Jean-Pierre Darroussin: «Antes, todo cerraba al mediodía y comíamos bien en casa cada uno de una manera. Ahora, nada cierra y todos comemos la misma basura»

El actor francés estrena ‘Juliette en primavera’, de Blandine Lenoir, una comedia dramática de aire chejoviano sobre la mujer, la vida en provincias, la felicidad y los secretos inconfesables Leer El actor francés estrena ‘Juliette en primavera’, de Blandine Lenoir, una comedia dramática de aire chejoviano sobre la mujer, la vida en provincias, la felicidad y los secretos inconfesables Leer  

Hay actores que es imposible olvidar por la sencilla razón de que siempre están ahí. Jean-Pierre Darroussin (Courbevoie, 1953) es uno de ellos. Su eterna presencia vale igual para elevar el nivel de una película cualquiera (da igual que la firme Kaurismaki, Jean-Pierre Jeunet o su inseparable Robert Guédiguian) que para acreditar su procedencia. Si está él, es francesa. O debería serlo. Juliette en primavera, de Blandine Lenoir, es una película francesa y la prueba es que Darroussin da vida a un padre poco expresivo, pero muy hablador; muy bromista, pero triste. «Cuando leí el guion por primera vez, me vino a la mente Chejov. Me conmovió esa facilidad para dar a las palabras el peso justo, para mostrar los sentimientos antes que ahogarlos en frases ampulosas», dice a modo de presentación en, precisamente, la presentación en Madrid de la película. «Lo primero que hago nada más llegar a una ciudad es viajar en metro», sigue sin apenas pausa. «Las grandes ciudades solo son comprensibles desde el tráfago de la gente en el metro. En París me ocurre lo mismo. Para un actor, el metro es mucho más que un simple medio de transporte, es una escuela de interpretación». Y dicho lo cual enseña sus trofeos: «La camiseta del Real Madrid es para mi hijo de 11 años. Le apasiona el fútbol».

En su nuevo trabajo, él es uno de los tres hombres en una película esencialmente de mujeres. «Durante demasiado tiempo las mujeres se han construido y definido a través del hombre y eso tiene que acabar. Tengo ya una larga carrera y nunca había visto nada parecido a lo que está ocurriendo ahora mismo en el cine y en todos los aspectos de la vida. Y me alegro. Hay una nueva perspectiva decidida a acabar con todos los prejuicios que durante demasiado tiempo tomábamos como naturales. Eso que llamamos patriarcado (en Francia no paramos de usar esta palabra) existe y lo empapa todo. Me he dado cuenta especialmente en mi nuevo papel de padre. Tengo dos hijas ya mayores y un crío pequeño. Ahora me considero un padre nuevo, libre de ese patriarcado. Siempre he sido un hombre comprometido, sindicalista, pero ahora, con más motivo, creo que es mi obligación transmitir otros valores distintos a la competitividad, el poder y esas cosas… del patriarcado», dice mientras mezcla su vida, la suya propia, con la de su personaje en la película.

Para un actor que tantas veces ha trabajado con el muy político Robert Guédiguian (se llevan apenas un día —«Él nació el 3 de diciembre y yo el 4 del mismo año», confiesa– y han compartido 20 películas según su propia cuenta), el compromiso es parte inseparable de su trabajo. Y presume de ello. Cuenta que viene de una familia trabajadora en la que intentar ser actor era considerado entre una anomalía o simplemente una extravagancia. Y también cuenta que siempre sintió una extraña fascinación por los actores viejos. «Lo curioso es que me he convertido en uno de ésos, un actor viejo, que tanto admiré», dice. Ahora, desde la altura que dan los años, mira a su alrededor, y se asombra: «Me resulta todo muy paradójico. Vivimos un tiempo en el que la humanidad ha llegado a un nivel de desarrollo inédito. Nunca antes hemos sabido tanto de nosotros y de todo lo que nos rodea y, sin embargo, todo es ruido, todo es enfrentamiento. El mundo cada vez es más maravilloso y estamos convencidos de justo lo contrario. Tanto insistimos en lo catastrófico que es todo que, al final, nos lo hemos creído. Mira lo que sucede en Estados Unidos con Trump. Es terrible que el país que inventó y extendió la democracia por todo el mundo, esté a punto de acabar con ella».

¿Y a qué lo achaca?
Solo soy un actor. Pero mire donde mire, solo veo un ansia de competitividad y dominio sobre el otro que no tiene sentido. Lo veo incluso en mi hijo pequeño. El progreso se confunde con ganar dinero. Imagino que ese ansia por estar mirando constantemente una pantalla tiene mucho que ver. La sociedad se ha infantilizado terriblemente y de manera muy preocupante.

A Jean-Pierre Darroussin le gusta considerarse «el más pesimista de los optimistas y el más optimista entre los pesimistas». Se declara de esta guisa y, por la gracia espontánea de las frases ensayadas, ríe. O, mejor, sonríe. Es cauto. «Ser padre cuando eres mayor y nada te preocupa, te permite ser el padre que no pudiste ser cuando eras joven y te preocupaba todo. Además, aprendes a tomar las cosas en lo que valen. Miras el mundo con más tranquilidad. La serenidad que tanto despreciaste antes, ahora te resulta lo más importante… Mira en qué se han convertido las ciudades. Pienso en Marsella, por ejemplo. Antes, todos los comercios cerraban al mediodía y comíamos bien en casa cada uno de una manera. Ahora, nada cierra y todos comemos la misma basura. Hay Starbucks de ésos por todos lados. Y me llama especialmente la atención en Marsella, que fue la última ciudad francesa en la que hubo un McDonald. Pero también ha caído», comenta sin interrupción, pero con pausa. Jean-Pierre Darroussin sigue ahí.

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