Craig Thompson: «En las artes es muy poco común que alguien proceda de la clase trabajadora»

El historietista que hizo entrar al cómic en la madurez hace dos décadas con ‘Blankets’ regresa al escenario de su infancia con ‘Raíces de ginseng’, otra obra maestra sobre la industria del ‘oro herbáceo’ en el Medio Oeste americano Leer El historietista que hizo entrar al cómic en la madurez hace dos décadas con ‘Blankets’ regresa al escenario de su infancia con ‘Raíces de ginseng’, otra obra maestra sobre la industria del ‘oro herbáceo’ en el Medio Oeste americano Leer  

A principios de los años 80, un pueblucho de Wisconsin se convirtió en insólita meca de la recién parida globalización. Marathon, de apenas 1.200 habitantes, fue entonces el principal productor mundial de ginseng americano y el kilómetro cero de una ruta comercial que llegaba hasta Tailandia, Singapur, China, Hong Kong, Taiwán y Japón. El kilo de raíz de esta planta de forma humanoide y muy apreciada por la medicina asiática tradicional se llegó a pagar a más de 120 dólares. Constituyó, por tanto, la gran fuente de ingresos de la comunidad local. El oro herbáceo del Medio Oeste.

La bonanza duró hasta finales de los 2000, cuando los granjeros que se habían hecho ricos con un cultivo tan particular empezaron a abandonar las plantaciones presionados por la entrada de grandes corporaciones en el negocio familiar, por la exigente normativa medioambiental y por la creciente improductividad de sus cosechas en un escenario de transición climática

El historietista Craig Thompson conoce mejor que nadie el ascenso y caída de la industria del Panax quinquefolius. Por tres razones: se crio en Marathon, ganó su primer dinerillo desbrozando y recolectando ginseng desde los 10 a los 20 años y lo ha usado como tratamiento contra la fibromatosis que sufre en ambas manos. Además, de chaval reinvirtió parte de su jornal de peón precisamente en viñetas, así que se puede decir que el origen de su vocación comiquera está bajo tierra. Justo ahí regresa en su nueva y esperadísima novela gráfica: Raíces de ginseng (Astiberri).

«Escribirla me ha costado ocho años y 12 mudanzas», confiesa en Madrid el autor, una de las indiscutibles estrellas del noveno arte y tal vez el gran responsable del salto del género del underground al mainstream. «Le di forma desde el desarraigo. Nunca tuve una residencia fija mientras trabajaba en ella, sentía que estaba buscando un hogar en mi vida y en mis páginas. También ha hecho aflorar un sentimiento de vulnerabilidad en mi familia, algo que en última instancia ha sido saludable para todos: para mis padres, para mis hermanos y para mí mismo».

Hay dos maneras de definir el viaje de 450 paginazas a los confines de la infancia/adolescencia de Thompson -el mismo territorio sentimental que circunvaló en su obra maestra Blankets (2004)- y a la geografía más fangosa del capitalismo.

La primera, y más evidente, sería haciendo ver las muchas capas que presenta Raíces de ginseng. Se trata, al mismo tiempo, de un recorrido por los 300 años de relación comercial entre Estados Unidos y China; de un reportaje al estilo de los de Joe Sacco que todo estudiante de Biología o Medicina debería leer; de un informe minucioso a propósito de la brecha social y el declive económico del flyover country, esa porción de país que las élites de la Costa Este y la Oeste simplemente sobrevuelan; de un ensayo conmovedor sobre las relaciones familiares y el vínculo entre hermanos; de un recordatorio de las consecuencias para la salud pública del uso de productos químicos por parte de la agroindustria; y, por último, de un alegato sobre el poder liberador de la creatividad en un entorno culturalmente precario. Hablamos, en definitiva, de una maravillosa enciclopedia para comprender la complejidad del mundo contemporáneo.

La segunda aproximación, más hilarante, consistiría en ver Raíces de ginseng como una versión labriega de El señor de los anillos, en la que Craig y sus hermanos Phil y Sarah formarían la pequeña comunidad que se enfrenta a todo tipo de adversidades y la raíz antropomorfa de ginseng representaría a un Gollum coleguil. Por último, el fundamentalismo cristiano, la contaminación y el desempleo le darían cuerpo a Sauron.

«Me encanta», compra entre carcajadas Thompson (Traverse City, Michigan, 49 años), que no dudó en abordar tantas cuestiones en un mismo trabajo aun a riesgo de desorientar al lector. «Me gustan los libros que son laberínticos, se van por las ramas y finalmente vuelven al tronco. Soy un gran fan de Moby Dick, que es una obra increíblemente divertida y variopinta. En un pasaje ofrece conocimiento enciclopédico y, de repente, en otro, te habla de tirarse pedos en la cama. Esos son los libros en los que me gusta perderme».

Una de las primeras páginas de ‘Raíces de ginseng’ASTIBERRI

Un poco o un mucho de odisea ha tenido el proceso de creación de Raíces…, y no sólo por las mudanzas de marras. El mismo tipo que en 2004 recibió de forma simultánea los tres premios más importantes del cómic en EEUU (Eisner, Ignatz y Harvey) y regaló al mundo eso que se ha dado en llamar épica adorable, ha sufrido las de Caín para volver a las librerías.

«Perdí a mi editor después de publicar Habibi, por el que fui acusado de apropiación cultural, esa idea según la cual no se te permite escribir sobre una cultura que no es la tuya. Un buen ejemplo en el mundo de los cómics es Ed Piskor, que retrató el árbol genealógico del hip hop y fue atacado por ser un tipo blanco que escribe sobre la cultura negra. Esas críticas resurgieron con este proyecto, cuando algunos pensaron que estaba cometiendo el mismo crimen, esta vez en relación a la cultura china tras supuestamente haberlo hecho con la islámica. No se dieron cuenta de que en realidad es el más personal de mis trabajos y de que no puedo hablar de mi infancia sin hacerlo de la cultura china… Así que tuve que abandonarlo durante seis meses para averiguar lo que tenía que hacer», reconoce.

Detalles preciosistas a partir de hanzis y de un color a triple tinta que pretende evocar el estilo de la cartelería de la Revolución Cultural de Mao enmarcan como cenefas páginas enteras, al margen de que la trama transcurra en EEUU o China (también lo hace en Corea del Sur y Taiwán).

Raíces… también es una reivindicación del orgullo de clase. ¿Cuál es su particular working class hero?«Definitivamente, J. D. Vance no [risas]. Pienso en los músicos y no se me vienen muchos a la cabeza. En general, en las artes es muy poco corriente que alguien proceda de la clase trabajadora».

¿Qué pensó cuando en un estudio de Hollywood pensaron en convertir su historia en un thriller de ciencia ficción con un monstruo gigante tipo Godzilla como metáfora de la guerra comercial con China?Viví en Los Ángeles tres años y asistí a muchas reuniones en Hollywood, tal vez a 20. Esa reunión a la que hace referencia tuvo lugar en 2016. Una de las cosas que me sugirió aquel productor era que los chinos estaban adquiriendo ginseng de los EEUU para convertirlo en un súper virus. En ese sentido, fue bastante clarividente con lo que pasó después con la pandemia… Pero no, su idea del monstruo kaiju era completamente ridícula. Yo acudía a esas reuniones y siempre tenía la impresión de que Hollywood estaba en bancarrota creativa. Y cuando por fin se topan con una buena idea, encuentran la manera de diluirla y hacerla estúpida.

Sorprende comprobar cómo la radiografía de Thompson del cultivo de ginseng en Wisconsin coincide en parte con lo que sucede, por ejemplo, con la aceituna en Jaén. En algunas zonas de la provincia olivarera se están introduciendo alternativas al cultivo extensivo. En este caso, pistacho. También se vendió la cosecha a granel al exterior durante años y ha habido episodios de racismo cuando la mano de obra inmigrante sustituyó a la local. Algo que confirma la universalidad de su novela gráfica.

«Lo que cuento sobre el ginseng podría aplicarse a cultivos diferentes y a otras industrias», admite el autor. «Lo más inquietante para mí es que en todo el mundo se da por hecho que los inmigrantes harán el trabajo duro por el grupo étnico principal y a cambio de sueldos miserables. En EEUU, son los mexicanos; en Hong Kong, los filipinos… Deberíamos sentir vergüenza colectiva por esta situación».

Lo dice alguien al que no hay que explicar cómo Donald Trump fue capaz de canalizar el recelo hacia los temporeros venidos de fuera en su propio beneficio electoral: Wisconsin y Michigan son dos estados fronterizos con el cinturón del óxido y pertenecientes al muro azul -de voto tradicionalmente demócrata- que cambiaron de orientación política y propiciaron la victoria del empresario en las presidenciales de 2016.

Detalle de las manos de Thompson, aquejadas de fibromatosis.¿Cómo es la situación económica actual en su patria chica? ¿De qué forma puede influir en las elecciones presidenciales de noviembre? En este momento, la situación económica me parece sombría en todo el país y tal vez en todo el mundo. El precio del alquiler de la vivienda se ha disparado en todas partes. Y luego tenemos la crisis del fentanilo… Donde yo crecí, como bien dice, viven personas sin muchos estudios que dependen de trabajos de manufactura. El modelo de granja familiar ha desaparecido. La globalización se expandió y los sindicatos prácticamente se han debilitado. La gente se siente realmente privada de derechos y desanimada porque no llega a fin de mes. Lo único que quieren es hacer implosionar el sistema. Eso es lo que Trump representa para ellos: lo ven como una especie de tope en la maquinaria que va a destruirlo todo. Unos lo ven como una figura apocalíptica. Pero otros piensan: «Con él la situación no puede empeorar mucho más de lo que ya es. Que venga».¿Revisitar su infancia y regresar al escenario de ‘Blankets’ qué ha supuesto para usted personal y profesionalmente? Me he sentido mucho más aceptado. Blankets nació de un trauma con el lugar del que procedo, con el fundamentalismo religioso que se traducía en represión por parte de unos padres que fueron muy autoritarios o con los acosadores que me encontré en el colegio. Ahora he integrado y aceptado todo eso y siento algo parecido a cariño por ellas. Puedo ver su singularidad. Siento nostalgia por un lugar que existía casi fuera del tiempo antes incluso de que internet aplanara la cultura en todo el mundo¿Puede explicar la sensación de trabajar al aire libre y mancharse las manos de tierra a alguien que no lo haya hecho nunca? Es un trabajo hermoso. Es muy placentero respirar aire fresco y sentir los minerales de la tierra filtrándose por los poros de las manos. Yo pude hacerlo por placer mientras escribía la novela gráfica. Ahora siento mucho respeto por las personas que saben realmente de dónde viene su comida y la responsabilidad que implica obtenerla.A quienes vivimos a miles de kilómetros del Medio Oeste, nos parece un territorio realmente misterioso y, al mismo tiempo, espeluznante. Pienso en ‘Raíces de ginseng’ y en la serie ‘Fargo’ y veo alguna conexión, como el peso de la religión. Fargo es un buen ejemplo, porque el acento de sus personajes es muy similar al del lugar donde crecí. Se trata del acento de la región de los Grandes Lagos, donde la mezcla de inglés y noruego es muy específica. Es cierto que el lugar donde crecí es mágico. Dakota del Sur o a Nebraska, lugares áridos y llanos donde lo único que se cultiva es maíz -que ni siquiera se usa para el consumo humano, sino para fabricar etanol y para alimentar a los animales-, me parecen bastante más sombríos. En el condado de Marathon contamos con la mayor reserva de agua dulce del mundo. Hay algo energéticamente genial en esa región. ¿Se acuerda de la película de David Lynch Una historia verdadera?Por supuesto. Es una obra maestra.El anciano conduce su cortadora de césped por el Medio Oeste hasta Wisconsin para ir a ver a su hermano antes de que ésta muera. Es realmente conmovedora y permite capturar tanto el enorme vacío como la extraña calidez de la gente de la región. Probablemente se deba al hecho de que allí las personas están conectada a la tierra, son humildes y no tienen objetivos materialistas como quienes viven en las grandes ciudades.¿Qué piensa cuando oye que le llaman el Charles Dickens de la novela gráfica?(Risas) ¿Quién ha dicho eso? Es halagador. También me han llamado el Terrence Malik de la novela gráfica, porque tardo 10 años en terminar una e intento que sea épica.Los cómics fueron una parte esencial de su infancia y una ventana a la imaginación. ¿Qué se pierde hoy un niño que no los lea?Con lo que ganaba con mi hermano recogiendo ginseng solo podíamos comprar una cantidad limitada de tebeos, que leíamos de corrido. Eran cuadernillos de 30 páginas que llegábamos a aprendernos de memoria. Tengo la impresión de que eso es envidiable en esta era de flujo constante de contenido. Nosotros sólo teníamos esos tebeos y los dibujos animados que emitían por la tele los sábados por la mañana. Me siento mal por los niños de ahora, porque disponen de flujo constante de contenido accesible en cualquier momento.Creo que uno de sus próximos proyectos es un cómic erótico. ¿Qué puede adelantar?Estuve trabajando en un cómic erótico durante unos meses, pero al final me desanimé y pensé: «Es imposible que un hombre blanco heterosexual haga cómics eróticos en esta época». El libro que está empezando a crecer en mi interior desde que estoy en Europa está relacionado con el sexo y la religión. Eso es todo lo que puedo decir.

Editorial Astiberri. 448 páginas. 28,50 euros. Puede comprarlo aquí

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