El día que terminaba había sido largo y lleno de emociones. Desde la madrugada, Israel lanzó una extensa campaña de ataques contra Teherán que se hizo más intensa después del mediodía. Las explosiones retumbaron y las columnas de humo, que se levantaban como hongos, se vieron desde todos los costados de la ciudad. Los aviones y drones apuntaban a edificaciones específicas pero la onda expansiva siempre alcanzaba varias manzanas a la redonda. Todo quedaba dominado por los escombros e impregnado por humo. La guerra no solo se intensificaba, sino que parecía imparable, al menos hasta ese momento.
Crónica del último bombardeo israelí sobre la capital iraní
El día que terminaba había sido largo y lleno de emociones. Desde la madrugada, Israel lanzó una extensa campaña de ataques contra Teherán que se hizo más intensa después del mediodía. Las explosiones retumbaron y las columnas de humo, que se levantaban como hongos, se vieron desde todos los costados de la ciudad. Los aviones y drones apuntaban a edificaciones específicas pero la onda expansiva siempre alcanzaba varias manzanas a la redonda. Todo quedaba dominado por los escombros e impregnado por humo. La guerra no solo se intensificaba, sino que parecía imparable, al menos hasta ese momento.
Los objetivos estaban relacionados en su mayoría con la Guardia Revolucionaria a la que apuntó Israel desde el primer día de la guerra. “Has visto, han atacado Evin (la mayor prisión de la ciudad)”, había preguntado Sohrab, de 28 años, al encontrarlo en uno de los pocos cafés que están abiertos en el centro. Ese era el tema del que se hablaba en Irán cuando explotó la noticia de que habían respondido al ataque estadounidense del fin de semana.
La televisión reproducía imágenes de misiles volando sobre Qatar y gente corriendo en un centro comercial. La preocupación giró. Ya no eran los presos de Evin o los ataques de Israel, que continuaban, sino la posible respuesta a EEUU. A pesar de que fue un ataque anunciado, muchos temían que el presidente de Estados Unidos cumpliera su promesa de atacar a Irán.
Pero el anuncio posterior fue una sorpresa inesperada; a la manera Trump. No solo dejaba claro que no respondería a Teherán, sino que Israel e Irán habían acordado un alto el fuego. Apenas digeríamos la noticia cuando los ataques, que ya eran bastante fuertes en algunos sectores, se intensificaron. Empezaron a compartirse en las redes las advertencias hechas por las fuerzas israelíes de que había que evacuar el distrito 7 de la capital. Circulaba un mapa donde se veían la conjunción entre las céntricas avenidas de Enqelab y Beheshti, a solo diez minutos de nuestro edificio familiar. Pero nadie prestó atención, estaba lejos.
En el segundo piso sonaba la música con intensidad para así tapar el sonido de la defensa aérea, que se oía cada cierto tiempo. En el tercer piso –donde vivo–, uno dormía mientras que otra –quien esto escribe– terminaba directos de televisión en la terraza, bajo el cielo donde se veían algunas estrellas a pesar del humo que permeaba el ambiente.
Lo que presenciaba era un escenario imposible de visualizar hasta octubre pasado cuando Israel atacó por primera vez Irán y destruyó sus principales baterías de defensa aérea. Había que estar muy loco para apostar un grano de arroz a la posibilidad de que la aviación israelí volaría por los cielos de la capital iraní con la misma libertad que lo hace por el vecino Líbano, un país que está lejos de compararse militarmente con Irán.
“Es su barrio, salga de ahí”, me escribió una amiga alrededor de la una de la madrugada
Más surreal era el escenario de que Israel se dirigiera a la población iraní para anunciar los lugares que atacaría. “Eso es propaganda, no crea en eso que solo es para asustarlo”, sentenció un miliciano que cuidaba uno de los retenes que se levantaban esa noche en la ciudad. El destinatario era un artista de 35 años que habría atravesado la ciudad para recoger a su madre y llevarla a un lugar seguro. “Es indignante que piensen así”, dijo
“Es su barrio, salga de ahí”, me escribió una amiga alrededor de la una de la madrugada. Luego llamó, algo que nunca hace. De inmediato empezaron a sonar todos los teléfonos; el mensaje: es hora de evacuar. Había salido un nuevo mapa y el objetivo era nuestro distrito. La decisión era obvia, había que salir. En nuestra calle hay una oficina para temas sociales de la Guardia Revolucionaria, pero igual era peligroso. Cualquier edificación relacionada con esa fuerza militar era un objetivo.
Había que hacer la maleta: pasaportes, ordenador, discos duros, una foto de recuerdo de mi madre y a la calle. No había tiempo para mucho más, y pedir porque no pasara nada. Que la casa quedara intacta y que no le pasara nada a los gatos que viven en el sector, a los que alimentamos cada día.
Una vez en el coche, empezamos a conducir sin destino. ¿Cuál de esos edificios sería el objetivo señalado?, nos preguntábamos. Por esa razón había que salir del área demarcada. Decenas de coches hacían lo mismo: conducían rápidamente sin rumbo fijo, todos perdidos en una ciudad en la que generalmente saben su destino. Cualquier punto conocido de la ciudad podía ser un objetivo. Lo más seguro parecían las autopistas, donde muchos se estacionaban a un lado. Uno tras otro. Las filas eran largas, y hubieran sido más si la ciudad no se hubiera vaciado de gente durante los primeros días de la guerra.
Las defensas empezaron a trabajar con mayor intensidad. Luces rojas lanzadas al cielo a la caza de un objetivo que a nuestros ojos no existía. Pero de repente se oía a los lejos una gran explosión que lo iluminaba todo. Cada cual podía identificar la zona donde estaba su casa. Sufría.
Seguimos conduciendo y las escenas eran similares en otras partes de la ciudad. “Dicen que va haber alto el fuego, pero hoy ha sido un día horrible”, contaba una mujer mayor que se había sentado en una silla en su calle del oeste de la ciudad. Insistía que no se movería de allí hasta la hora de la tregua, como sucedió. En ese momento todo empezó a tranquilizarse, los extraños se miraban como buscando el consentimiento general para regresar a sus casas. La guerra había terminado, al menos por ese momento.
Había que estar muy loco para apostar a que la aviación israelí volaría libremente sobre Teherán
De camino a casa, ya con la luz del día, intentamos buscar una columna de humo. Allí estaba. El ataque había sido a cinco calles al norte, dos edificios habían quedado destruidos. La onda expansiva había alcanzado la calle a la vuelta de la casa, el café, la oficina de cambio, la tienda de móviles. ningún local tenía vidrios.
Nuestra calle se salvó, pero un vecino contó que el edificio había temblado con fuerza. Ya era imposible volver a la cama, tal como le sucedió a casi toda la ciudad, que vivió este primer día de alto el fuego con la pesadez y el cansancio que deja una noche sin dormir.
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