Los seis días de agonía madrileña de Francis Bacon en el frío y seco año de 1992

Javier Santiso convierte el último viaje del pintor en ‘Mortalmente vivo’, un ‘thriller’ de prosa poética que descubre el lado vitalista de su protagonista. Leer Javier Santiso convierte el último viaje del pintor en ‘Mortalmente vivo’, un ‘thriller’ de prosa poética que descubre el lado vitalista de su protagonista. Leer  

Mil novecientos noventa y dos fue el año con menos precipitaciones del periodo 1985-2010 en España. El invierno fue frío y largo pero seco. A lo largo del año hubo 137 días de helada. El primero fue el 5 de octubre y el último, el 5 de junio. No podemos saber si el 22 de abril de ese año, el día en el que voló por última vez a Madrid desde Londres, Francis Bacon tuvo un asiento con ventanilla desde el que ver España desde lo alto, ver España hecha un albero gigante, un paisaje ocre y escarchado. Si fue así, ¿se sintió Bacon complacido? ¿Pensó que aquel erial salpicado de olivos heridos de frío era una imagen sublime? ¿Se acordó por contraste de la isla en la que nació, de Irlanda, siempre húmeda?

¿Sabía Bacon que venía a España a morir? ¿A agonizar en soledad? La muerte de Francis Bacon en Madrid, en la primavera de 1992, es una noticia que aún parece reciente de tan fascinante que resulta. Javier Santiso la recrea ahora en Mortalmente vivo (editado por La Huerta Grande), un libro que es a su manera novela, ensayo y poesía y, a la vez, un espejo para los lectores españoles que les devuelve una imagen ya casi olvidada de su país. Olvidada pero aún atractiva.

«Lo último o casi lo último que pintó Bacon fue una serie de tauromaquia. Obviamente ahí estaba esa arena ocre, ese amarillo-marrón de España«, cuenta Santiso. «España ha sido, probablemente, el país extranjero más importante para Bacon en todos los sentidos. Como artista, porque obviamente le tenía veneración a Velázquez y no perdió una sola oportunidad de ir a verlo al Museo del Prado hasta su última vez, su último viaje por amor. España es el descubrimiento y el enamoramiento del Inocencio X de Velázquez, pero también es Goya y Zurbarán. Bacon se convirtió en un caníbal de la pintura en España. Devoraba la pintura, la hacía suya: hay piernas musculosas que aparecen hasta en su último tríptico y que vienen de Velázquez, de un dios Marte que estuvo viendo durante años. La obsesión por Inocencio es muy temprana, está con él desde antes de ser pintor incluso».

¿Qué le daba España a Bacon que no le diese Italia, por ejemplo? «Hay un desgarro en la pintura de Bacon, algo muy brutal y muy violento que, creo, encuentra en España. Es una vertiente abrupta no que no encuentra en Italia. Hasta el italiano es una lengua más suave que el español, que es mucho más accidentado. Y con la pintura española pasa lo mismo, si hacemos la excepción de Caravaggio. Hay una violencia particular, una tragedia de la vida y una furia de la vida que atrajeron a Bacon a España. Céline podía ser una buena comparación para entender esa disposición«.

-A mí me suena un poco a Jean Genet.

-También. En realidad, en esos años 30, 40 y 50, en la época central de la vida de Bacon hubo muchos autores que compartieron una visión abrupta, violenta y nocturna de España. La encuentra en Genet y en Bataille, los dos centrados en Barcelona, con una componente de tragedia y de furia por la vida que aman.

«Furia por la vida que aman» podría ser la hipótesis de Mortalmente vivo. La parte de ensayo del libro de Santiso trata de eso, de explicar que la brutalidad de los cuadros de Bacon era una manera de amar la vida. «Este no es un texto baconiano en el sentido de que sea torturado, trágico ni oscuro. No es eso, lo que quería era mostrar lo que había de luz en Bacon, la alegría de vivir. Bacon pintó de una manera despiadada porque la vida le estremecía, lo atravesaba y él la quería así… Al final somos carne. Somos cuerpos que se van degradando, que se van hundiendo, que achican. Y amar la vida desde esa certeza es una forma de humanismo tremenda y despiadada«.

¿Y la parte de novela? ¿De thriller en prosa poética? Lo primero que hace Santiso es definir su personaje en sus ambigüedades. «La imagen que se construyó en torno a Bacon nació porque le convenía a todo el mundo. Le convenía a sus galeristas y al propio Bacon. El homosexual violento, malvado, borracho… No era real. Si Bacon era algo era un bon vivant. Le encantaba la vida, disfrutaba de una copa de champán, era juerguista, le encantaba reír, era un hombre alegre… Por necesidades digamos que comerciales apareció el otro Bacon con su chamarra de cuero negra, oliendo a pis, con esa cara de de hooligan que acaba de de salir del pub después de pelearse con todo el mundo, de morderle la oreja a este y de romperle la nariz al otro… Eso era un teatro».

«Hay muchos testimonios que hablan de un hombre exquisito, de trato encantador», continúa Santiso. «Podía ser muy áspero si la persona delante no le interesaba. Entonces podía ser un tipo sin piedad. Por lo demás, era mucho más gentleman que hooligan».

¿Sabía que venía a España a morir? «No. Pero cuando se marchó de Londres, viajó en contra de la opinión del médico. Le prohibió coger el avión, le dijo que no está en condiciones. Pero en España había un español, un banquero que no tenía entonces ni 40 años, del cual se había enamorado perdidamente. Y decidió ir a verlo. Se inventó un viaje de trabajo para preparar una exposición en Marlborough, un viaje que no era necesario aún, y vino. Arriesgar la vida para viaja por amor, por la única razón del mundo que vale la pena Jugarse la vida… Eso es amar la vida de la manera más radical».

En el libro de Santiso, el enamorado de Bacon recibe el nombre de El Español, pero el autor recuerda que su identidad no es ningún secreto. José Capelo, aún hoy vecino de Madrid, ha aparecido identificado como el último amante del pintor en libros, en crónicas periodísticas y hasta en Wikipedia. The New York Times habló de su relación intermitente con el pintor y de sus visitas al bar Cock, a la espalda de la Gran Vía pero Capelo ha negado que su amistad fuese romántica o sexual. En Mortalmente vivo, la historia avanza como un quest en torno a ese quizá amante esquivo que no acompañó o no pudo acompañar a Bacon en su agonía.

Y ahí aparece el otro personaje clave de Mortalmente vivo: Mercedes, la monja que atendió al pintor durante sus cinco días de agonía y soledad en la clínica Ruber. «La ironía de la historia es que Bacon era un ateo indiscutible que acabó unido a una monja. Sus conversaciones debieron de ser bastante… ¿altas en color, podemos decirlo así? No tenía la familia alrededor. El Español no llegó a verle. La única persona que estuvo hasta el final con él fue esa mujer, igual que fueron mujeres las que acompañaron a Cristo cuando murió. Los hombres, los apóstoles, habían escapado. Bacon no creía en la trascendencia pero sin duda se tuvo que dar cuenta de que había algo muy crístico en su manera de morir».

¿Y la poesía? «A Bacon no le gustaba nada glosar su pintura, lo rehuía. Pero tenía frases que a veces que eran como relámpagos. Hay una que es tremenda: ‘Tengo el olor a sangre en los ojos‘». Eso suena casi a Lorca, ¿no? «Esa frase la utilicé para una pequeña novela que escribí en torno a Camarón de la Isla. Es un buen símil. Ni Camarón ni Bacon han teorizado ni les interesaba. Les salía de las tripas, eran como el duende de Lorca».

Entre el siete de abril y el dos de mayo de 1992 no cayó una gota de lluvia en Madrid. Que el dato sirva para imaginar la textura de los días en aquellos días de romancero irlandés.

Editorial La Huerta Grande. 124 páginas. 18,05 euros. Puede comprarlo aquí

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