida Milagros, el autor de El manuscrito carmesí se había convertido en un icono del movimiento por su artículo “Soldadito español”, publicado originalmente en El País, en su Cuaderno de la Dama de Otoño, el 19 de mayo de 1985, pero difundido profusamente hasta convertirse en todo un manifiesto tras ser denunciado por injurias y ofensas al Ejército. Es el texto que reproducimos íntegro.

Ante la amenaza de perder la consulta, Felipe González llegó a asegurar que dejaría el cargo si ganaba el no

Y ahí vino el último órdago de Felipe González, quien jugó su última carta, que acabó siendo un triunfo, al asegurar que renunciaría al cargo –y presumiblemente a su candidatura para la reelección ese mismo año– si se imponía el no, por más que legalmente el referéndum no era vinculante. Sin embargo, la división en la izquierda sobre esta materia estaba servida.

Ganó el sí, por un 56,85% frente a un 43,15% en un referéndum en el que participó un 59,42% del electorado. Aunque no en todas las comunidades, ya que en el País Vasco se impuso el no por un rotundo 67,55%, en Navarra lo hizo por un 56,72%, en Catalunya por un 53,72% y en las Islas Canarias por un 53,69%. Las más atlantistas fueron Castilla-La Mancha (68,42% a favor) y Andalucía (67,38%).

El manifiesto

El manifiesto

“Soldadito español

”De los 20 a los 25 años hay una edad espléndida. Los muchachos piensan estar formados en todos los sentidos, y no lo están en ninguno: se trata de la auténtica juventud. No se ha vivido aún la razón de las opiniones, y la vulnerabilidad y la delicadeza se disfrazan de fuerza, de desdén, de rebeldía. No se nota el desvalimiento, y es, en consecuencia, más peligroso; como la generosidad, si existe, más inconsciente.

”Con mayor o menor prisa la adolescencia se aleja y, de un empellón, se mete al individuo en el batiburrillo del que jamás saldrá. A esa edad en España no se ha perdido del todo la esperanza, y la vida se ve como un caleidoscopio de posibilidades. (En teoría, la realidad es muy distinta. Pero de 20 a 25 años la teoría tiene un maravilloso poderío).

”Yo creo, Dama de Otoño, que a ti y a mí nos sucedieron entonces cosas inolvidables, que nos marcaron para siempre aunque las hayamos olvidado. A veces venían de fuera, y su digestión nos costó sangre y es origen del estado de nuestros estómagos; a veces fueron decisiones que tomamos, de las que a pesar de sus secuelas nunca nos arrepentiremos. Porque estábamos a las puertas no de la vida, sino de nuestra vida. Y la gobernamos con la relativa libertad que atrapamos dejándonos las uñas. Lo que llegó después trajo ya el sello de lo que entonces elegimos.

Las guerras no han resuelto jamás nada, a no ser el porvenir económico de los traficantes de armas

”Por tales consideraciones juzgo bueno que, a los 20 años, se establezca la prestación de un servicio a la comunidad. Eso hace que los muchachos aprendan lo que es su nación, su gente, fuera de los circuitos íntimos; que se traten y convivan muchachos de cualquier procedencia: pobres y ricos, estudiantes y trabajadores (si es que el estudiante no es un trabajador, y si es que alguien tuvo la suerte de encontrar trabajo); quienes serán médicos y mecánicos y carpinteros y maestros y pastores, y quienes no serán nada; los andaluces y los gallegos y los catalanes y los vascos.

”Esa mezcla fomenta el respeto a lo que no entendemos, la tolerancia de opiniones no nuestras, el conocimiento de otras formas de vida y actitudes, el roce con personas que no habríamos ni siquiera imaginado. Para una experiencia así, antes de tal edad es difícil que nadie esté dispuesto todavía; después de tal edad es difícil que nadie esté dispuesto ya.

”Lo que no me gusta es que ese servicio a la colectividad se rinda en el Ejército. No me gusta nada. A ti no te coge de sorpresa mi aversión por los uniformes. (El servicio por el que abogo es lo contrario de la uniformación: el intercambio de las variedades, el ofrecimiento de contrarias aptitudes, la recíproca visión de las diferencias.) Yo soy pacifista y antimilitarista. Los objetores de conciencia deberían ser mucho más numerosos –o mejor, la inmensa mayoría– y muchísimo más alabados.

El servicio militar me parece inútil y muy perjudicial, el vano intento de atiborrar un año con memeces estériles

”El director de la Academia Militar de Zaragoza afirma que algunos grupos pacifistas ‘pueden estar manipulados e incluso resultar fuerzas colaboradoras con la Unión Soviética’. El general Ángel Santos Bobo no debe ser tomado muy en serio: trata de defender la indefendible postura gubernamental ante la OTAN, asegurando de paso que la carrera nuclear representa ‘un elemento de disuasión más convincente que las armas convencionales’ –como si éstas les pareciesen a los pacifistas un regalo de Reyes–.

”Acaso el general no ha caído en la cuenta de que muchos belicistas también pueden colaborar con la Unión Soviética. Y muchos ángeles y muchos santos y muchos bobos. Y que hacerle el caldo gordo a la OTAN es, desde luego, tan criticable y no menos explosivo. Ya es hora de olvidar los fantasmas. Yo soy antimilitarista y pacifista, y no me manipulan ni el Este ni el Oeste. E igual que yo –lo espero– hay una infinidad.

”Mis motivos son obvios: las guerras no han resuelto jamás nada, a no ser el porvenir económico de los traficantes de armas. Soy un profesional de la paz, como los militares son profesionales de la guerra por muchas vueltas que se le den al asunto. Creo en muy poco de lo que los militares más acendrados creen y por lo que se mueven. Dudo, así lo juren, que ellos amen la paz con el mismo fervor que yo la amo. Y los juzgo, con su cargamento de grandes palabras en desuso, bastante más utópicos que yo, pero a ‘sensu contrario’…

Un día en un cuartel provocaría la carcajada si no provocara la indignación

”¿Te acuerdas, Dama? A los diez años, de vuelta de una excursión a Los Pedroches, un guardia civil me largó un puñetazo por recitar a Lorca entre mis compañeros; en 1981, militares de altísima graduación me impidieron volver a jurar públicamente la bandera (yo procuraba romper las necias exclusivas de los ultras y de los cuarteles: la bandera, si es un bien, es común); y, entre esas fechas, más nos vale borrar lo sucedido.

”El servicio militar obligatorio me parece inútil y muy perjudicial. Lo que en él se muestra de los profesionales es su cara peor: la puerilidad, la indiscriminada disciplina, la asombrosa pérdida de tiempo, los suboficiales imbéciles y los oficiales que no lo son menos, el dejar los cojones a la puerta del cuartel, el honor militar tan lejano del nuestro (puesto que humilla y despersonaliza), el vano intento de atiborrar un año con memeces estériles, la obediencia baldía, la denigrante prisa para no llegar a ningún sitio.

”Un día en un cuartel provocaría la carcajada si no provocara la indignación: se busca, con la más estricta minuciosidad, la robotización del ser humano; se contradice cuanto de creativo tenga. Y sin la menor excusa, porque se ensaya allí lo que no es ensayable: la guerra, la muerte, la absoluta sumisión, el mudo arrodillamiento (es decir, aquello que, ni a título religioso ni amoroso tiene nadie derecho a requerir).

Hay que desengañarse: aquí las únicas guerras decentes las han hecho siempre los civiles

”Que yo sepa, no vivimos ya en un Estado militar. Y, si no exponemos y dejamos morir a los niños mal constituidos, como Esparta, no hay por qué malograr a los jóvenes, débiles o no, inteligentes o no, sensibles o no. Hay que desengañarse: aquí las únicas guerras decentes las han hecho siempre los civiles. Y los civiles guerrilleros, que no tenían la más ligera idea de estrategia, táctica, logística, balística, ni otras ciencias (?) marciales.

”Y, por si fuera poco, en el servicio militar nuestros muchachos no paran de correr riesgos mortales. En el 83, el Ejército de Tierra tuvo 91.998 accidentados, o sea, el 41,8 % del total, que se dice muy pronto. En los últimos cinco años se suicidaron –a la hermosa edad por mal nombre denominada militar– 105 jóvenes –los intentos frustrados fueron muchos más–, y fallecieron por diversas causas 848. Las armas, las maniobras, los viajes, los ejercicios de tiro y hasta las comidas son trampas mortales. (En alguna espeluznante ocasión, también los superiores).

”Las versiones que el Ejército da de tan atroces hechos con frecuencia son contradictorias. A las familias –ni a la patria– no les consuela que se hagan los entierros entre salvas de honor; que el Ejército sufrague el traslado de los restos; ni que se les conceda una indemnización de 100.000 pesetas; ni que al mutilado, que no volverá a trabajar normalmente, se le señale una mensualidad de 35.000. No, eso no consuela a nadie. Y que el ministro proclame que las cifras de los siniestros producidos en este campo aquí ‘no son dramáticamente superiores’ a las de otros países, tampoco: no hay nada dramáticamente superior a la muerte de un hijo de 20 años, sin que se sepa por qué ni para qué.

”El que quiera jugar a la guerra, que juegue; pero el que no, que tenga su oportunidad: no sustitutiva, ni solapadamente castigada, sino mis honrosa y enaltecida –por más benéfica y humana– que la otra. Dejémoslo claro: lo de soldadito español, / soldadito valiente, / el orgullo del sol / es besarte en la frente es la mayor idiotez que se ha escrito jamás. Sobre todo cuando al soldadito se le ha matado antes.”

Últimas entregas

Esta pieza forma parte de una serie de contenidos que recupera los manifiestos políticos, artísticos y sociales de la época contemporánea para contextualizarlos desde una perspectiva histórica y con ánimo divulgativo.

Ramón Álvarez

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 Política

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