El actor, por siempre El Profesor de ‘La casa de papel’, estrena ‘Raqa’, de Gerardo Herrero, a la vez que representa ‘Barcelona’ en el Duke of York’s Theatre de Londres Leer El actor, por siempre El Profesor de ‘La casa de papel’, estrena ‘Raqa’, de Gerardo Herrero, a la vez que representa ‘Barcelona’ en el Duke of York’s Theatre de Londres Leer
Oficialmente y a todos los efectos, Álvaro Morte (Algeciras, 1975) es español. Pero no uno cualquiera entre los casi 49 millones a los que todos los días les duele algo de España. No, él es español en el Duke of York’s Theatre de Londres en el que oficia de amante, precisamente español, de Lily Collins (Emily en París) en la obra de teatro Barcelona; español (o casi) en Raqa, la última película de Gerardo Herrero que se estrena el próximo viernes y en la que es el espía apodado El Saharaui oculto entre la gente del ISIS, y español allá por donde va porque, después de años de ser El profesor en La casa de papel, no le queda más remedio. «Lo realmente curioso es que España ha dejado de ser lo que los españoles nos empeñamos que sea para ser una referencia mundial», comenta en un rápido trabalenguas y, sin darse un segundo, aclara: «Vaya donde vaya, y ya he trabajado en todo el mundo, lo primero que oigo son comentarios de admiración por el buen trabajo que se está haciendo en España. España es hoy marca de calidad en el audiovisual global». No termina con un «Viva España», pero casi.
Lo cierto es que él, solo o en compañía, lleva años tumbando prejuicios. «Por definición, un prejuicio es opinar de algo sin tener los elementos suficientes de juicio», dice, como le toca, profesoral. Y añade: «Quizá sea consecuencia de la sociedad en la que vivimos donde todo son fake news y donde todos vivimos pendientes de las redes sociales en las que nadie se molesta en comprobar nada». La respuesta es preámbulo y declaración de principios. ¿Quién dijo que la fama de la televisión condena? «Cuando tienes éxito de repente y de forma tan unánime como el que tuvo La casa de papel, existe la tentación de pensar que antes no hubo nada. Y, en verdad, yo empecé en el teatro y ahora vuelvo a él», comenta, se toma un segundo y recuerda: «Ahora mismo estoy teniendo todas esas oportunidades con las que soñaba cuando decidí dedicarme a eso. Pero no se me olvida lo difícil que ha sido. Cuando llegué por primera vez a Madrid y me di de bruces con la realidad fue absolutamente monstruoso. Entonces, mi única aspiración era llegar a fin de mes. De golpe, las expectativas fueron mermando hasta que me vi en lo más profundo dándole la mano al mismísimo Hades… Y así hasta que llegó la serie… Pero que nadie lo dude. Aún me levanto diciéndome qué será de mí dentro de tres meses. El éxito, por muy grande que sea, jamás te vacuna del todo contra el miedo. Es imposible olvidar de dónde vienes por muy alto que llegues», explica y en la explicación, en efecto, arden los prejuicios.
Raqa, a su manera y como el propio Morte, también es hoguera de prejuicios. De repente, el terrorismo islámico del ISIS es presentado no solo como una amenaza para nosotros, los privilegiados que estamos del otro lado, sino, mucho más cruel, para los que están allí, sufriendo en el mismo territorio con los propios terroristas. Y en esa simple evidencia que organiza la novela de Tomás Bárbulo Vírgenes y verdugos en la que se basa la película quedan destrozadas muchas de las ideas que asumimos sin razonar. «Una de las sorpresas gratas de esta película es comprobar que se me acerca gente que proviene de Jordania y de Oriente Medio para darme las gracias. Quizá ni han visto la película, pero saben que trata de su sufrimiento y que de alguna manera deja claro que no todos los ciudadanos ni de Siria ni de Irán ni de cualquier teocracia islámica piensan lo mismo ni son iguales. Ellos son las primeras víctimas de esas dictaduras», explica por aquello de completar el círculo de prejuicios que nos hacen peores.
Álvaro Morte sabe lo que es ser reconocido allá donde va y, sin atreverse a lamentarse, se permite, ahora que puede, ser ligeramente melancólico. No mucho por aquello de no ofender. «En realidad, lo de la fama ha cambiado una barbaridad. A los actores les envolvía un halo de misterio que hacía que su trabajo fuera más interesante. Todo lo que recibías de ellos cuando les veías sobre la pantalla era nuevo, deslumbrante. Algo tan sencillo como, por ejemplo, hacerse una foto con tu ídolo era una trabajo complicado. De entrada, te tenía que pillar con una cámara en la mano y luego ir a revelar el carrete. Ahora no es así. Basta sacar el móvil y ya no hace falta ni acercarse o pedir permiso. Las cámaras de los teléfonos tienen teleobjetivo. Somos demasiado transparentes y nuestro oficio ha acabado por perder algo. Por eso procuro utilizar las redes sociales lo justo y por cuestiones estrictamente laborales. Nunca enseño mi vida porque eso afecta a mi trabajo», reflexiona y en su reflexión, sin quedar del todo claro cuál, hay seguro otro prejuicio que se desvanece. «En la película hago de espía y empiezo a pensar que los actores tenemos algo en común con ellos: tenemos que pasar desapercibidos para hacer bien nuestro trabajo», añade.
Álvaro Morte pide disculpas porque tiene que atender por zoom una tutoría del colegio de sus hijos mellizos. Aquí se va otro prejuicio. Álvaro Morte es ahora mismo la más internacional de las estrellas españolas. O casi. Y lo es en Londres, en Raqa y en el ancho mundo. Álvaro Morte es la prueba de que España en el audiovisual es, contra todo prejuicio, marca de calidad. «Lo tengo más que comprobado», concluye.
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