Los mercados han descontado la consolidación del cese de las hostilidades, lo que se ha visto reflejado en el descenso del barril de Brent. Leer Los mercados han descontado la consolidación del cese de las hostilidades, lo que se ha visto reflejado en el descenso del barril de Brent. Leer
El alto el fuego entre Israel e Irán abre la puerta a un final a la guerra que durante semanas ha enfrentado a ambos estados. A priori, esto aleja el riesgo de que se produzca un conflicto prolongado y de alcance imprevisible. Este tendría un impacto muy negativo sobre la economía global en un escenario en el que convergen desequilibrios macro en un contexto general de debilidad económica, la persistencia del conflicto en Ucrania, una gran incertidumbre sobre cuál será el panorama arancelario definitivo y un contexto geopolítico en un proceso de radical mutación.
La confluencia de todos esos elementos configuraba y configura un panorama de alto riesgo en el supuesto de que la guerra continuase y escalase. Si bien la materialización de esta hipótesis parece alejarse, no cabe ser descartada en su totalidad. Por ello, es interesante analizar cuáles podrían ser las consecuencias económicas de una persistencia-agudización de la confrontación irano-israelí. Ello constituiría otro shock sobre la maltrecha economía mundial, que arrastra las secuelas de la recesión y la pandemia, y muestra dificultades para retornar a un crecimiento vigoroso.
De entrada, la primera amenaza sería la de una interrupción o el cierre del tráfico por el estrecho de Ormuz, por el que transita más del 20% del petróleo global y una porción significativa del gas natural licuado (GNL). Si Irán lo cerrase o lo hiciese inseguro para la navegación, la oferta global de crudo se reduciría y su precio se incrementaría. Las proyecciones más conservadoras estiman un coste del barril superior a los 100 dólares que podría llegar a los 120-130 dólares con un impacto muy negativo sobre la economía mundial.
Si las hostilidades escalasen, ello conduciría con casi toda seguridad a realizar ataques directos contra las refinerías, pozos de extracción y terminales de exportación tanto en Irán como en los estados del Golfo. A modo de ejemplo, una retirada de 5 millones de barriles diarios del mercado, que se consideraba una posibilidad real mermaría la capacidad excedentaria de la OPEP y no se podría compensar aquella. Por añadidura, la interrupción de las rutas marítimas y la necesidad de desviar buques de GNL de otras regiones impulsaría también al alza el precio del gas.
El efecto dominó de la inestabilidad-inseguridad en el Golfo se traduciría también en un encarecimiento de los seguros de transporte marítimo que se trasladaría al precio final de los productos. Las rutas más largas y peligrosas, la necesidad de desviar barcos y la ralentización de las operaciones en los puertos provocarían retrasos sustanciales en la entrega de bienes y de materias primas. Las fábricas que dependen de componentes importados se verían obligadas a reducir o detener su producción.
Los impactos descritos dependerían de la duración, de la intensidad y del alcance geográfico de la guerra. Por tanto, realizar una estimación de aquel es una tarea compleja y difícil. Los conflictos son dinámicos porque las variables políticas, militares, económicas y sociales pueden cambiar con una extraordinaria rapidez. Ahora bien, incluso, si el irano-israelí se mantuviese dentro de los límites por los que ha discurrido hasta ahora, sus efectos económicos y financieros no serían irrelevantes. El consenso anticipaba un precio del petróleo en torno a los 90 o 100 dólares el barril, un incremento de la inflación global de alrededor de entre 0,5 y 1,5 puntos y una disminución de entre 0,2 y 0,5 puntos de crecimiento del PIB mundial frente al previsto por la mayoría de los organismos internacionales.
La segunda conjetura sería la intensificación y extensión de las hostilidades. Esto no ha de sorprender a nadie. La evidencia empírica muestra que una acción limitada tiene serias probabilidades de salirse de control. Basta recordar la operación especial de Putin sobre Ucrania. En este caso, podría haber restricciones superiores a las descontadas a priori en el tráfico marítimo por el Mar Rojo y el estrecho de Ormuz, acciones quirúrgicas contra la infraestructura petrolera del Golfo y ataques de los socios de Irán, en especial, de los hutíes. Si se materializan esos supuestos, los precios del barril de Brent podrían escalar a los 120-130 dólares, la inflación global se incrementaría entre 1,5 y 3 puntos y el crecimiento del PIB global se reduciría entre 0,5 y 1,5 puntos, lo que llevaría a algunos estados o zonas, léase la Eurozona, a la recesión.
¿Es un simple ejercicio teórico o académico el realizado? No, porque los contrafactuales tienen un considerable valor en marcos inciertos. La experiencia muestra que en asuntos geopolíticos y militares nada ni nadie garantiza que los acontecimientos se desborden y es bastante fácil -o, al menos, no es imposible- que se cometan errores de cálculo. En cualquier caso, pensar en una kantiana paz perpetua o duradera entre la República Islámica de Irán e Israel es una predicción muy aventurada en tanto la lucha-eliminación del Estado Judío es una -por no decir, la- seña de identidad del régimen iraní y uno de los fundamentos básicos de su legitimidad tanto en su país como en el mundo musulmán. Dicho esto, la durabilidad del alto el fuego y la profundidad de un eventual acuerdo de paz serán cruciales para determinar la magnitud y la sostenibilidad de los efectos económicos positivos derivados de un fin de las hostilidades.
*Lorenzo Bernaldo de Quirós es presidente de Freemarket.
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