Hamnet: Chloé Zhao y Jessie Buckley elevan el dolor de la pérdida al límite de lo sublime (*****)

La directora de Nomadland compone de la mano del irrefutable trabajo de la actriz irlandesa una obra maestra sin más Leer La directora de Nomadland compone de la mano del irrefutable trabajo de la actriz irlandesa una obra maestra sin más Leer  

Pocos finales ha dado el cine reciente tan tremendos, tan plenos, tan dolorosos, tan brutales y tan exquisitos a la vez, tan delicados y, si se quiere, tan poco pudorosos, tan bellos sin duda, tan irresistiblemente catárticos y desmedidos, tan prodigiosos en el mismo sentido que Dreyer se atrevió a filmar el milagro de la resurrección en Ordet. Duele el pecho y no es tanto la emoción, que también, como la certeza del reconocimiento, el sentir que en algún lugar sin determinar de algún órgano que probablemente ni siquiera tenga nombre lo sucedido en el siglo XVI a una pareja que pierde un hijo es el idéntico abismo que define la finitud de cualquiera de nosotros. Da lo mismo la época, el siglo, los puntos acumulados en la tarjeta del supermercado o el estado civil. Chloé Zhao completa con Hamnet (con N que no L), según la novela de Maggie O’Farrell que además firma el guion con la directora, la que sin duda es su obra maestra y, desde ya, la nuestra y la de cualquier espectador que acepte hacer suyos cada uno de los dolores grandes y pequeños que configuran la geografía devastada de un amor arrasado por la muerte. De repente, el dilema mil veces repetido sobre el ser o no ser sobre el que gira la más célebre de las obras jamás escrita no apela tanto a una duda existencial o a la posibilidad cierta del suicidio de un rey danés destronado como a algo tan cercano e inédito como la aceptación de la vida pese a todo, pese su insoportable oscuridad en según qué momentos, pese al propio pesar de lo que pasa y de lo que pesa. Hamnet, una película, sin duda, tan tanto.

A su manera, la directora lleva a su cenit una constante que ha presidido todo su cine en cualesquiera de sus formas y posturas. Da lo mismo que hablemos de la melancólica y emocionantísima The Rider que de la combativa Nomadland que del desastre que fue la incursión en el mundo Marvel con Eternals. En todas ellas, como la propia cineasta explica (al que firma se lo explicó en un hotel de Londres acompañada de sus dos perros), la idea es acercarse a una descripción del mundo, así en general, desde lo que no duda en llamar su lado femenino, su misterio, su verdad en toda su evidente crudeza. Y por ello ese empeño en acudir a géneros cinematográficos como el western, los superhéroes o la road-movie tan tradicionalmente masculinos a su modo. Aunque en verdad, ella no habla de género ni de guerras culturales, aunque un poco sí; tampoco de misticismo, aunque otro poco también, y tampoco se trata de una simple iluminación, aunque, bien mirado, sí que lo es. Bendita iluminación. Todo el esfuerzo consiste en desmontar los rigores de una narrativa tradicional, instrumental y reactiva únicamente pendiente de ser útil, de ser rentable, de ser efectiva, de dominar y de colonizar el relato. Y de ahí un cine esencialmente trascendental que emparenta con Ozu, con Dreyer, con Bresson, con Agnès Varda o con Terrence Malick. Es decir, no se trata de inventar nada, sino de ser exageradamente coherente.

Jessie Buckley y Paul Mescal en un momento de Hamnet.
Jessie Buckley y Paul Mescal en un momento de Hamnet.

Por ello, no es casual que Zhao haya elegido la más conocida de las obras del Bardo de la mano de la memorable relectura a la que la somete O’Farrell para rematar su plan, ahora sí, maestro. Hamnet es nada más que una historia de amor, pero siempre desde el punto de vista de ella. Él es, aunque nunca se mencione por su nombre, William Shakespeare y ella es Agnes, que no la Anne Hathaway que dicen los libros de historia. Ella vive en contacto con una naturaleza que se abre a sus pies como un don, un regalo, un reino inconquistable. La primera imagen nos enseña a la protagonista encarnada de manera monumental por Jessie Buckley en un plano cenital al pie de una cueva profunda como profecía de todo lo que vendrá. Él, al que da vida un Paul Mescal condenado a quedar eclipsado por su compañera de reparto, es profesor de gramática al que la vida le reserva un único y no elegido futuro en el negocio del padre confeccionador de guantes. Se conocen, se desean y consuman su amor como solo se consuman las revoluciones. Solo así, la honorable familia de él consentirá el matrimonio. Luego llegará la primera hija y, más tarde, los mellizos, uno de ellos llamado Hamnet, con n. Y luego llegará el éxito en Londres del maestro de letras que no quiso ser guantero.

Lo que sigue es cine pendiente únicamente del tacto y el olor mismo de la imagen. Es cine volcado a revertir los significados de las palabras, a alterar el orden de los mapas, a conmover hasta la mismísima conmoción. Es cine compuesto enteramente desde el otro lado, desde el lado de lo femenino, desde el lado siempre oculto en las historias de siempre. Y así hasta asistir primero a la muerte del pequeño en la más rendida exaltación del dolor. Duele por la intensidad, por la claridad, por la pasmosa sencillez que también puede que sea ingenuidad y duele por sencillamente la verdad. Duele porque el dolor siempre es de todos.

Para el final queda el enfrentamiento entre la forma con la que un autor teatral, el mayor de todos, lidia con la pérdida de su hijo y el modo en que lo hace ella, Agnes. Sobre el escenario se representa Hamlet (con L) y en la primera fila del público, ella. Y al fondo, la misma oquedad de silencio y vacío que veíamos en el primer plano de la película mientras se escucha On the Nature of Daylight, de Max Richter. Si se quiere, el juego del teatro dentro del teatro (play in scene) que el propio Shakespeare propone en Hamlet con La ratonera es ahora repetido y sublimado. De repente, la obra que todos conocíamos adquiere otro sentido, otra emoción, otro abismo. Desde el otro lado. Devastador e iluminado. El ser o no ser, de repente, es un ofrecimiento de vida. Qué maravilla Chloé Zhao.

Dirección: Chloé Zhao. Intérpretes: Jessie Buckley, Paul Mescal, Jacobi Jupe. Duración: 125 minutos. Nacionalidad: Reino Unido.

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