Hun Sen dinamita desde Camboya al clan Shinawatra en Tailandia

“Tenemos armas que pueden alcanzar Bangkok”, ha advertido este viernes el viejo dictador camboyano, Hun Sen, antes de añadir: “Aunque eso no quiere decir que lo hagamos”. la disputa en la frontera entre Tailandia y Camboya vuelve a echar chispas y, a ambos lados, hay gente interesada en que el fuego prenda y consuma al gobierno de Paetongtarn Shinawatra. 

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 La legalización de los casinos, prometida por la primera ministra Paetongtarn, amenaza a Phnom Penh  

“Tenemos armas que pueden alcanzar Bangkok”, ha advertido este viernes el viejo dictador camboyano, Hun Sen, antes de añadir: “Aunque eso no quiere decir que lo hagamos”. la disputa en la frontera entre Tailandia y Camboya vuelve a echar chispas y, a ambos lados, hay gente interesada en que el fuego prenda y consuma al gobierno de Paetongtarn Shinawatra. 

La chamuscada primera ministra tailandesa tomó las riendas hace apenas diez meses, sustituyendo despues de un año a un promotor inmobiliario de su mismo partido. Por un lado, avivan los rescoldos los enemigos de siempre de su padre, el magnate Thaksin Shinawatra. Por otro, sopla Hun Sen, viejo zorro de la política camboyana. Este solo en teoría se contenta con ser el presidente del Senado en Phnom Penh, tras cuarenta años en primera línea, y solo después de tomar la precaución de colocar como primer ministro a su hijo Hun Manet.

En el caso que nos ocupa, lo del soplo de Hun Sen es literal: Filtró la conversación que había mantenido con la bisoña Paetongarn, al hilo del último repunte de tensión fronteriza. Hun Sen ha sido amigo, anfitrión y protector de la familia Shinawatra, durante más de treinta años. En su conversación en tailandés y camboyano -mediante traductor- lo que mejor se entiende es el tono casi filial de la primera ministra de Tailandia, de 38 años, que además le trata de “uncle” (tío). 

Todo ello, de difícil digestión para los nacionalistas tailandeses. Pero no tanto como la chanza con que Paetongtarn se refiere al general al mando de las fuerzas fronterizas tailandesas, que había amenazado con utilizar la fuerza contra Camboya. “No haga caso, “uncle”, es mi oponente”. 

La grabación y filtración de la llamada desencadenó la deserción del ejecutivo de coalición tailandés de una fuerza derechista con decenas de diputados, Bhumjaithai. Reduciendo al mínimo la mayoría gubernamental, pero sin darle la puntilla. Esta ya ha movido ficha, dando marcha atrás en la legalización de la venta sin receta de derivados del cánnabis, polémica iniciativa que llevaba la firma de Bhumjaithai (mientras que Thaksin Shinawatra se significó en sus años de primer ministro por todo lo contrario, en su guerra contra los pequeños traficantes). 

Una manifestación este sábado pretende facilitar un golpe judicial contra el gobierno

Pero la batalla no ha hecho más que comenzar. Bhumjaithai se ha prometido a presentar una moción de censura para este jueves, a sabiendas de que la mayoría pende de un hilo. Y que esta podría desfondarse si la gran manifestación de protesta prevista para mañana sábado en Bangkok iguala o supera las expectativas. 

De forma casi simultánea, el martes el Tribunal Constitucional -el mismo que inhabilitó al anterior primer ministro, Srettha Thavisin, tras apenas un año- examinará la petición de una treintena de senadores sobre la supuesta “traición” de Paetongtarn Shinawatra, al tratar a un general de “oponente”, mientras se embarcaba en un acaramelado diálogo con el verdadero adversario. La primera ministra insiste en que solo era una estrategia comunicativa. 

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Pese a sus problemas de salud, Hun Sen visitó este jueves a las tropas que ha desplazado a la frontera con Tailandia. Entre estas estarían las fuerzas de élite mejor armadas, encargadas de la protección de su famliia. 
Agence Kampuchea Press / Reuters

Para colmo de su desgracia, el propio Hun Sen la tilda ahora de “traidora” y por los mismos motivos: Por denostar a un oficial del ejército de su propio país. Pero no se contenta con eso. Avisó de que este viernes mandaría un mensaje especial a los tailandeses y este ha consistido en más fango para los Shinawatra. La imagen del prófugo Thaksin de hace un par de años, en que aparece junto a él con un collarín ortopédico, “es falsa, se lo puso para la foto”. También dice que este tenía un plan “para relevar a la cúpula del Estado”. Una velada referencia a los supuestos designios antimonárquicos de Shinawatra que, precisamente, también llegan a los tribunales la semana que viene, por una entrevista que concedió hace diez años a una publicación surcoreana. En Tailandia, como es sabido, está en vigor una draconiana ley de lesa majestad. 

Todo lo anterior ha llevado a temer un retorno del ruido de sables a la primera línea política en Tailandia, apenas dos años después de que el general Prayut Chan-o-cha -que dio el golpe de estado de 2014- volviera a ceder el poder a los civiles. En las elecciones de 2023, el partido más votado, Avanzar, monárquico descafeinado -y estrechamente alineado con fuerzas políticas y económicas de EE.UU., Japón y Taiwán- chocó con el veto explícito de los militares. 

Estos tuvieron que tragarse la píldora amarga de pactar un gobierno liderado por el segundo partido más votado, Pheu Thai, de la familia Shinawatra, previo pacto con el prófugo Thaksin, al que se permitió regresar bajo varias condiciones. Acolchado, además, por varias fuerzas afines al establishment monárquico y militar.

Estos últimos, en cualquier caso, observaban con estupor como, diez años después de la caída  de su hermana Yingluck Shinawatra -todavía en el exilio- Thaksin lograba volver a gobernar desde la sombra, hace un año, a través de su propia hija. 

El actual pulso empezó, de forma no del todo extraordinaria, con una escaramuza en una de las zonas no delimitadas de la frontera, en la que falleció un soldado camboyano. A continuación, Phnom Penh empezó a tomar medidas de represalia contra Tailandia. Desde la suspensión de emisiones de series y películas tailandesas, hasta el veto a productos agrícolas. Tailandia replicó algunos de estos boicots y no oculta el as bajo la manga de que medio millón de camboyanos trabajan en el país. De momento, este viernes, varios pasos fronterizos permanecían cerrados. 

Las zonas más inflamables, una vez más, son las cercanías de algunos templos jemeres que los nacionalistas tailandeses reclaman como propios (pese a ser jemeres). El punto más candente, de hecho, no está en tierra, sino en el mar, en una isla disputada que decide una gran extensión de aguas territoriales. Camboya insiste en llevar el conflicto al Tribunal Internacional de Justicia, pero Tailandia no lo acepta. 

La escaramuza militar pudo ser fortuita. Pero la trifulca política, no. El patriarca, Thaksin Shinawatra, ha demostrado tener más vidas que un gato, la semana que viene vuelve a enfrontarse al abismo en los juzgados. Esta vez, Hun Sen, en lugar de darle apoyo, ha decidido dar carnaza a sus enemigos e incluso unirse a los empujones de estos. 

Aun así, Tailandia dice estar trabajando para abrir un diálogo entre sus respectivos ministros de Exteriores. Mientras sigan en el cargo. 

La repetición de los choques entre “camisas rojas” y “camisas amarillas”, pro Thaksin y pro monárquicos, es algo que los tailandeses creían superado, tras haber sido la tónica. Seguramente adoptará nuevas formas, porque muchos de los incondicionales de Thaksin -del norte y nordeste del país- se han desengañado. Mientras tanto, ha aparecido el citado Avanzar (antes aún, Future Forward), que en su tercera reencarnación se llama Partido Popular, pero que lleva una mochila geopolítica demasiado pesada para las espaldas de Tailandia, en los tiempos que corren. 

El mismo Hun Sen estaría estudiando fórmulas para despojar de la nacionalidad a aquellos camboyanos que trabajen en favor de intereses extranjeros. Sus proyectiles verbales están causando bajas políticas en Tailandia. Su esperanza podría ser que la caída de los Shinawatra sea también la de su proyecto más avanzado: la legalización del juego en Tailandia. Los casinos son una de las vacas lecheras de su régimen. No solo por los turistas chinos, sino también por los propios tailandeses que cruzan la frontera todas las semanas. 

Este sería un desenlace deseable para una parte del ejército, aunque es dudoso que se embarquen en un golpe de estado de la vieja escuela, tan anacrónico como la recientemente frustrada ley marcial en Corea del Sur. “Ya no necesitan organizar golpes de estado”, considera el politólogo de la universidad de Rangsit, Wanchiwit  Boonprong. “La justicia y otras instancias les permiten organizar un ‘autoritarismo discreto’ que evite la imagen de tanques por la calles”. 

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