La habitación de al lado: Almodóvar firma una subyugante lección de cine en los rostros infinitos de Tilda Swinton y Julianne Moore (****)

El director completa en su última película una tan soberbia como heterodoxa lección de cine tan contradictoria en las formas como desnuda y emocionante Leer El director completa en su última película una tan soberbia como heterodoxa lección de cine tan contradictoria en las formas como desnuda y emocionante Leer  

Una tentación es recorrer las películas de Almodóvar por las obras que aparecen citadas en ellas. Sobre todo, por las películas que ven o con las que se tropiezan o que directamente son sus personajes. También los libros, pero más el cine. Te querré siempre, de Rossellini, en Los abrazos rotos; Esa mujer, de Mario Camus, en La mala educación; El merodeador, de Joseph Losey, en Kika; Johnny Guitar, de Nicholas Ray, en Mujeres al borde de un ataque de nervios; Duelo al sol, de King Vidor, en Matador o, por qué no, Amante menguante, de precisamente Almodóvar, en Hable con ella. Y así.

En La habitación de al lado hay tres cintas perfectamente identificables que ven sus protagonistas: Siete ocasiones, de Buster Keaton; Carta de una desconocida, de Max Ophüls, y, de manera destacada y repetida, Dublineses (Los muertos), de John Huston. Las tres a su modo hablan del amor, pero de lo que tratan en verdad, especialmente las dos últimas, es del reencuentro con un amor perdido del pasado que, de repente, otorga la gracia del sentido, aunque solo sea un instante, al mismo tiempo, a la vida y, por supuesto, a la muerte. No tengo claro que nieve en las tres (cuatro si incluimos La habitación de al lado), pero como si sí. Metafórica o realmente en todas ellas nieva. Nieva sobre los vivos y nieva sobre los muertos.

Las tres películas citadas funcionan como un espejo en el que los personajes de Tilda Swinton y Julianne Moore se miran una a otra con el mismo gesto e idéntica desesperación con el que cualquier espectador podría contemplar la propia La habitación de al lado. Espejo sobre espejo. El cine aparece dentro del cine esta vez no como metáfora o símbolo de nada, que quizá también, sino que es simplemente en el acto de ver juntas, una al lado de la otra, una película que el cine adquiere su verdadero sentido, que no es otro que el sentido mismo del tiempo, de la vida y, claro está, de la muerte. Y es precisamente esa extraña y subyugante sensación de reconocimiento y de pérdida, de contemplarse en compañía (ellas, los personajes, y nosotros, los espectadores) al borde mismo de todos los abismos, lo que arma, organiza y define La habitación de al lado. Lo que surge en la pantalla es un calculado, profundo y frío prodigio donde, en efecto, nieva. Nieva sobre los vivos y nieva sobre los muertos.

Sobre la novela de Sigrid Nunez Cuál es tu tormento, Pedro Almodóvar compone lo que podría definirse como una historia, no necesariamente melodrama, sobre la amistad. Una mujer (Tilda Swinton) se muere a causa de un cáncer y pide a una vieja amiga (Julianne Moore) que le acompañe en el momento decisivo de una muerte de la que ha decidido apropiarse. Se habla de eutanasia y de soledad, pero también y por encima de todo, se habla de ese ejercicio imposible de dolerse del dolor de los demás; de ese momento de agradecimiento y desesperación a la vez en el que el mundo se desvanece bajo, tal vez, la nieve. Y nieva claro. Nieva sobre los vivos y nieva sobre los muertos.

La habitación de al lado no atiende a reglas ni patrones. Su estructura conscientemente descompuesta reconstruye la vida del personaje de Swinton (antigua reportera de guerra) con una serie de saltos en el tiempo que colocan (y descolocan) al espectador ante el paisaje de una vida vivida hasta el último aliento. Y así hasta que los modales se atemperan y la cámara se detiene casi de manera exclusiva en los rostros de las protagonistas. Y ahí se queda a vivir. Son rostros expuestos en carne viva que inundan la pantalla hasta el último de sus poros y que hablan, que hablan desde la consciencia del dolor que llegará, desde la memoria del resentimiento por una hija que no se supo querer, desde la alegría de la gratitud por la cercanía y, más importante, desde el reconocimiento de la agonía en un mundo que agoniza. No hay más paisaje que la inmensidad de un primer plano muy cerca del infinito. Es cine que nos mira desde la claridad de la palabra; es cine que nos escucha desde la música callada de un Alberto Iglesias descomunal en su precisión, emocionante en cada uno de sus silencios. Es entonces cuando La habitación de al lado crece de manera desmedida hasta convertirse en una obra mayor tan íntima como desaforadamente política; tan contenida en cada uno de sus gestos como exuberante y barroca en lo más profundo de sí. Nieva, pero por dentro.

A su manera, la película número 23 de la filmografía de Almodóvar, que también es el primer largometraje rodado en inglés, es toda ella una entregada declaración de amor (y de principios) al arte en general y al mismo cine muy en particular. Y a la vida incluso. La habitación de al lado está pensada para ser contemplada como Swinton y Moore ven en compañía películas que hablan de amor, de vida y de muerte; películas que hablan de ellas; películas que hablan de películas; películas que, lejos de contar simplemente historias, nos cuentan. Y ese acto de reconocimiento, decíamos, se antoja tan personal como compartido, tan entrañable e intransferible como social, de todos. «Su alma desfallecía poco a poco mientras escuchaba el sonido de la nieve que caía levemente sobre el universo y que, como el postrero descenso que a todos aguarda, levemente caía sobre los vivos y sobre los muertos», se lee en Dublineses. Y nieva, claro.

Director: Pedro Almodóvar. Intérpretes: Tilda Swinton, Julianne Moore, John Turturro, Alessandro Nivola, Juan Diego Botto. Duración: 106 minutos. Nacionalidad: España.

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