¿Juegos de niñas? Lo parece, pero no lo es

Hace cuarenta años que las fuerzas de seguridad no pisan estos suburbios

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 “Y al fin, aquellas crías de Shatila que solo se veían como futuras esposas y madres pasaron a baloncestistas”, cuenta Txell Feixas  

Hace cuarenta años que las fuerzas de seguridad no pisan estos suburbios

Aliadas, Txell Feixas

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Me cuenta Txell Feixas (45).

–En todos los campos de refugiados siempre hay un descampado con tierra o algunas hierbas, y un puñado de niños corriendo tras una pelota hecha de trapos, y otro abanico de niñas sentadas en el perímetro, mirándoles, o ayudando a las madres en las tiendas de campaña.

–¿En Shatila también?

–También.

(Txell Feixas sabe de qué está hablando. Lo ha comprobado en persona. Le avalan seis años de corresponsalía en Oriente Medio para la plataforma 3Cat que incluyen inmersiones en Irak, Siria, Kurdistán, Palestina, Israel, Turquía, Afganistán… “¿Sigo enumerando países?”, me pregunta. “Es suficiente”, le respondo).

Esto es Shatila: una pequeña Palestina en el corazón de Líbano. Un campo de refugiados levantado en 1948, un km2levantado a cuatro kilómetros de Beirut, diseñado para acoger a 3.000 palestinos y donde hoy viven 30.000.

(Un lugar tristemente célebre, masacrado en 1982).

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–Líbano no quiere más espacios como este, y por eso ahoga a los refugiados. Shatila va por la cuarta generación, y sin embargo sus habitantes siguen sin recibir la nacionalidad libanesa, y no pueden comprarse propiedades fuera del recinto ni trabajar en decenas de profesiones. Líbano les condena a ser refugiados toda su vida. La perspectiva es de pobreza. Pero incluso así, a veces entra un rayo de luz.

Y me habla del equipo de baloncesto de las niñas de Shatila.

Me habla con sus palabras y también a través de ‘Aliadas’ (editorial Capitán Swing), la obra de 147 páginas que se lee de un tirón y no porque la obra sea breve sino porque no te deja escapar.

Txell Feixas me habla de aquel día, cuando descubrió la cancha semiclandestina.

“Encontramos una entrada de paredes cavernosas y húmedas que parece la boca del lobo. El ascenso, lleno de obstáculos, es una metáfora de las dificultades que hallan las niñas para abrirse paso”, escribe.

–Y en la quinta planta de aquel edificio me topé con un intento de pista de baloncesto, un espacio de libertad para las criaturas, para un montón de crías que no solo estaban aprendiendo a jugar al baloncesto, sino también a ser las niñas que no habían podido ser: a través del deporte, saltaban a otra dimensión. No solo iban a ser madres y esposas, ahora también podían soñar con superar alguna vez los muros de Shatila e incluso formarse académicamente porque así se lo exigía Majdi, el hombre que había formado el equipo y lo entrenaba.

Txell FeixasEscritora y periodista

La historia de Majdi merece un capítulo aparte.

Es el padre espiritual del equipo y de algunas niñas, y también es el padre de Razan, y en esa relación padre-hija se levanta un muro de contradicciones.

Majdi enrola a Razan, la incorpora al equipo de baloncesto.

Razan dice que se siente como un juguete de su padre. Y cuando juega al baloncesto, se declara aterrorizada ante la mirada “de esos babosos clavada en mis partes íntimas. Sentía auténtico pánico cuando me pasaban la pelota, porque todo el mundo me examinaba (…) Yo quería pasar desapercibida, y resulta que me había convertido en el trofeo de mi padre, en un símbolo de su causa”.

Txell Feixas, en una imagen reciente
Txell Feixas, en una imagen reciente 
Anna Martínez

Tan desconcertada como enfurecida, Razan termina abandonando el equipo.

Otras muchas compañeras, sin embargo, siguen adelante. Y tiempo más tarde, lo logran: eventualmente salen a competir en el extranjero. Llegan a jugar en Madrid, en el pabellón del Estudiantes.

–Con el tiempo, las niñas ocupan un lugar central en Shatila. Y flexibilizan las rígidas normas del lugar. Rola se ha casado. No lo ha hecho de cría, sino a los veintipico años y enamorada. Amina estudió y ejerce Fisioterapia. En Instagram, he visto que Marwa se ha graduado. Y ahora, los padres que antes las maltrataban se emocionan al llevarlas al aeropuerto para algún partido internacional. ¿Y sabe lo mejor?

–Dígame…

–La magia del equipo es que no es una excepción: hay un grupo de cricket femenino. Y otro formado por viudas que reutilizan ropa vieja para tejer compresas. Y yo he descubierto que me equivocaba cuando pensaba que allí todo era oscuro. Los refugiados de Shatila no son unos pobrecitos, son mucho más de lo que creemos que son.

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