Los bombardeos a Irán exhiben las fisuras del trumpismo

El día que Donald Trump dijo que se daría “dos semanas” para tomar una decisión sobre si atacar Irán, el jueves pasado, comió con uno de los mayores críticos en su círculo contra el intervencionismo exterior estadounidense, su estratega Steve Bannon. El anuncio, basado en la “substancial oportunidad para la negociación” con Irán, y el encuentro con uno de los adalides de la doctrina aislacionista America First (EE.UU. primero), dieron esperanza a quienes, dentro del cisma abierto en el movimiento MAGA, se habían opuesto con fuerza a la enésima intervención militar en Oriente Medio, la más arriesgada de este siglo.

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 Trump señala una desescalada del conflicto tras el débil bombardeo de Teherán a la principal base aérea de EE.UU. en la región  

El día que Donald Trump dijo que se daría “dos semanas” para tomar una decisión sobre si atacar Irán, el jueves pasado, comió con uno de los mayores críticos en su círculo contra el intervencionismo exterior estadounidense, su estratega Steve Bannon. El anuncio, basado en la “substancial oportunidad para la negociación” con Irán, y el encuentro con uno de los adalides de la doctrina aislacionista America First (EE.UU. primero), dieron esperanza a quienes, dentro del cisma abierto en el movimiento MAGA, se habían opuesto con fuerza a la enésima intervención militar en Oriente Medio, la más arriesgada de este siglo.

Menos de 48 horas después, Trump anunció el bombardeo “exitoso” de las tres principales instalaciones nucleares iraníes, que según el presidente quedaron “totalmente arrasadas”, a pesar de que desde el cielo no se puede analizar el estado de su uranio enriquecido. Cuando Trump salió, dos horas después, a explicar al pueblo americano desde la Casa Blanca su decisión de implicarse directamente en un nuevo conflicto, incumpliendo su propia promesa de campaña, dijo que el “objetivo” había sido “destruir la capacidad nuclear de Irán y poner fin a la amenaza que representa el mayor patrocinador del terrorismo en el mundo”.

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En la mañana del domingo, el jefe del Pentágono, Pete Hegseth, insistió en que el ataque no buscaba un “cambio de régimen”, sino desarticular el programa atómico de Teherán. Pero, según le hicieron saber los congresistas demócratas, unidos en su oposición a la misión, y algunos destacados republicanos, bombardear las instalaciones más preciadas de un país constituye un acto de guerra y va más allá de un ataque limitado, pues incrementa el riesgo de una grave escalada, que pondría en peligro a los 40.000 soldados americanos estacionados en Oriente Medio. Anoche, Trump contradijo a sus oficiales y fantaseó con la idea de provocar un “cambio de régimen”, aunque “no es políticamente correcto”.

Cuando Bannon escuchó el discurso a la nación de Trump, señaló en su podcast War Room que no era lo que “muchos en el movimiento MAGA quisieran oír” y “no están precisamente entusiasmados”. La congresista Marjorie Taylor Greene, una de las mayores aliadas de Trump en la Cámara de Representantes, fue más directa: “No quiero luchar ni financiar las guerras de Israel, una nación con armas nucleares”.

En el Capitolio, una coalición bipartidista presentó antes de la operación dos resoluciones en ambas cámaras del Congreso para tratar de bloquear cualquier ataque, señalando que la Constitución da al legislativo la autoridad sobre los asuntos de guerra. El senador republicano Thomas Massie, uno de sus promotores y habitual crítico de Trump, aunque perteneciente al movimiento MAGA, dijo que el Congreso no había sido informado con antelación y tachó la acción unilateral de inconstitucional.

El senador Massie lidera la oposición republicana a la guerra en el Capitolio y tacha la intervención de inconstitucional

La Administración Trump se acoge a la ley de Poderes de guerra, aprobada en el 1973 para controlar el poder del presidente de comprometer al país a un conflicto armado sin el consentimiento del Congreso. Esta resolución permite a Trump tomar medidas limitadas y específicas sin aprobación previa, pero Massie considera que la Casa Blanca lo está “malinterpretando”, pues “no existía ninguna amenaza inminente para EE.UU. que lo justificara”. La directora de los servicios de inteligencia estadounidenses, Tulsi Gabbard, había asegurado que no había indicios de que Irán estuviera construyendo la bomba nuclear, la justificación que usó Trump para los bombardeos.

Desoyendo las críticas, el presidente ha asegurado en sus redes sociales que hay una “gran unidad en el Partido Republicano” en torno a la operación en Irán y ha insultado a Massie como un “vago”, un “anti-MAGA”, un “grandilocuente simplón”, “débil”, “perdedor”, “ineficaz”, “irrespetuoso”, que “no tiene ni idea” y que debería ser “expulsado” del movimiento MAGA y del Congreso. Aunque los líderes republicanos de las dos cámaras han cerrado filas con el presidente, las voces disidentes, y la opinión pública en contra según las encuestas, demuestran que hay división en el trumpismo.

Otros escépticos sobre la intervención, como el influyente activista Charlie Kirk, sí cambiaron el discurso tras el ataque. Kirk elogió su “precisión”, asegurando que prefería confiar en Trump y esperar a ver cómo se desarrolla el conflicto, y advirtiendo a sus 5 millones de seguidores en X que “el mundo no se ha acabado”. El activista Jack Posobiec, que también se había posicionado en contra, abrazó el discurso oficial: “Esto va sobre el programa nuclear de Irán, que (Trump) prometió detener desde el primer día”. El mediático periodista Tucker Carlson, cuya oposición al bombardeo fue notoria la semana pasada, ha guardado un llamativo silencio desde el sábado.

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El débil ataque de anoche de Teherán a la principal base aérea estadounidense fue un indicativo de que Irán no busca una escalada, ni tiene el potencial para competir con EE.UU. Y así lo interpretó Trump: “Quiero dar las gracias a Irán por avisarnos con antelación, lo que ha permitido que no se pierda ninguna vida y que nadie resulte herido. Quizás ahora Irán pueda avanzar hacia la paz y la armonía en la región, y animaré con entusiasmo a Israel a hacer lo mismo”. El episodio ha demostrado las fisuras internas del movimiento MAGA, y la decisión de Trump de no responder al ataque con una represalia mayor, como dijo que haría si se atacaban sus bases, calmará al bando no intervencionista de los republicanos. 

Con este mensaje, Trump parece dejar de nuevo en manos de Israel e Irán el conflicto. Si Teherán intensifica sus ataques contra Israel, Tel Aviv también lo hará. Si, como exige la Casa Blanca, vuelve a la mesa de negociación para limitar su programa nuclear, perderá legitimidad ante su pueblo, ya atravesado por múltiples crisis, y el “cambio de régimen” podría llegar desde dentro. Si Teherán restringe el tránsito marítimo en el estrecho de Ormuz, podría hacer subir el precio del petróleo y anular una de las principales promesas de campaña de Trump: reducir la inflación. Con la oposición encontrada en este conflicto, Trump ha comprobado que cualquier intervención extranjera le supondrá un nuevo quebradero de cabeza.

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