Desde el primer minuto de la firma del acuerdo entre Junts y el PSOE en Bruselas que permitió la investidura de Pedro Sánchez, Carles Puigdemont dejó claro que las votaciones se negociarían una a una. Su mayor temor fue siempre aparecer como paganos de la fiesta sin que se vieran los réditos. Al principio se mostraba encantado con el poder de sus siete diputados en el Congreso. El foco iluminaba a su partido. Se empezó a negociar la ley de Amnistía. Sánchez había tenido que tragarse un sapo voluminoso a juzgar por la furibunda reacción de la derecha y de buena parte de la judicatura. Pero como suele ocurrir con todo en la vida, la política española se fue acostumbrando al tono desabrido de Junts, mientras la amnistía, de la que hay centenares de beneficiados, pero no Puigdemont, propició una Catalunya en calma. Y ahí empezaron los problemas para Junts.
Desde el primer minuto de la firma del acuerdo entre Junts y el PSOE en Bruselas que permitió la investidura de Pedro Sánchez, Carles Puigdemont dejó claro que las votaciones se negociarían una a una. Su mayor temor fue siempre aparecer como paganos de la fiesta sin que se vieran los réditos. Al principio se mostraba encantado con el poder de sus siete diputados en el Congreso. El foco iluminaba a su partido. Se empezó a negociar la ley de Amnistía. Sánchez había tenido que tragarse un sapo voluminoso a juzgar por la furibunda reacción de la derecha y de buena parte de la judicatura. Pero como suele ocurrir con todo en la vida, la política española se fue acostumbrando al tono desabrido de Junts, mientras la amnistía, de la que hay centenares de beneficiados, pero no Puigdemont, propició una Catalunya en calma. Y ahí empezaron los problemas para Junts.Seguir leyendo…
Desde el primer minuto de la firma del acuerdo entre Junts y el PSOE en Bruselas que permitió la investidura de Pedro Sánchez, Carles Puigdemont dejó claro que las votaciones se negociarían una a una. Su mayor temor fue siempre aparecer como paganos de la fiesta sin que se vieran los réditos. Al principio se mostraba encantado con el poder de sus siete diputados en el Congreso. El foco iluminaba a su partido. Se empezó a negociar la ley de Amnistía. Sánchez había tenido que tragarse un sapo voluminoso a juzgar por la furibunda reacción de la derecha y de buena parte de la judicatura. Pero como suele ocurrir con todo en la vida, la política española se fue acostumbrando al tono desabrido de Junts, mientras la amnistía, de la que hay centenares de beneficiados, pero no Puigdemont, propició una Catalunya en calma. Y ahí empezaron los problemas para Junts.
Las señales de inquietud de Puigdemont afloraron en diciembre del 2024 cuando conminó a Sánchez a presentar una cuestión de confianza. Aquella crisis se superó, pero la ruptura era cuestión de tiempo. El pacto de Bruselas preveía paliar los “déficits” en el autogobierno, la amnistía y más participación de Catalunya en la UE. Pero aquel pacto contenía también una introducción a la que Puigdemont daba más importancia: la constitución de una mesa de diálogo en Suiza con mediador internacional sobre el conflicto político entre Catalunya y España. Es ahí donde el expresident percibe que ha perdido pie.
Puigdemont no quiere que un adelanto súbito de las generales le pille de la mano del PSOE
La mesa de Suiza era una forma de aterrizaje político después del procés y también una manera de mantener viva la reivindicación independentista tras el fracaso de la declaración unilateral. Pero en Suiza se ha acabado hablando de lo mismo que podía tratarse en un despacho del Congreso. Puigdemont no ha logrado oficializar el conflicto en Europa, como se planteó cuando se instaló en Bélgica como eurodiputado. Dos años después de crear la mesa, ha concluido que ya no le resulta útil.
No es el único motivo para romper. Hace dos años parecía que Puigdemont marcaría la agenda del Gobierno como no lo había hecho ERC. Pero el expresident no puede sacar pecho de sus logros respecto de los republicanos, a los que acusaba de claudicar a las primeras de cambio. Pero quizá el principal motivo que ha llevado al desenlace ha sido el temor a un avance súbito de las elecciones generales. Puigdemont no estaba en disposición de aprobar las cuentas de Sánchez. Seguramente, el expresident no se ha visto a sí mismo apoyando unos presupuestos generales del Estado ni en el más extraño de sus sueños, salvo que Sánchez hubiera hecho concesiones difícilmente explicables en el resto de España. Ante el asedio de los casos judiciales abiertos y sin presupuestos, Junts ve difícil que el presidente del Gobierno pueda aguantar mucho más y no quiere que las elecciones generales le pille de la mano del PSOE, mientras ERC le reprocha que no ha obtenido mucho más que ellos, o Aliança Catalana se mofa de su diálogo con España.
Mientras, la Generalitat ha pasado a manos del PSC y eso aún alimenta más la necesidad de Junts de desmarcarse de los socialistas. Los herederos de Convergència tienen como prioridad recuperar poder en Catalunya.
Ahora surgen los interrogantes. Sánchez tratará de seguir, aunque la defunción oficial de su mayoría no es algo menor. Junts tampoco lo tendrá fácil: le queda el alineamiento más o menos tácito con el PP o el aislamiento político. Perdida su interlocución privilegiada con el Gobierno y sin baluartes institucionales en Catalunya, habrá que ver si eso le lleva a la radicalización, sea hacia la derecha y/ o en la retórica independentista.
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