La expresión de la prosperidad y de la paz en el arte es muy variada. Por poner un solo ejemplo, se podría recurrir a la pintura mural Alegoría del Buen y el Mal Gobierno, pintada a mediados del siglo XIV en el Palacio Comunal de Siena. En estas composiciones, los hermanos Pietro y Ambrogio Lorenzetti volcaron todo aquello que consideraban deseable en tiempos de paz: la justicia, la prosperidad económica y social, la armonía, la alegría reflejada en personajes que bailan… Todas estas cualidades se observan en esas pinturas en distintos ámbitos, ya sea en el gobierno, en la ciudad o en el campo. En este último escenario, los cultivos son abundantes, las cosechas dan alimento a todas las personas, los caminos parecen seguros para todos. Las plantas abastecen, las plantas son la consecuencia de la paz, proporcionan sustento, medicina, cobijo, belleza.
En un huerto, los niños aprenden a crear algo bello y a convivir, justo lo contrario que ocurre cuando hay una contienda: la fealdad se instaura como paisaje y los campos ya no producen frutos, infectados por máquinas construidas para destruir
La expresión de la prosperidad y de la paz en el arte es muy variada. Por poner un solo ejemplo, se podría recurrir a la pintura mural Alegoría del Buen y el Mal Gobierno, pintada a mediados del siglo XIV en el Palacio Comunal de Siena. En estas composiciones, los hermanos Pietro y Ambrogio Lorenzetti volcaron todo aquello que consideraban deseable en tiempos de paz: la justicia, la prosperidad económica y social, la armonía, la alegría reflejada en personajes que bailan… Todas estas cualidades se observan en esas pinturas en distintos ámbitos, ya sea en el gobierno, en la ciudad o en el campo. En este último escenario, los cultivos son abundantes, las cosechas dan alimento a todas las personas, los caminos parecen seguros para todos. Las plantas abastecen, las plantas son la consecuencia de la paz, proporcionan sustento, medicina, cobijo, belleza.
Por el contrario, los Lorenzetti también muestran en su pintura la alegoría del mal gobierno, en la que personajes malvados, oscuros, siniestros e incluso grotescos deciden el destino de las personas. La consecuencia no puede ser otra que la destrucción, la guerra, la enfermedad, la muerte. Todas las iras se originan con el mal gobierno, la prosperidad de los conciudadanos se esfuma, se persigue la supervivencia en tiempos adversos. La avaricia, las ansias de poder o la crueldad destruyen lo hermoso, y en esta ecuación las plantas no tienen lugar. Los árboles arden, los campos se secan y la vegetación se apaga de la mano de la oscuridad.
Este paradigma de la guerra y de la ausencia de las plantas es un tema recurrente en las artes, ya sea en la literatura, el cine o en estas creaciones pictóricas. Sin ir muy lejos, Francisco de Goya (1746-1828) describió magistralmente la desolación que trae la violencia y la guerra en El 3 de mayo en Madrid o Los fusilamientos (1814). En esta conmovedora obra, la ausencia por completo de plantas incrementa la angustia física y moral que acontece. El paisaje es lúgubre, no solo por la luz, sino también por la falta de árboles y de vegetación en general.

Esta devastación es la misma que se observa en las imágenes de guerra de cada día. Como consecuencia de las atrocidades, de los asesinatos y de la degradación más absoluta, la carencia de plantas son una muestra más de la barbarie. La destrucción entraña también la pérdida de los jardines, de las avenidas arboladas, de los campos de cultivo, de los pomares y olivares. La fealdad se instaura como paisaje, la desolación fluye viscosa y atrapa a los supervivientes. Los campos ya no producen fruto alguno, infectados por máquinas y artefactos construidos para destruir, nauseabundos, y osan acallar a la reina naturaleza y sus ritmos vitales. Lo yermo triunfa.
Como en la tabla del infierno de El Bosco en su Tríptico del Jardín de las delicias (1490-1500) —donde solamente algún árbol es capaz de permanecer en pie, seguramente que carbonizado incluso—, los paisajes de la guerra eliminan cualquier rastro vegetal, y los pocos que sobreviven lo hacen a duras penas.
El jardín, expresión máxima de la paz y de la prosperidad, tendrá que esperar para brotar de nuevo. Manos atentas ya no regarán las flores, brazos solícitos ya no recogerán los frutos. La consecuencia de los malos gobiernos y su aniquilación acallan el avance de las raíces bajo la tierra. Desde la escuela se enseña a los niños a compartir, a crear en sociedad, a pensar en los demás… Pero después todo esto se desvanece en algunos cuando son adultos, arruinando sus propias vidas miserables y las de los que tienen la desgracia de rodearles.

Una de las aulas más democráticas que existen, en la que el alumnado puede aprender las mejores cualidades, es el jardín, es el huerto. Allí se aprende a crear y a convivir, y se entenderá que la compasión por otras vidas, e incluso por otras formas de vida, es una cualidad básica de todo ser humano. Se verá entonces con los propios ojos cómo los colores de las telas se desvanecen bajo el sol, pero que las plantas crecerán más fuertes con sus rayos. Las plantas y su cultivo resumen la prosperidad y la paz que persigue cualquier persona. Que los jardines florezcan siempre.
Gente en EL PAÍS