Arantxa Echevarria vuelve al argumento de ETA de la mano de una soberbia Carolina Yuste para poner el foco con atrevimiento y nervio en una forma más de violencia dentro de la violencia Leer Arantxa Echevarria vuelve al argumento de ETA de la mano de una soberbia Carolina Yuste para poner el foco con atrevimiento y nervio en una forma más de violencia dentro de la violencia Leer
Después de ‘Patria’, convertir a ETA y sus consecuencias en ficción se ha vuelto cada vez más complicado. Pese al empeño de nuestros políticos, la novela de Fernando Aramburu seguida de la serie de Aitor Gabilondo exhibieron y aún exhiben un cierto aire (además de aire cierto) de lectura definitiva. Y ello, pese a la profusión reciente de producciones sobre el asunto desde los ángulos más diversos: desde ‘Bajo el silencio’, del inasequible al desaliento Iñaki Arteta, a ‘El desafío: ETA’, de Hugo Stuven, pasando por ‘El instante decisivo’, de Teresa Latorre, o ‘La línea invisible’, de Mariano Barroso. Por todo ello, llama la atención y soprende tanto, siempre en el mejor de los sentidos, el atrevimiento de Arantxa Echevarria en La infiltrada. De repente, el terrorismo político es colocado al lado del otro terrorismo, el de género, con una solvencia y claridad tan arriesgada como brillante.
Basada en la historia real de Aranzazu Berradre Marín, seudónimo con el que se infiltró en la banda una policía nacional durante ocho años, la película narra no tanto su historia en el más amplio y épico de los sentidos, como su intrahistoria en la más angustiosa de las evidencias cotidianas. Es decir, ‘La infiltrada’ se detiene en la desesperación y la soledad diarias ante la posibilidad de ser descubierta. Y lo hace sin descuidar la otra ansiedad, la de verse y reconocerse sola en un mundo de hombres. Hombres eran la mayoría de los etarras, hombres eran la mayoría de los agentes y hombres eran la totalidad de los mandos, de un lado y del otro. Pero más allá de los números y estadísticas, importa la actitud, el esquema de pensamiento, el sistema en su acepción más difusa. Y eso solo era (y aún parece ser) ofensivamente patriarcal.
Es aquí donde quizá por primera vez se coloca una historia sobre ETA. Si se quiere estamos ante la contraimagen de ‘Lobo’, la película de Miguel Courtois de 2004 que también se entretenía en la vida de un ‘topo’. Eso o ante una nueva versión de ‘La muerte de Mikel’, el disruptivo y muy doloroso empeño de Imanol Uribe de 1983 por componer una fábula LGTBI en el muy masculino universo integrista. Pero todo eso queriendo.
En verdad, la directora de ‘Carmen y Lola’ y ‘Chinas’ vuelve a trabajar sobre uno de sus argumentos preferidos, la identidad. Y sobre él confecciona un ‘thriller‘ existencial, llamémoslo así, tan febril como provocador, tan tenso como sagaz y, a su manera, desconcertante. Con una Carolina Yuste de nuevo en perfecto dominio de cada registro –rota y perfectamente entera a la vez–, la película avanza confiada en su empeño permanente de exigir más, de querer más. El espectador es invitado a no dejarse llevar por el torrente inacabable de frases hechas sobre el asunto etarra para mirar del otro lado; ahí donde la ideología más brutal y el patriotismo más engolado se confunden hasta la misma y muy machista náusea. La provocación, en efecto, es esto.
Bien es cierto que tratándose como se trata de cine con vocación mayoritaria, ‘La infiltrada’ sucumbe por momentos a la exigencia de la rutina y su esfuerzo más loable de ofrecer cine de género sobre el mismo género se diluye por momentos en solo género. No sé si queda claro. Pero, sea como sea, género sobre género, el resultado queda a salvo merced, sobre todo, a su indisimulada y muy certera osadía. Definitivamente, hay vida más allá de ‘Patria’ y la visión de ETA en la pantalla vive un nuevo giro tan inesperado como, a su modo, evidente.
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Dirección: Arantxa Echevarria. Intérpretes: Carolina Yuste, Luis Tosar, Víctor Clavijo, Nausicaa Bonnín, Iñigo Gastesi. Duración: 118 minutos. Nacionalidad: España.
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