Hay hechos que hacen cambiar el transcurso de la historia de la humanidad. Como sucede con los cleavages en la política o los plot points en los relatos, son momentos en los que, a partir de un hecho concreto, se inicia una nueva etapa histórica. El escritor austríaco Stefan Zweig, sin querer ser exhaustivo, intentó recogerlos en su Momentos estelares de la humanidad (1927/1940). Todos recordamos, en el pasado más reciente, la caída del Muro de Berlín (1989) o el atentado de las Torres Gemelas (2001). Lo mismo sucedió con la invasión rusa a Ucrania (2022) o la incursión de Hamas en Israel (2023).
Hay hechos que hacen cambiar el transcurso de la historia de la humanidad. Como sucede con los cleavages en la política o los plot points en los relatos, son momentos en los que, a partir de un hecho concreto, se inicia una nueva etapa histórica. El escritor austríaco Stefan Zweig, sin querer ser exhaustivo, intentó recogerlos en su Momentos estelares de la humanidad (1927/1940). Todos recordamos, en el pasado más reciente, la caída del Muro de Berlín (1989) o el atentado de las Torres Gemelas (2001). Lo mismo sucedió con la invasión rusa a Ucrania (2022) o la incursión de Hamas en Israel (2023).Seguir leyendo…
Hay hechos que hacen cambiar el transcurso de la historia de la humanidad. Como sucede con los cleavages en la política o los plot points en los relatos, son momentos en los que, a partir de un hecho concreto, se inicia una nueva etapa histórica. El escritor austríaco Stefan Zweig, sin querer ser exhaustivo, intentó recogerlos en su Momentos estelares de la humanidad (1927/1940). Todos recordamos, en el pasado más reciente, la caída del Muro de Berlín (1989) o el atentado de las Torres Gemelas (2001). Lo mismo sucedió con la invasión rusa a Ucrania (2022) o la incursión de Hamas en Israel (2023).
El 19 de agosto de 1978, en Teherán, un grupo de cuatro estudiantes islamistas incendió al atardecer el cine Rex. Lo que para algunos iba a ser una entretenida noche de cine se convirtió en una película de terror vivida en primera persona. Su pecado mortal no era otro más que haber ido a ver la película Gavaznhā (1974), traducida en español como El ciervo, en la que el director iraní Masoud Kimiai relata una historia ambientada en su país pero con valores occidentales. Bloquear las puertas desde fuera e impedir la llegada de los bomberos provocó la muerte de 438 personas. Su director, que no estaba presente, tuvo que exiliarse a Alemania.
Ahora, en 2025, tenemos finalmente la oportunidad de ayudar a los iraníes a librarse de un régimen teocrático
Los escasos supervivientes fueron juzgados y ejecutados injustamente por el nuevo régimen, porque aquel fue el pistoletazo de salida de la Revolución Iraní, que concluyó el 11 de febrero de 1979 con el derrocamiento del sha Mohammad Pahleví, quien desde 1941 había emprendido una progresiva modernización de su país, consolidando una clase media musulmana. Aquel régimen democrático, a pesar de algunos rasgos autoritarios que asumió en 1950, tras las protestas de los clérigos radicales por reconocer a Israel, fue sustituido por un régimen teocrático con apoyo soviético. Uno de aquellos clérigos, el ayatolá Ruhollah Jomeiní, exiliado en el París que él mismo despreciaba por decadente, le sustituyó en el poder.
Desde entonces, el mítico Imperio Persa, reconvertido en un país integrista, se convirtió en la República Islámica de Irán. Toda disidencia fue eliminada, bien por la vía del asesinato o la ejecución, bien por la vía del exilio. A continuación, como todo régimen totalitario, desde el nazi al soviético, empezó a intentar exportar su ordenamiento a los países de la región, desestabilizando así Oriente Próximo y Oriente Medio. Inició una guerra contra su vecino Irak, al que no pudo vencer, por lo que optó por ordenar el asesinato del presidente de Egipto y, con el apoyo de un emirato del Golfo Pérsico, impulsó movimientos islamistas en el resto de la región, especialmente en la República Árabe Siria.

Terceros
Obviamente la clase media fue empobrecida, para lograr su control mediante subsidios, y concentró su riqueza petrolífera en una carrera armamentística de la que el colofón era obtener armamento atómico. Tales instalaciones fueron las que Estados Unidos acaba de destruir en su raid aéreo, operación que no sólo buscaba proteger a Israel sino a la propia Europa, por el alcance balístico de sus misiles, tanto hipersónicos como nucleares. Los asesinatos ordenados en territorios de la Unión Europea son una clara muestra de su voluntad de llevar la lucha a Occidente, considerado como el Gran Satán. El conflicto con Irán no es por tanto un nuevo frente de combate, sino una nueva guerra, en la que nos jugamos la supervivencia de la democracia.
Las incertidumbres que abre esta nueva guerra son muchas. Pero hay una sola certeza: si Occidente no reacciona, estará actuando con la misma indecisión del 10 de octubre de 1938, cuando Hitler invadió el norte de Checoslovaquia, apelando a que contestarle podía comportar males mayores. No estamos frente a un Trump radicalizado, sino frente a la antítesis de Édouard Daladier o a un Kennedy haciendo frente a la crisis de bahía de Cochinos (1961). En una democracia siempre hay líneas rojas: las que garantizan su supervivencia.
El mayor de los males llegó en 1978 y ahora, en 2025, tenemos finalmente la oportunidad de ayudar a los iraníes a librarse de un régimen teocrático del que, por la fortaleza de su fanatismo, han intentado librarse en vano en varias ocasiones. Los antiguos persas y los ciudadanos de los países de la región, con independencia de su religión, han visto cómo han desaparecido las democracias que surgieron tras el proceso de descolonización de Oriente Medio (1932-1971). Esta nueva guerra, odiosa como todas, sobre todo por las víctimas civiles, es la acción que debe devolver a esos países al punto de partida. Supone sin duda el reseteo de la región.
El punto de llegada no debería ser la destrucción per se de los países musulmanes. Sería un grave error. El objetivo es favorecer la creación de un concepto inculturado de democracia, en el que la soberanía, la participación, la representación, la alternancia, la transparencia, el pluralismo, las libertades o las igualdades se conjuguen con el Estado de derecho, la separación de poderes, las instituciones sólidas y el respeto a los derechos humanos. Ya saben que la democracia anglosajona tiene poco que ver con la ateniense. Pero tienen en común los elementos que les acabo de citar, sin los cuales no es posible hablar de democracia. Acabada la desactivación de la amenaza debería empezar la pacificación, la prosperidad, la concordia, para dar lugar a una democracia autóctona, culturalmente plural y secular.
Para ello debemos proporcionar las herramientas, no para implantar un euroislam, que sería una nueva forma de colonialismo, sino para recuperar la fálsafa, el método de pensamiento autóctono basado la iŷtihā, es decir, la hermenéutica de los textos sagrados. Interpretación frente a literalidad. Al-Kindi, Avicena, Averroes y Ibn Arabi demostraron que era y es posible, frente a la deriva posterior de Muhammad Iqbal o la actual de Tariq Ramadan. A partir de ahí decidirán ellos mismos si quieren restaurar el imperio o implantar una república, en ambos casos democráticamente inculturada. Si no lo hiciéramos, correríamos el riesgo de volver a ver la misma película que en el cine Rex de Teherán, pero pleno siglo XXI.
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