Estados Unidos ha cumplido los deseos de Israel. Ha entrado en la guerra contra Irán empleando la única arma que, según los analistas militares, es capaz de destruir las principales instalaciones nucleares de la República Islámica: el penetrador de municiones masivo GBU-57, la bomba antibúnker más poderosa del mundo. Un proyectil de casi 14 toneladas de peso y seis metros de altura, diseñado para adentrarse unos 61 metros bajo tierra antes de explotar, y que solo puede ser transportado por un bombardero furtivo B-2. Israel carecía de lo uno y de lo otro: ese arsenal es propiedad exclusiva de su aliado estadounidense.
Este proyectil, el único capaz de destruir las instalaciones nucleares ocultadas por Teherán bajo tierra, se ha utilizado para atacar las bases de Fordow y Natanz
Israel inició su ataque contra Irán guiado por una obsesión: acabar con las capacidades nucleares de su enemigo. Desde el pasado viernes, ese objetivo se ha plasmado en bombardeos a las principales instalaciones atómicas de la República Islámica. Pero hay una que parece invulnerable al fuego de la aviación israelí: Fordow, la joya de la corona del programa nuclear iraní.
La importancia de esta instalación ya se evidencia en su emplazamiento: cerca de la ciudad santa de Qom, capital espiritual del chiísmo y cuna de la revolución islámica que catapultó al poder al régimen de los ayatolás, ubicada a unos cien kilómetros al suroeste de Teherán. La planta se encuentra en una montaña de esta zona semidesértica, enterrada bajo roca, a decenas de metros de profundidad. Sus muros de hormigón armado y sofisticadas defensas antiaéreas refuerzan su protección.

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Hay motivos para ese despliegue de seguridad: en esta fortaleza, se cree que Irán –que mantuvo en secreto el lugar hasta el 2009– dispone de cerca de 3.000 centrifugadoras con capacidad para producir uranio altamente enriquecido. Los ingredientes con los que se puede cocinar una bomba nuclear. Así, si Fordow sobrevive a la actual guerra, Teherán todavía podrá contar con una vía rápida para dotarse de armamento atómico, y seguirá representando una amenaza existencial para Israel.
La aviación israelí atacó Fordow en el primer día de su ofensiva sobre territorio iraní, pero no causó daños reseñables. Si insiste en sus ataques, como mucho quizás podrá bloquear la entrada a la instalación, pero en ningún caso destruir el interior. Según los analistas, la única arma capaz de llegar al corazón de la planta es el penetrador de municiones masivo GBU-57, la bomba antibúnker más poderosa del mundo. Un proyectil de casi 14 toneladas de peso y seis metros de altura, diseñado para adentrarse unos 61 metros bajo tierra antes de explotar, y que solo puede ser transportado por un bombardero furtivo B-2. Estados Unidos es el único país que dispone de lo uno y lo otro.

Vista longitudinal

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Para Israel, el acceso a este armamento es una cuestión vital, y así se lo ha hecho saber de forma insistente a la Casa Blanca, según han informado medios estadounidenses. Como resumió el pasado viernes el embajador de Israel en Estados Unidos, Yechiel Leiter: “Toda esta operación realmente debe completarse con la eliminación de Fordow”. Eso sí, incluso contando con el arsenal adecuado, la eliminación de Fordow sería una operación compleja: de acuerdo con los especialistas en aviación militar, para destruir la planta iraní, serían necesarios múltiples impactos. Primero habría que lanzar una bomba para perforar la montaña, y después, al menos un segundo proyectil justo en el agujero creado por el impacto inicial. El B-2 puede transportar dos bombas GBU-57, así que cualquier ataque mínimamente ambicioso obligaría a movilizar más de un avión de ese tipo.
EE.UU. podría lanzar su operación desde la base naval Diego García, en el Índico, donde ha desplegado varios bombarderos B-2
Estados Unidos hace tiempo que presume de su bomba antibúnkeres. La génesis del GBU-57 hay que buscarla en otra guerra en Oriente Medio: la de Irak del 2003. Fue entonces cuando el ejército estadounidense descubrió que su arsenal no contaba con suficiente potencia para destruir las instalaciones enemigas más inaccesibles. Así empezó una carrera de investigación armamentística que culminó en el 2011, con la entrega por parte de la empresa Boeing de las primeras unidades operativas de la bomba, cada una de ellas con un coste cercano a los 20 millones de dólares. Tres años después, coincidiendo con las negociaciones entre el Gobierno de Barack Obama y Teherán que conducirían al acuerdo nuclear del 2015, el Departamento de Defensa estadounidense introdujo algunas mejoras al proyectil y probó su poder destructor en un test en Nuevo México. “El Pentágono sigue centrado en proveer opciones militares para Irán si es necesario”, declaró entonces un alto funcionario a The Wall Street Journal.
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Se desconoce cuántas bombas GBU-57 acumula Estados Unidos. Lo que sí se sabe es que, en marzo, Washington desplegó al menos cuatro bombarderos B-2 en la base naval Diego García, ubicada en el archipiélago de Chagos, en el Océano Índico, a unos 4.000 kilómetros de Irán. En el pasado, desde esa base se lanzaron misiones de bombardeo en Irak y Afganistán. Ahora, si el presidente estadounidense, Donald Trump, acaba plegándose a los intereses del primer ministro israelí, Beniamin Netanyahu, de ahí también partirán los aviones cargados con GBU-57. La bomba que Israel necesita para poner fin a su obsesión.
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