“Le temo más a la paz”

Los controles no son ajenos a Teherán; suelen levantarse en las noches y en puntos muy específicos. Pero la guerra los ha normalizado, como quedó en evidencia ayer cuando la ciudad intentaba recuperar su normalidad –todavía con lentitud–, después del alto el fuego. Decenas de grupos, algunos paramilitares, otros militares, otros policiales han tomado el control, algunas veces hasta dos o tres en una misma calle, para monitorear uno por uno los vehículos, que todavía no son muchos. Al menos si se compara con el gran nivel de tráfico que tiene normalmente Teherán.

Seguir leyendo…

 El Gobierno iraní aumenta el control de los ciudadanos que tienen vínculos con extranjeros en busca de espías  

Los controles no son ajenos a Teherán; suelen levantarse en las noches y en puntos muy específicos. Pero la guerra los ha normalizado, como quedó en evidencia ayer cuando la ciudad intentaba recuperar su normalidad –todavía con lentitud–, después del alto el fuego. Decenas de grupos, algunos paramilitares, otros militares, otros policiales han tomado el control, algunas veces hasta dos o tres en una misma calle, para monitorear uno por uno los vehículos, que todavía no son muchos. Al menos si se compara con el gran nivel de tráfico que tiene normalmente Teherán.

En algunos de los retenes, aquellos bajo control de la Guardia Revolucionaria, hay hombres apuntando a los coches desde acorazados. Una escena que no es extraña en países azotados por la guerra como Colombia, sí lo es para la sociedad iraní que solo ve a los militares desplegados en las calles cuando surgen movilizaciones de protestas masivas, que no son pocas en los últimos años. “Están buscando gente que ellos creen que han apoyado a Israel en esta guerra, o que va camino a cometer un ataque”, dice un músico de 27 años que quiere que se le llame Amin.

“Me han hecho descender dos veces de la moto y me han requisado todo”, cuenta este hombre que reconoce que no han sido violentos, como cuando hacen redadas durante las protestas. Pero el incremento de la seguridad y la paranoia de las autoridades frente a cualquier extranjero –o ante cualquier iraní con relaciones fuera del país–, es una de las consecuencias más visibles de este día después.

Los que peor la llevan son los afganos, especialmente aquellos que se escabullen en Irán sin portar un pasaporte, que no son miles, sino millones. Las autoridades aumentan la presión sobre esta comunidad esporádicamente: hacen redadas en las calles y por lo general los envían de vuelta a su país. No importa que tengan mujer, hijos, ni que sean los que hacen los trabajos que muchos iraníes rechazan. Desde la guerra están poniendo en marcha otra modalidad, según cuenta un joven que trabaja en una cafetería del centro y que no quiere dar su nombre.

“Tuve que explicar durante horas por qué tenía un mensaje con un amigo extranjero”, explica un artista

Lo detuvieron y después de registrarlo le quitaron el móvil, con sus claves, claro. “Me dieron un papel y me dijeron que fuera a recogerlo en tres semanas”, cuenta el joven, que describe que mucha gente que él conoce ha decidido quedarse en sus casas por temor a que los acusen de ser colaboradores. “El otro día me detuvieron y requisaron el celular. Tuve que explicar durante horas por qué tenía un mensaje cruzado con un amigo extranjero que vive en la ciudad. Ya querían insinuar que era espía”, contó un artista que se identifica como Arash.

Omid, dueño de una tienda para mascotas, cree que esta situación donde la seguridad será extrema durará al menos un mes. “Dicen haber cogido a muchos espías y quieren crear un ambiente de total control”, asegura este hombre que hace referencia al anuncio de que han detenido a más de 700 personas a las que acusan de espionaje. También han acelerado la ejecución de prisioneros condenados por colaborar con Israel, al menos tres hasta el momento. Se cree que Israel ha estado detrás del asesinato de altas personalidades en el pasado.

Pero para Omid esa no es la principal preocupación. Ni tampoco lo fue la guerra. “Le temo más a la paz”, sentencia riéndose. Se refiere al futuro del país, especialmente a la situación económica que ya era difícil antes de la guerra. “Hoy volví a abrir el almacén después de doce días y el precio de todos los productos se ha incrementado, por lo menos, un diez por ciento”, cuenta este hombre que recuerda que el principal problema de la sociedad actualmente es el dinero. “Creemos que ahora todo será peor”, sentencia.

En uno de los tantos cafés del centro de la ciudad, Mina corre de un lado para otro preparando cafés y cobrando. También es la primera vez que vuelve a su trabajo. “El primer día abrimos, pero la intensidad de las explosiones era tan grande que nos mandaron a casa hasta nueva orden”, cuenta esta joven de 25 años que es de Kermanshah, en el noroeste del país y que, junto con Teherán, fue la región que más sufrió durante la guerra.

Las autoridades aumentan la presión sobre la numerosa comunidad de migrantes afganos

Alrededor de la ciudad están ubicadas algunas de las bases de misiles más importantes, al menos de las que se conoce. “Yo siempre estaba muy nerviosa por mi familia”, cuenta. Intentó llegar hasta allí, pero su madre la convenció de que se quedara donde estaba. Ayer estaba contenta porque había recuperado la rutina del trabajo. “Me ayuda a pensar en otra cosa, en lo particular no soy optimista”, sentencia.

Piensa que el alto el fuego será temporal y la guerra regresará. Lo mismo argumenta Ehsam, de 36 años, que está tomándose una limonada. Es uno de los pocos clientes, una imagen que contrasta con la realidad habitual cuando el lugar suele estar lleno. Cree que el cese el fuego no funcionará pero que no será de inmediato. “Ambos países necesitan tomar fuerzas, pero mientras tanto tenemos que seguir intentándolo”. Reconoce que está contento de volver al café, una tradición que le había robado la guerra.

 Internacional

Noticias Similares