La Ciudad y el Circo de los Muchachos fueron un proyecto del Padre Silva, con un sistema político democrático propio en pleno franquismo que ahora recupera un documental de Prime Video Leer La Ciudad y el Circo de los Muchachos fueron un proyecto del Padre Silva, con un sistema político democrático propio en pleno franquismo que ahora recupera un documental de Prime Video Leer
Estamos en 1956, en pleno franquismo, un grupo de chavales juega a lo que buenamente puede en una plaza de Orense cuando un seminarista llega con su moto. El futuro párroco les propone una nueva vida, crear una ciudad con sus propias instituciones, dirigidas por ellos mismos. Una república en mitad de la dictadura, la más absoluta de las utopías. Lo que podría parecer un sueño de película, empezó a tornarse en realidad bajo la batuta del Padre Silva. Había nacido la Ciudad de los Muchachos.
Un año después, los jóvenes eran 60 y ya habían creado su Junta de Gobierno. En 1959 se creó la escuela, que al año siguiente se instalaría en los bajos de la casa familiar del cura. Y, en 1963, llegó el traslado a Benposta, una finca de 200.000 metros cuadrados en las afueras de Orense para acoger la Ciudad. Allí nacería una forma de educación pionera y un circo que recorrió medio mundo. Y también allí murió la utopía, enterrada bajo denuncias por malos tratos, enfrentamientos por los terrenos con la Xunta de Galicia y pleitos por estafa y alzamiento de bienes. Un recorrido de 50 años, hasta principios de los 2000, que ha reconstruido Elías León Siminiani en la docuserie El circo de los muchachos, que este viernes estrena Prime Video.
«La idea de auge y caída es muy propia de las utopías del siglo XX, todas tienen una fase de esplendor y, por no saber adecuarse al paso del tiempo, acaban en una decadencia muy profunda. En plena dictadura, esos niños disfrutaron de una educación que jamás pudieron soñar, pero luego vivieron situaciones de abandono, no vivían en condiciones mínimas e incluso hubo alguna de maltrato», apunta el cineasta. Empecemos por el brillo y por la fama: los del entramado político donde los niños dirigían todo en Benposta, desde la Junta de Gobierno al banco y la taberna; los de una institución educativa que introdujo una enseñanza de calidad y gratuita, impensable en aquel momento sin instituciones dedicadas a ello, y, sobre todo, la de un circo que bien podría equipararse al actual Circo del Sol.
«Allí estuve cinco años largos y he estado emocionalmente ligado el resto de mi vida. Estas cosas siempre marcan, no se vive en una utopía fuerte sin que las cicatrices te queden. Igual que las heridas». Quien habla es Ángel Arrabal, uno de los dirigentes de aquella institución educativa hasta 1975, cuando se fue por el enfrentamiento con algunos estrechos colaboradores del Padre Silva. Ahora licenciado en Sociología, él fue uno de los que vivió el esplendor de la Ciudad. «Con la muerte de Franco cambiaron muchas cosas, pero el tiempo que yo estuve allí fue un islote dentro de España de jóvenes muy comprometidos, con una amistad enorme entre nosotros».
Y, al mismo tiempo, un pequeño circo nacido en Orense, plagado de niños y adolescentes de familias humildes, que había tenido su primera actuación en 1966 en la Plaza de Cataluña de Barcelona, que había encandilado en 1969 al Circo Price de Madrid y que se convertiría en espectáculo mundial durante los 70. Fue el primer circo en actuar en el Gran Palais de los Campos Elíseos de París. Llenó el Madison Square Garden de Nueva York. Hizo giras por Sudamérica, Australia y llegó hasta Japón, donde los artistas fueron recibidos por la familia del emperador.
«Yo cuando llegué allí solo sabía leer y escribir, no había salido a más de 30 kilómetros de mi pueblo en Badajoz y, de repente, me veo en el circo, recorriendo medio mundo como una estrella», explica Juan José Leranca, uno de los payasos de aquel circo. Y no uno cualquiera, Naranjita, cuya imagen llegó a ser portada de la prestigiosa revista Paris Match tras la actuación en la capital francesa. «No había país en el mundo en el que no se nos echaran encima para pedirnos fotos y autógrafos», rememora desde Badajoz, apartado de la vida circense desde mediados de los 70. «Tenía ya 19 años y empecé a echar de menos a mi familia. Además, era pensar en el circo día y noche; con esas giras también acabé cansado. No cobrábamos nada y la gente mayor empezó a quejarse porque ese no era modo de vida».
Ahí empieza la caída de un proyecto que llegó a tener sedes en Marruecos, El Salvador o Colombia, donde aún está activo con niños de la guerrilla y del narco. En primer lugar porque los chicos del circo y la escuela crecieron y exigieron unas condiciones económicas, pero también porque la Transición y su apuesta por la educación pública hicieron ya innecesario un sistema como el de Benposta. «Hay que entender que esto surge en una ciudad de provincias en pleno franquismo, cuando las expectativas vitales de los chavales de estos pueblos eran básicamente trabajar en el campo y poco más», señala Pepe Coira, director de la docuserie y, como niño gallego, uno de los espectadores del circo.
Ese cambio de circunstancias históricas, unido a la mala gestión económica, a las salidas de jóvenes y profesores y a los enfrentamientos continuos en las estructuras de poder, acabaron haciendo tan sonora la caída de la Ciudad de los Muchachos como su éxito. El Padre Silva tuvo que recurrir a la Xunta de Galicia para obtener un préstamo que le permitiera salvar Benposta, con una deuda de 85 millones de pesetas. El Gobierno de Fraga entró en una guerra con el párroco porque ésa era la zona lógica de expansión de la ciudad de Orense en pleno bum inmobiliario y pretendía instalar allí un campo de fútbol para sacarlo del casco histórico de la ciudad. A principios de los 2000, en paralelo, se produjeron una serie de denuncias por supuesto maltrato a menores que habían sido acogidos desde Centroamérica tras el paso del Huracán Mitch. Y, una parte del que había sido su equipo, le acabó denunciando por alzamiento de bienes y estafa, causas pendientes tras su muerte en el año 2011.
«La sombra es muy profunda y la decadencia del proyecto es evidente, pero también hay que decir que fue utilizado como arma arrojadiza política cuando la Xunta no fue capaz de sacarles de ese lugar», expone Elías León Siminiani. «Yo hablé con el padre Silva en 2003 o 2004 y seguimos teniendo amistad. Me dijo que todo le iba mal allí, que quería trasladarse a Madrid o a Barcelona. Le dije que se retirara y escribiera sus memorias, pero nada». «Su muerte allí solo fue dramática, acabar así en el olvido…», recuerda Ángel Arrabal.
Hasta ahora, eso era lo que quedaba en Benposta, olvido.
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