Es muy interesante observar la OPA que Salvador Illa está lanzando a una parte del clásico espacio sociovergente, una realidad social nunca culminada en fórmula de gobierno al más alto nivel, algo que no niega la existencia de una importante bolsa de votantes que básicamente se ven atraídos por la formación política que en un momento dado más se dibuja como “partido de orden” o “central”.
Es muy interesante observar la OPA que Salvador Illa está lanzando a una parte del clásico espacio sociovergente, una realidad social nunca culminada en fórmula de gobierno al más alto nivel, algo que no niega la existencia de una importante bolsa de votantes que básicamente se ven atraídos por la formación política que en un momento dado más se dibuja como “partido de orden” o “central”.Seguir leyendo…
Es muy interesante observar la OPA que Salvador Illa está lanzando a una parte del clásico espacio sociovergente, una realidad social nunca culminada en fórmula de gobierno al más alto nivel, algo que no niega la existencia de una importante bolsa de votantes que básicamente se ven atraídos por la formación política que en un momento dado más se dibuja como “partido de orden” o “central”.

Alberto Paredes – Europa Press / Europa Press
Desde que asumió el cargo de presidente, Illa está poniendo especial énfasis en dibujarse como el líder de esta opción, pero hay un momento en que del papel debe pasarse a lo real. Y ya que en las sociedades aceleradas que vivimos esto es necesario que se dé rápido, ahí es donde está la gran incógnita sobre si un presidente planiano (no de Josep Pla, sino de abonado a anunciar muchos planes) podrá aterrizar sus hábiles intenciones en hechos que den frutos, primero a la sociedad y, finalmente, a él y a su partido político.
Impulsar ciertas políticas, con según qué socios, suena difícil de creer
Es interesante ver cómo Illa lo proyecta meritoriamente, en forma, con encuentros como el de este fin de semana en Núria con los miembros de su Ejecutivo, de aires pujolianos clarísimos, o, por ejemplo, ayer mismo, compareciendo en Palau con una declaración institucional, tras un atril con el texto “Responem. Pla de defensa de la Catalunya de tothom”. De nuevo, un plan. Y el caso es que la música de lo que proyecta un líder institucional que reivindica que hay alguien al volante del gobierno catalán suena muy bien, más en tiempo de estremecimiento y con Estados Unidos en manos de Donald Trump. Pero esto, yendo al fondo, ¿cómo se aterriza?
Ayer el president Illa anunciaba medidas económicas que impulsadas por un gobierno sin presupuestos y con el grado de autonomía que tiene el de la Generalitat bien podrían ser, retórica aparte, perfectamente insuficientes frente al tsunami Trump.
Porque, visto el contexto, opciones como una posible suspensión de impuestos autonómicos, sobre todo en el sector agrícola, también puede sonar muy bien a una mayoría de ciudadanos, pero esto en teoría ahora solo podría salir adelante con el apoyo de Junts, ya que el discurso clásico de los socios de Illa, aquellos que lo hicieron presidente, comunes y ERC, es por definición contrario a bajar impuestos. Es este un discurso antiguo y tramposo, sí, pero es el de formaciones políticas que hoy por hoy marcan los límites a donde puede llegar Illa.
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Esta semana he tropezado con un libro, The Technological Republic. Hard Power, Soft Belief and the Future of the West , donde dos profesionales y cerebros potentes, Alexander C. Karp y Nicholas W. Zamiska, llaman a volver al espíritu de colaboración público-privada de los años 40 y 50, para promover la innovación que beneficie el bienestar y la seguridad democrática. Una filosofía, acertadísima y necesaria, que aparte de predicarla, debe practicarse. Pero, con según qué socios y, por tanto, con según qué políticas, suena a cuadratura del círculo. “Todo esto, ¿quién lo paga?”, habría dicho Pla. Y estaríamos al cabo de la calle.
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