El hoyo 2: entre lo obvio, lo abstruso y lo simplemente fascinante (***)

La secuela ideada por Galder Gaztelu-Urrutia es un enigma dentro de una obviedad tan intrincado como evidente. Y siempre magnético Leer La secuela ideada por Galder Gaztelu-Urrutia es un enigma dentro de una obviedad tan intrincado como evidente. Y siempre magnético Leer  

Como dejó claro Poe en La carta robada, la mejor forma de esconder algo es dejarlo claramente a la vista. Nadie busca lo que todo el mundo encuentra. El hoyo 2 cree a pies juntillas en Poe en el más amplio de los sentidos. La fe en el autor de El cuervo del director Gaztelu-Urrutia es tal que la forma ideada para crear una secuela, que en verdad puede ser precuela sin descartar del todo que quizá todo no sea más que un sueño dentro del sueño de un sonámbulo, se mueve por la pantalla en dirección contraria al torrente que empuja su abigarrada prosa. Parece una metáfora, la más evidente de todas, sobre el capitalismo y, en realidad, es un acertijo dentro de un misterio envuelto en un enigma. Suena tremendo y desesperado y, en efecto, es desesperantemente tremendo.

En un principio, estamos en otro momento del mismo hoyo de antes. Recuerden. Cambia el reparto, el agujero es más vistoso y mejor producido, pero seguimos en el mismo (o uno muy parecido) pozo distribuido en 333 pisos por donde diariamente desciende una plataforma con comida. Los de arriba tienen que elegir (siempre es una elección) entre comer lo que necesitan o lo que les apetece. Si lo primero, hay para todos; si lo segundo, no. Por supuesto, se comportan como los seres humanos que son (y somos) y el desastre es… obvio. Ahora, eso sí, las cosas son más complejas. Una suerte de religión con sus soldados-sacerdotes se empeña en que la distribución sea justa, pero sus reglas son tan arbitrarias y sus castigos tan tremendos que no queda claro si la ley de la jungla de antes no era preferible a la supuesta «civilización» de ahora.

Digamos que una parte de la película discurre en el terreno de las proclamas (que también son metáforas) políticas y sociales evidentes. De nuevo, se habla del egoísmo y de la solidaridad, y del callejón sin salida al que casi siempre conduce uno, otro y los dos juntos. En este sentido, la visión de Gaztelu-Urrutia y sus guionistas Pedro Rivero, Egoitz Moreno y David Desola sigue siendo tan encendidamente ‘hobbesiana’ y tan evidentemente ‘goldingiana’ (por el autor de ‘El señor de las moscas’) como la de la primera entrega (Nota: no estaría mal que los cineastas se acercaran a Rutger Bregman y su refutación del pesimismo antropológico en ‘Dignos de ser humanos’). Sin embargo, esto es solo el principio.

La otra cara de esta segunda entrega tiene más de juego que de manifiesto, más de divertimento que de análisis social. Y es ahí, y ya duele ser tan frívolos, donde la nueva entrega se complica primero y despista después para finalmente entusiasmar. Gaztelu-Urrutia y su gente se plantea ‘El hoyo 2’ como un puzzle sembrado de adivinanzas (huevos de pascua, dicen ellos) en el que la línea temporal se rompe, los personajes que creíamos muertos vuelven a aparecer y la posibilidad de escapar del agujero es también el modo de resolver el enigma. ¿Este hoyo viene después del primero o antes? ¿Acaso hay dos hoyos que discurren en paralelo? ¿Qué significan los niños que compiten entre ellos por llegar a la cima de la pirámide? ¿No era una de las normas que en el hoyo no entraban menores? ¿Quiénes son en verdad los organizadores de todo: politólogos en paro, cineastas desocupados, lectores de Poe con mucho tiempo libre, reformadores sociales masoquistas o subsecretarios de Estado idiotas y crueles? ¿Por qué Goreng (Iván Massagué) vuelve a aparecer? ¿Dónde se conocieron Goreng y Perempuán (Milena Smit)? ¿Estamos soñando o es un sueño el que nos sueña a nosotros? ¿Hay solución a todo esto? Y si la hay, ¿para qué?

Decididamente, ‘El hoyo 2’ coloca al espectador ante la obligación de ver la película con papel, lápiz y dispuesto a usar el botón de pausa cuantas veces sea necesario para no entender nada. Y eso, lejos de ser un problema, es precisamente la gracia. Todo es tan evidente que, como en la carta de Poe, no hay forma de comprender ni una palabra. Todo es tan abstruso que, a poco que se mire con atención, resulta irritantemente obvio. Definitivamente, Gaztelu-Urrutia y su gente la han vuelto a liar. Una gozadera, que diría el poeta.

Dirección: Galder Gaztelu-Urrutia. Intérpretes: Milena Smit, Hovik Keuchkerian, Natalia Tena, Óscar Jaenada, Ken Appledorn. Duración: 99 minutos. Nacionalidad: España.

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