Nadie quiere esto: la rareza de una comedia romántica bien escrita que te salva el domingo

Kristen Bell y Adam Brody componen una historia de amor fotogénica, razonablemente compleja y consciente de sus límites. Disfrutable con certeza y, si acaso, un poco conformista. Leer Kristen Bell y Adam Brody componen una historia de amor fotogénica, razonablemente compleja y consciente de sus límites. Disfrutable con certeza y, si acaso, un poco conformista. Leer  

Las comedias románticas lo tienen muy difícil para ser nada más que eso. La mayoría, y la mayoría de las mejores, son solo comedias románticas. Hay pocas comedias románticas que realmente sean dramas, sátiras o tragedias. Y muchas de las que lo intentan se hunden bochornosamente. En la televisión tenemos terror elevado (Them), ciencia ficción filosófica (Westworld) y hasta un drama religioso (The Leftovers), pero no se me ocurre ahora ninguna comedia romántica que, blindajes activistas aparte (Smiley), sea más que eso.

Nadie quiere esto, recién estrenada en Netflix, ni siquiera lo intenta. Y ni falta que le hace. Es una serie simpática, adulta, bien escrita, decentemente interpretada y que no da gato por liebre. Comedia romántica pura en torno a una podcaster soltera y liberada y un rabino. Y sus respectivas familias. Pero no es la parentela el problema, sino la excusa que ponen Joanne (Kristen Bell) y Noah (Adam Brody), ambos en la cuarentena (de edad, no de Covid, no más series confinadas, por favor).

Él tiene un hermano (Timothy Simons, el Jonah de Veep) y ella una hermana (Justine Lupe, la Willa de Succession). Noah es judío y Joanne no. Ahí está el centro de gravedad de Nadie quiere esto. Pero tranquilos, que no estamos ante la temporada hebraica de Transparent (cómo fue aquello), sino ante una comedia romántica contemporánea bien planteada. Las diferencias entre Joanne y Noah son sobre todo pretextos que ambos utilizan como subterfugio.

Su problema es, bienvenidos al siglo XXI, la neurosis de la búsqueda de pareja moderna: en un mundo de infinitas opciones romántico-sexuales, ¿quién sabe exactamente qué quiere y en qué términos?

Si a algo ha tenido que adaptarse la comedia romántica en las últimas décadas es a la transformación radical del marco relacional de los seres humanos. Al menos en el mundo más civilizado, donde la no-heterosexualidad, los pactos de pareja o los infinitos modelos de familia se han naturalizado (casi) por completo. En Nadie quiere esto, el padre de Joanne ahora tiene un novio. Y la madre de Joanne no tiene ningún problema con ello. Pero sí tiene un problema: quien fuese su marido y sigue siendo padre de sus hijas se muestra con otra persona mucho más cariñoso de lo que jamás fue con ella. Y eso le jode. Y eso es un conflicto adulto.

En tiempos de comedias románticas efectivas pero absolutamente superficiales, Nadie quiere esto sabe ser a la vez tontorrona y madura. También sabe que para que una comedia romántica funcione, sus personajes tienen que ser atractivos. No necesariamente guapos canónicos, ojo, pero sí achuchables.

Y si además los interpretan estrellas carismáticas, mucho mejor. En esto último, Kristen Bell y Adam Brody fallan un poco. Son asépticamente guapos, pero carecen del encanto de los reyes clásicos del género: Julia Roberts, Sandra Bullock, Hugh Grant…

Y es que, como cualquier relación humana, Nadie quiere esto es imperfecta. Lastrada por el corto alcance de su premisa, esta serie, creada por Erin Foster, bien podría haberse quedado en una película. Pero entonces no podríamos dedicar la tarde entera del domingo a verla. Te la pones después de la siesta y cuando te la has terminado ya va siendo hora de cenar. Las comedias románticas también sirven para eso, y si son películas te tienes que poner dos. En ese aspecto, Nadie quiere esto hace evolucionar el género. Adapta lo de siempre (el placer de ver personas guapas y ficticias enamorándose) a lo de ahora: poner Netflix, darle al play y dejarse llevar.

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