Cuando la heroína era un secreto: «A mí me daba miedo cuando mi hermana murió, tenía pesadillas»

Juan Trejo recupera en su novela ‘Nela 1979’ la historia de su hermana, muerta a los 21 años por el consumo de estupefacientes y apartada de la familia Leer Juan Trejo recupera en su novela ‘Nela 1979’ la historia de su hermana, muerta a los 21 años por el consumo de estupefacientes y apartada de la familia Leer  

Nela Trejo murió en 1979 y su nombre se borró de la lápida y de la memoria de su familia como polvo levantado de una superficie tras un soplo de aire. Tenía 21 años. Murió sola en un hospital de Valencia, donde residía, a causa de una perforación de estómago que le produjo su drogadicción. Nela consumía heroína cuando aquella droga era un secreto y no un calvario, que escribió Manuel Jabois. Su toxicomanía irrumpió en la casa familiar de la mano de la noticia post mortem y una sombra se cernió sobre su recuerdo, desde entonces condenado al olvido por sus padres y sus tres hermanos.

Juan Trejo (Barcelona, 1970) tenía solo nueve años cuando murió su hermana mayor. Hoy apenas conserva recuerdos de ella. Creció en un hogar enfundado en el silencio y blindado al dolor en la medida de lo posible: «A mí me daba miedo cuando murió, tenía pesadillas», relata. El transcurrir del tiempo condujo al escritor catalán a reventar esa burbuja de mutismo, a tamizar el tenue recuerdo que quedaba de su hermana y de la generación a la que ella pertenecía, los afectados por la irrupción de la heroína, en su obra Nela 1979 (Tusquets).

«Quería encontrar algo luminoso en una historia que me ha marcado a mí y a los miembros de mi familia desde lo oscuro y lo negativo», cuenta el autor a través de una videollamada. Su madre no quiso que indagase en el pasado: «¡No desentierres a tu hermana!», le espetó enfurecida. Trejo tuvo que enfrentarse a aquel pesar ahogado que supuraba su familia. «Tenía muy poquita información sobre ella porque todos habíamos optado por olvidar. Cuando me enteré de que mi hermana era consumidora de heroína la metí en el saco de lo que yo había vivido en los años 80: la epidemia de la heroína y todo lo que cuenta el cine quinqui», explica el escritor, profesor y traductor, que hace una década fue reconocido con el Premio Tusquets de Novela por La máquina del porvenir.

En la década de los años 70 otro gallo cantaba. «Barcelona estaba más cerca de Europa, había cierto margen de libertad que no había en ciudades como Madrid. Existía cierta tradición cultural asociada a la burguesía que dio pie a la oleada de la gauche divine, que precedió a la generación de mi hermana, pero también el hippismo de los 60, ya asociado a las drogas como el hachís, los ácidos, el LSD… Esa capacidad para permear ideas que venían de fuera permitió que la ciudad quedase lejos del radar político y muy al alcance de los jóvenes, que tenían esa posibilidad de vivir la vida de una forma un poco diferente. Cuando empecé a investigar sobre esta época, me di cuenta de que mi hermana representaba muy bien a esa generación», detalla el autor.

La situación de Barcelona favoreció una escena contracultural en la que participaron los jóvenes, especialmente de clase media-alta, que «no tenían una ideología concreta», explica Juan Trejo. Aquellos chavales, cuyas personalidades se forjaron bajo el régimen franquista, aunque por aquel entonces ya se encontraba en su fase final, «eran libertarios, muy abstractos y muy amorfos como movimiento», añade. Sin embargo, «a las figuras que escribieron la Transición, aquello no les interesó y, precisamente, aquellos años de libertarismo y underground fueron barridos, aunque todo a lo que se le pudo sacar partido se transformó en Movida». «Luego la cultura dejó de tener una voluntad crítica y pasó a ser lúdica y consumista y por ello se paga un precio: olvidar a toda aquella generación. Y creo que ya estamos en disposición y somos lo suficientemente maduros como sociedad para hablar de este tema sin tener que buscar culpables ni flagelarnos por lo que hicimos mal», explica Trejo.

Nela, en su infanciaCedida por la familia

Nela tuvo aquella Barcelona en la palma de la mano. No tenía estudios y tampoco venía de una familia bien: sus padres emigraron a la ciudad desde Extremadura en busca de trabajo. El carácter indoblegable y disidente de aquella joven y sus incursiones en los movimientos contraculturales de la época trajeron riñas al hogar familiar y, en 1975, con tan solo 17 años, se fue de casa. «La familia nos marca a todos de una manera espectacular y mi hermana no encajaba en la nuestra ni en ningún orden establecido. Le resultó complicado hasta que encontró a un grupo de jóvenes que estaban en su misma onda y dejó de ser la oveja negra que era en casa para ser… Nela. En realidad, ese es un nombre que ella misma escogió porque no quería que la llamaran Manuela o Manoli, como la llamábamos en casa. A partir de ese momento pudo ser quien realmente quiso ser», cuenta el autor.

Pero ella mantuvo el contacto con su familia: de vez en cuando se dejaba pasar por casa y también les mandaba muestras de afecto. «Mandó cartas hasta el final; sólo se conservan dos que me envió a mí», cuenta Trejo. Son aquellas cartas, así como los recuerdos más vívidos de sus dos hermanos, Paco y Carmen, y tres libros que le pertenecían, el andamiaje a través del cual Juan Trejo reconstruye la imagen de su hermana. Una muy diferente a aquella «lectura que hace uno inmediatamente después de una muerte, que parece que lo tiñe todo con una capa de ceniza». «Y no fue así, ni mucho menos», rememora el escritor catalán. La luz se deslizó entre los recuerdos de Juan Trejo cuando encontró el rastro de Valerio, el que había sido el último novio de Nela, con el que compartió la fase más peliaguda de su drogadicción: «Cuando di con su familia y amigos, la imagen de mi hermana que yo recibía desde allí, desde el pasado, era muy diferente a la que tenía yo de ella como miembro de nuestra familia, que era más oscura», cuenta. El escritor luchó contra «un prejuicio familiar y de época» para conocer mejor a su hermana: «Una joven que vivía en la esperanza, que era soñadora. Esa es la gran diferencia entre aquella juventud y la de ahora: entonces los jóvenes podían soñar, imaginar y pensar que el mundo y su vida podrían cambiar. Y no era ingenuo. Realmente, ella pertenecía a una generación de personas movidas más por una voluntad de transgresión y cambio que de huida».

Acaso fuera el desconocimiento y no la ingenuidad lo que abocaron a esa joven y a tantos otros como ella a la muerte: «La droga y la heroína son lo que son. Entonces la heroína todavía tenía un aura mística, romántica, asociada al arte, al jazz, a los principios del rock… Sobre todo, la heroína estaba marcada por un profundísimo desconocimiento, y fueron muchos miles los que murieron. Y venían de familias normales».

Además las familias de los que perdieron la vida cargaron con el estigma sobre sus hombros durante años. «No podían hablar ni decir nada porque era una vergüenza», comenta el escritor. Ese fue el silencio que marcó a la familia Trejo. «Mi madre es la que más responsable y culpable se sintió, a pesar de que culpa no tenía. El momento, las circunstancias y el carácter de su hija superaron a mis padres, que no supieron lidiar con todo aquello, o simplemente lidiaron como buenamente pudieron».

El fresco que hace Juan Trejo de su familia aunque es emotivo también es distante: «Tenía que mantener cierta distancia para que no me arrastraran los sentimientos». Pero, en el fondo, siempre hay lugar para emocionarse cuando se recuerda a un ser querido que ya no está: «Con el paso del tiempo he podido ver todo el cariño y el amor que había. No todo eran problemas: había una querencia y una voluntad de mi hermana por darle amor a toda la familia, y a mí en particular. Y ahora sé que, a su manera, pedía ese amor y cariño porque lo quería, todos lo queremos. Creo que mi hermana Nela tenía una buena visión de la familia. Tal vez no de cómo estaba estructurada la nuestra, pero sí creía en la familia y tenía un afán por eso. Ahora lo sé».

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