Para lograr el nivel de perfección anatómica alcanzado por Michelangelo Buonarroti en sus obras, como los frescos de la Capilla Sixtina, se necesita un gran talento artístico. Pero no basta si no se apoya en un profundo conocimiento de anatomía. Y además de usar modelos, lo habitual en los artistas, Miguel Ángel tuvo otra fuente más inusual: sus disecciones de cadáveres. Aunque no llegó a publicar el tratado de anatomía que tuvo en mente, quizá en cierto modo sí lo hizo; varios estudios han querido ver en sus obras la representación de enfermedades y de lecciones de anatomía camufladas, todo ello con un supuesto simbolismo.
Un nuevo estudio de la Universidad de París-Saclay plantea que en la escena de ‘El Diluvio’ de los frescos de la Capilla Sixtina aparece una mujer con signos de cáncer de mama
Para lograr el nivel de perfección anatómica alcanzado por Michelangelo Buonarroti en sus obras, como los frescos de la Capilla Sixtina, se necesita un gran talento artístico. Pero no basta si no se apoya en un profundo conocimiento de anatomía. Y además de usar modelos, lo habitual en los artistas, Miguel Ángel tuvo otra fuente más inusual: sus disecciones de cadáveres. Aunque no llegó a publicar el tratado de anatomía que tuvo en mente, quizá en cierto modo sí lo hizo; varios estudios han querido ver en sus obras la representación de enfermedades y de lecciones de anatomía camufladas, todo ello con un supuesto simbolismo.
En un estudio reciente, un equipo de investigadores europeos dirigido por Rafaella Bianucci, de la Universidad de París-Saclay, propone que la escena de El Diluvio de los frescos de la Capilla Sixtina muestra a una mujer con signos de cáncer de mama en su pecho derecho: un pezón deformado y retraído, areola deformada, una zona abultada y posibles nódulos en la axila. Según escriben Bianucci y sus colaboradores en la revista The Breast, estos son “rasgos patológicos que recuerdan al actual carcinoma de mama”.
El equipo que dirige Bianucci incluye expertos en historia del arte, medicina, genética y patología que se han especializado en la llamada iconodiagnosis, el diagnóstico de enfermedades en figuras representadas en obras de arte. Previamente, los investigadores han publicado una serie de directrices y recomendaciones como metodología rigurosa y precisa que permite llegar a un nivel de evidencia para estos diagnósticos: desde el IV, “imposible”, hasta el I, “cierto o casi cierto”.
Según explica el patólogo de la Universidad Ludwig-Maximilians de Múnich Andreas Nerlich, primer autor del nuevo estudio, “el punto esencial es que se excluyen las influencias externas en la imagen, y se incluyen e identifican claramente en la interpretación las influencias históricas y artísticas”.
Esto último implica que no se trata solo de apreciar los signos de la enfermedad, sino que el nivel de evidencia crece cuando se sitúan en un contexto simbólico significativo. Miguel Ángel pintó a un grupo de personas condenadas a morir en el diluvio del Génesis bíblico como condena por sus pecados.
“El cáncer de mama está ligado a la temporalidad de la vida y al castigo”, escriben los autores; en el fresco están representados los pecados capitales y, para la estricta mentalidad religiosa de Miguel Ángel y los prejuicios de la época, el cáncer de mama “podría representar un castigo personal a la lujuria”. La mujer apunta al suelo, lo que los autores vinculan a una cita del Génesis: “polvo eres y al polvo retornarás”.
Nerlich señala que esta no es la única ocasión en que el artista florentino pudo representar dicha enfermedad: “en un trabajo previo sobre las esculturas de Miguel Ángel en las capillas de los Médici en Florencia, en la figura de La Noche se identificó evidencia de representación de un cáncer de mama”, algo que en esta estatua podría aludir a la mortalidad inevitable.
‘Huevos de pascua’ con contenido simbólico
La obra de Buonarroti viene asociándose a los entresijos de la anatomía humana y sus enfermedades desde que en 1990 el médico y artista aficionado Frank Meshberger describiera el sorprendente parecido del manto de Dios en la escena de la creación de Adán, quizá la más conocida y reproducida de la Capilla Sixtina, con un cerebro humano. No se trata de diagnosticar a un personaje, sino de un dibujo oculto, al estilo de lo que en jerga de los medios audiovisuales de hoy llamaríamos un Easter Egg o ‘huevo de pascua’. Pero como en el caso de la enfermedad, lo que aporta credibilidad es también el simbolismo: para Meshberger, “Miguel Ángel codificó un mensaje especial, consistente con pensamientos que expresó en sus sonetos”; “él creía que la parte divina que recibimos de Dios es el intelecto”.
Sin embargo, hay teorías alternativas: en el mismo dibujo, un grupo de investigadores italianos vio algo diferente, un útero postparto, lo que para estos autores simboliza el nacimiento de la humanidad. Otro caso de visiones discrepantes son los extraños volúmenes del cuello de la figura de Dios en otra escena, la separación de la luz y las tinieblas. Aquí los médicos Lennart y Anne-Greth Bondeson visualizaron un bocio, una enfermedad tiroidea que pudo afectar al propio Miguel Ángel, quien según los Bondeson de esta manera “firmó su gigantesco logro […] incorporándose a sí mismo como una encarnación del Creador Supremo”.
No sería la única vez que el artista pudo plasmar sus propias dolencias: el nefrólogo Garabed Eknoyan vio en el manto de Dios de otra escena, la separación de las tierras y las aguas, la imagen de un riñón, lo que podría remitir a los cálculos renales que padecía el artista y, además, simbolizaría la separación de sólidos y líquidos atribuida por entonces a este órgano. Pero en el presunto bocio de los Bondeson, Ian Suk y Rafael Tamargo vieron algo muy distinto: un esbozo del tronco cerebral, con su médula espinal y su nervio óptico.
Pero ¿realmente quiso Miguel Ángel representar todo aquello que los investigadores actuales ven en su obra? “Es una pregunta difícil”, responde Eknoyan. De lo que no hay duda es de la erudición anatómica nacida de sus disecciones, que comenzó a practicar desde muy joven en el convento de Santo Spirito, tras la muerte en 1492 de su mecenas, Lorenzo de Médici. Su discípulo y biógrafo Ascanio Condivi escribió sobre la pasión de su maestro por esta práctica, que ejerció hasta una edad avanzada. Según Condivi, Miguel Ángel conocía detalles que los médicos de su época ignoraban. Su proyecto de ilustrar un tratado de su amigo y médico, el gran anatomista Realdo Colombo, nunca llegó a materializarse.
Por lo demás, admite Eknoyan, “la interpretación de cualquier pintura por un espectador es relativamente especulativa”. El nefrólogo cuenta que había visitado la Capilla Sixtina al menos en tres ocasiones sin ver nunca la forma de un riñón. La imagen le sobrevino en su casa al ver una ilustración de la escena. “Cuando de repente percibí la forma del riñón, no podía sacármelo de la cabeza”.
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