Su patente de corso ha expirado. Si fuera el capitán de un buque pirata, el cuerpo de Keir Starmer estaría ya colgado de lo alto del palo de la vela mayor, o en el agua a merced de los tiburones. Los amotinados se han hecho con el control del barco, y en Downing Street no ondea la Union Jack, sino la bandera blanca. La autoridad del primer ministro británico, a pesar de su mayoría absoluta en el Parlamento, ha quedado severamente disminuida.
Las propias bases laboristas frenan al primer ministro británico
Su patente de corso ha expirado. Si fuera el capitán de un buque pirata, el cuerpo de Keir Starmer estaría ya colgado de lo alto del palo de la vela mayor, o en el agua a merced de los tiburones. Los amotinados se han hecho con el control del barco, y en Downing Street no ondea la Union Jack, sino la bandera blanca. La autoridad del primer ministro británico, a pesar de su mayoría absoluta en el Parlamento, ha quedado severamente disminuida.
Starmer, que está a punto de cumplir su primer año en el poder, creía haber obtenido un mandato para ser un líder iconoclasta, con permiso para desafiar las normas y métodos tradicionales del laborismo, sujeto a estrictas normas fiscales, que combatiría a la ultraderecha asumiendo algunos de sus postulados y recostaría el Estado de bienestar para que “quienes puedan trabajar, trabajen”. Pero se ha encontrado con que por lo menos 130 diputados de su propio partido no comparten esa agenda y piensan que el Labour tiene la obligación moral de combatir la pobreza y ayudar a los más desfavorecidos.
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Resistencia al deseo del Gobierno de combatir a Farage haciendo suyos algunos de sus planteamientos
El choque de trenes lo ha provocado un proyecto de ley para dificultar y reducir la demanda de subsidios por incapacidad (uno de cada cinco británicos reclama algún tipo de ayuda social, y el presupuesto se ha desmadrado). Unas 350.000 personas habrían visto recortados sus ingresos en hasta ocho mil euros anuales, y un amplio elenco de parlamentarios del Labour –muchos de la última hornada (los llamados starmtroopers ), y no solo del ala izquierda– dijeron que hasta ahí podríamos llegar, que no se habían metido en política para hacer algo así.
Starmer y sus huestes pensaron que la tormenta amainaría, pero la marejada se convirtió en mar gruesa conforme se acercaba la votación del próximo martes. Un total de 126 diputados firmaron una enmienda que habría permitido derrotar el proyecto de ley.
Llueve sobre mojado, porque el Gobierno ya había dado anteriormente dos marchas atrás, una sobre la eliminación de las ayudas a los jubilados para pagar el gas y otra sobre una investigación oficial de los abusos sexuales a menores perpetrados por bandas paquistaníes en el Reino Unido. Pero esta retirada es aún más espectacular, un Dunkerque, el equivalente de las tropas napoleónicas huyendo de Rusia en 1812, de la salida francesa de Argelia en 1962 o de la derrota romana ante Aníbal en la batalla de Cannas.
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Thatcher hizo famosa la frase de que “la señora no tiene marcha atrás”, pero Starmer es lo contrario y no para de hacer trompos, encorsetado por las normas fiscales que él mismo se impuso para ganar las elecciones y que le obligan a recortar gastos, a pesar de que ha subido impuestos por un importe de 50.000 millones de euros. La receta perfecta para tener a todo el mundo en contra, a la derecha, la izquierda, los empresarios, clases medias y obreros.
Para intentar salvar su ley de reducción de los subsidios por discapacidad, el Gobierno ha ofrecido a los amotinados que no se aplique a quienes ya los cobran, sino a quienes los pidan a partir de ahora, lo cual crearía un doble baremo de difícil justificación moral. Y, además, el Tesoro se encuentra con un agujero de 6.000 millones de euros que solo pueden salir de una nueva subida de impuestos en otoño. Así, no es de extrañar que Starmer sea el primer ministro más impopular de la historia a estas alturas de su mandato y que las encuestas indiquen que, si se celebraran ahora elecciones, Nigel Farage saldría primer ministro, incluso con mayoría absoluta. Por suerte, la cita con las urnas no está convocada hasta el 2029.
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La derecha británica (igual que la española) hace todo lo posible por deslegitimar al Gobierno laborista con la ayuda de la prensa afín y tiene en el punto de mira a la ministra de Economía, Rachel Reeves, y al jefe de Gabinete, Morgan McSweeney, arquitecto de la victoria electoral, con más de un 60% de los escaños y menos de un 30% de los votos. Los cortesanos están ahí para parapetar al rey, y este último es para Starmer lo que Dominic Cummings fue para Boris Johnson, su Rasputin, su cardenal Richelieu o su visir Jafar bin Yahya (el malo de Aladino). Poderoso, pero sacrificable si la supervivencia está en juego.
El buque corsario sigue navegando, pero con el capitán pegando gritos encerrado en la bodega y los piratas al frente del timón.
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