‘La fugida’: ¿pacto de Estado? El libro sobre el retorno y la huida de Puigdemont

Antes de las elecciones al Parlament del 12 de mayo del 2024 Carles Puigdemont prometió volver a Barcelona para la sesión de investidura. Lo hizo el 8 de agosto, coincidiendo con la de Salvador Illa, pero solo por unas horas. Llegó a subirse a una tribuna para dirigirse a los suyos, pero se esfumó delante de un despliegue policial que debía detenerle por orden del juez del Supremo Pablo Llarena. La periodista de La Vanguardia Mayka Navarro y el investigador Paco Marco han reconstruido los detalles que hicieron de la fuga uno de los acontecimientos más sorprendentes de la política catalana. La investigación concluye que los Mossos, bajo la dirección de Eduard Sallent, nunca tuvieron como prioridad su detención. Por ahora La fugida (La huida, Editorial Columna), solo se publicará en catalán.

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 La periodista de ‘La Vanguardia’ Mayka Navarro y el investigador Paco Marco han reconstruido en este libro los detalles que hicieron de la fuga de Puigdemont uno de los acontecimientos más sorprendentes de la política catalana  

Antes de las elecciones al Parlament del 12 de mayo del 2024 Carles Puigdemont prometió volver a Barcelona para la sesión de investidura. Lo hizo el 8 de agosto, coincidiendo con la de Salvador Illa, pero solo por unas horas. Llegó a subirse a una tribuna para dirigirse a los suyos, pero se esfumó delante de un despliegue policial que debía detenerle por orden del juez del Supremo Pablo Llarena. La periodista de La Vanguardia Mayka Navarro y el investigador Paco Marco han reconstruido los detalles que hicieron de la fuga uno de los acontecimientos más sorprendentes de la política catalana. La investigación concluye que los Mossos, bajo la dirección de Eduard Sallent, nunca tuvieron como prioridad su detención. Por ahora La fugida (La huida, Editorial Columna), solo se publicará en catalán.

Fragmento del capítulo 8

El 5 de agosto se celebró una nueva reunión, la primera en la que se convocaba a los mandos de la región de Barcelona y en la que Eduard Sallent ya participaba telemáticamente porque se encontraba de vacaciones. Asistieron Rosa Bosch, Ferran López, David Boneta, Miquel Hueso, la comisaria jefa de la región de Barcelona, Montserrat Estruch, su segundo, el intendente Ignasi Teixidó, y el jefe de dispositivos de la región, el intendente Oscar Fernández Barbeito. También asistieron el jefe de la División de Intervención, es decir el jefe de la Brimo, el intendente Xavi Pastor, y la intendenta Esther Antoranz, jefa de gabinete de la jefatura.

Tras analizar los distintos escenarios y reconfirmar la conveniencia de mantener el parque de la Ciutadella cerrado ese día, empezó nuevamente el debate sobre quién tenía que detener a Puig­demont. Estruch planteó abiertamente su disconformidad con que fuera uno de sus intendentes, concretamente el responsable de Ciutat Vella, el ejecutor de la orden. Por si fuera poco, el intendente Víctor Martín estaba de vacaciones y de viaje.

Varios mandos insistieron en la necesidad de que fuera un intendente, y designaron al segundo de Barcelona, Ignasi Teixidó, para que realizara la detención, acompañado de otro de los intendentes de la región, Oscar Fernández Barbeito. Teixidó, visiblemente incómodo con el encargo, dio un paso al lado y se desdibujó intencionadamente de la ecuación.

Mientras no se conseguía un consenso al agrado de todos sobre la figura de quién debía detener a Puigdemont, los mandos de Información seguían trabajando en el operativo. Aquellos días realizaron un reconocimiento del itinerario desde el parque de la Ciutadella hasta la Ciutat de la Justícia que realizarían los vehículos que trasladarían al arrestado. Accederían por la puerta delantera de la sede judicial y trasladarían a Puigdemont hasta un despacho habilitado de la sexta planta, donde esperaría hasta pasar a dispo­sición del juez de guardia, que ­comunicaría la presencia del detenido al Tribunal Supremo para recibir instrucciones. Conscientes de que Gonzalo Boye presentaría un habeas corpus, la idea era mantener a Puigdemont todo el tiempo posible en las instalaciones de la Gran Vía de l’Hospitalet para que el viaje hasta Madrid se realizara por la noche y, así, presentarlo ante Pablo Llarena a primera hora de la mañana, evitando el paso del político por los calabozos del Supremo.

Un plan que no aceptó la jueza decana de Barcelona, Cristina Ferrando, y que rechazó de lleno en cuanto lo conoció. La magistrada descartó cualquier “trato de favor” y advirtió a los Mossos que Puigdemont sería trasladado al primer calabozo disponible de la Ciutat de la Justícia y conducido a Madrid en cuanto se recibiera la orden. Tampoco aceptó la sugerencia de esperar a realizar el traslado de noche.

Puigdemont viajaría a Madrid en una furgoneta negra con los cristales tintados del GEI, custodiado por dos coches, en uno de los cuales se desplazaría también el comisario Ferran López. El comisario habló esos días con el secretario de Estado de Seguridad, Rafael Pérez Ruiz, para acordar que fuera la policía catalana, y no la Guardia Civil que es quien tiene la competencia, la encargada de realizar el traslado de Puigdemont hasta el Tribunal Supremo.

El 7 de agosto se celebró una nueva reunión, esta vez en la comisaría de Sant Andreu, en Barcelona. Rosa Bosch ya estaba al frente del operativo y de los Mossos, con Sallent formalmente de vacaciones, así como la jefa de Barcelona, la comisaría Estruch, que aun así había asistido a algunos encuentros, había delegado la responsabilidad en su segundo y finalmente fue a trabajar el día 8. Los convocados esta vez fueron Ferran López, David Boneta, los tres intendentes de Barcelona, Ignasi Teixidó, Oscar Fernández Barbeito y Rafael Tello, los intendentes Miquel Hueso y Carles Hernández, Xavier Pastor, el jefe del GEI y un mando de la comisaría general de Información. Hasta ese momento, la consigna era que si el president entraba al parque por el acceso principal lo detendría Oscar Fernández Barbeito, y si lo hacía por el 6, se encargaría Rafael Tello.

A menos de 24 horas de la reaparición de Carles Puigdemont, Bosch arrancó la reunión comunicando una nueva instrucción por indicación de Sallent. Volvía a haber un cambio de planes. La detención la realizaría un mando de Barcelona, pero de paisano. Los dos intendentes que habían sido designados se miraron perplejos. El debate parecía el día de la marmota, dando vueltas absurdas en torno a la ejecución de una orden judicial. Al final se planteó nuevamente si algún responsable de comisaría de Información podía ejecutar la detención.

En las reuniones de planificación en esos días los cambios continuos de criterio causaron desconcierto

Algunos mandos presentes en las reuniones de aquellos días trasladan su desconcierto ante los cambios continuos de criterio ­sobre las directrices de cómo se tenía que realizar el arresto. Y la sensación generalizada de que acatar la orden de Llarena era una responsabilidad que muy pocos querían asumir y que algunos se habían descartado directamente.

La ausencia de Eduard Sallent por vacaciones con Rosa Bosch al frente del dispositivo se publicó en La Vanguardia en la edición del 7 de agosto. En el Telenotícies Vespre de TV3 de aquella jornada, la periodista Fàtima Llambrich firmó una pieza en la que también se hacía eco de esa sorprendente ausencia. Aquella noche Eduard Sallent telefoneó a su segunda para advertirle de que estaba valorando si presentarse al día siguiente.

Así fue como el 8 de agosto, a las siete de la mañana, en el momento en el que se estaba constituyendo el Cecor, Sallent irrumpió por sorpresa anunciando que había cambiado de opinión. No solo trabajaba, sino que sería él mismo el encargado de detener al president Puigdemont. Los mandos presentes en la sala no daban crédito. El desconcierto era absoluto. Uno preguntó abiertamente qué había cambiado en las últimas horas para pasar de decidir que el arresto lo hiciera un intendente de paisano con perfil bajo a encargarse el mismísimo jefe del cuerpo. “Es lo mejor para todos”, respondió Sallent. Finalmente desistió ante la insistencia de unos cuantos mandos y se regresó al plan anterior en el que dos inspectores de Información fueran los encargados.

Tras el encuentro del lunes 5 de agosto Sallent creó el grupo de WhatsApp llamado Dispositiu investidura en el que añadió a los diez mandos presentes en la reunión. No puso ninguna imagen y fue el encargado de escribir y compartir el primero de los mensajes.

“En relación a la reunión de hoy:

  1. El dispositivo tiene como objetivo garantizar la celebración del pleno.
  2. En el marco de este dispositivo existe la posibilidad de que se produzca la detención del presidente Puigdemont. Pero no es la finalidad del dispositivo.
  3. En la reunión de hoy hemos planificado el dispositivo en diferentes escenarios y hemos evaluado hipótesis sobre una hipotética presencia del expresidente.
  4. Hemos definido un disposi­tivo pulcro y equilibrado que garantice su eficacia sin estridencias.
  5. Quien tenga alguna consideración a hacer que la haga en las reuniones con transparencia”.

Un minuto después de enviar el mensaje, la comisaria Rosa Bosch respondió con dos emoticonos seguidos del pulgar en alto.

El watsap de Sallent del mismo día 8 era claro: la detención del expresident no era la finalidad del dispositivo

Sallent lo dejó muy claro y por escrito en ese mensaje compartido. El objetivo no era detener a Puigdemont, aunque tal vez aparecería. Definió el operativo como “pulcro y equilibrado” y dijo que garantizaría su eficacia “sin estridencias”.

No concretó en ese momento el comisario a qué se refería con “evitar estridencias”, pero días antes ya había advertido que no iba a permitir la imagen de una autoridad política rodando por los suelos durante la detención del president. En ese mensaje Sallent insistía en anteponer la investidura a la detención de un Puigdemont que había dicho por activa y por pasiva que se presentaría, y apostaba por una “pulcritud” que en esta ocasión se pasó de frenada y ni rozó al objetivo.

Cada vez que alguien le preguntó aquellos días, Sallent advirtió que la policía catalana no sería “activa” en el arresto y que, bajo ningún concepto se iría a buscar al president; solo en el caso de ser ­localizado e identificado, se le arrestaría como mandaba el juez Pablo Llarena. El comisario confiaba y a su vez necesitaba una detención “diplomática” sin incidentes ni altercados que, de alguna manera, contentara a todos. “Pulcra, equilibrada y sin estridencias”, dejó por escrito a los responsables de ejecutar el dispositivo. Una ecuación complicada en la que ha sabido moverse siempre con una gran habilidad Eduard Sallent. Hasta ahora.

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