El primero de los dos conciertos de Dellafuente en el estadio Metropolitano de Madrid se ha celebrado como la culminación de la música urbana Leer El primero de los dos conciertos de Dellafuente en el estadio Metropolitano de Madrid se ha celebrado como la culminación de la música urbana Leer
No ha sido solo el triunfo de un artista, sino el de toda una generación. El primero de los dos conciertos de Dellafuente en el estadio Metropolitano de Madrid se ha celebrado como la culminación de la música urbana, el estilo sonoro que ha dado cohesión y que ha proporcionado un lenguaje propio a los que ahora son veinteañeros y que durante la última década ha evolucionado desde los márgenes hasta la popularidad masiva. Otros cantantes de la escena urbana han alcanzado un mayor éxito comercial y más proyección internacional como Rosalía, Quevedo, C. Tangana, Bad Gyal o Rels B, pero muy pocos artistas de su promoción han conseguido elevar sus canciones a la categoría transformadora de los himnos generacionales, esas letras que se llevan como una forma de estar en el mundo y que se cantan como manifiestos.
Y cómo se cantaban esta noche calurosa las canciones de Dellafuente desde el centro de la pista, donde estaba situado el escenario, hasta lo más alto de las gradas, subiendo como un estruendo que apagaba el propio sonido de la música y la voz del granadino. La masa convertida en una banda de marineros en alta mar, el espectáculo tan especial como este creador diferencial que acaba una etapa aquí. «De alguna forma esto es una despedida», ha anunciado al final al explicar que ya no se ve identificado en sus primeras canciones y que ahora se tomará «un descanso».
En el género urbano ha triunfado la música de fiesta, las canciones de diversión que sirven para escapar y que aportan un momento fugaz de alegría. Dellafuente ha tenido en su carrera varias canciones de ese tipo y algunas las ha cantado en este concierto memorable, pero el núcleo de su trabajo gira en torno a la verdad, la conciencia de clase trabajadora y el amor (hubo hasta una ‘kiss cam’ en ‘Romea y Julieto’). En esa lírica meditada con tendencia a la introspección e incluso la amargura se han visto reflejados durante años cientos de miles de chicos y de chicas de este país, que han encontrado en las canciones del cantante y productor la historia de sus vidas y una expresión de sus propios sentimientos. Cuando esta noche cantaban cada verso, uno detrás de otro y de otro, con camisetas, bufandas y banderas de su ídolo, mostraban hasta qué punto estas canciones contienen el código moral y muchos de los valores que definen una época y a un grupo social.
Dellafuente ha sido un artista que ha combinando estilos muy diversos, del rap y el trap a la música latina y del rock al flamenco, pero no se ha prodigado en directo (este año solo ofrece estos dos conciertos) y ha evitado de manera fanática el protagonismo (oculta su rostro tras gorra y gafas negras). El año pasado rompió un silencio de cinco años al conceder su primera entrevista a La Lectura, el suplemento cultural de EL MUNDO. «Tiene sentido hacer un concierto único para celebrar que seguimos vivos después de 10 años y que podemos hacer algo importante. Es un hito», decía entonces, cuando anunció una actuación en el Santiago Bernabéu. El campo del Real Madrid canceló después el concierto y han terminado siendo dos en el Metropolitano, donde se van a reunir unos 130.000 asistentes.
Esta noche, el elusivo y carismático Dellafuente ha sido generoso. Ha interpretado más de 30 canciones de toda su trayectoria y no han faltado los invitados: ha cantado Romero santocon Judeline, Fosforito con Lia Kali, Flores y Flores pa tu pelo con Pepe Y Vizio, dos de las canciones de su proyecto de rock Taifa Yallah (densas, oscuras, crudas en rojo sangre), Buenos genes con Rels B, Malicia con Amore, K alegría con Rvfv y Manos rotas con Morad, que fue un momento cumbre del concierto, dos ídolos generacionales en plenitud.
Desde un escenario con fuentes árabes y forma de estrella mudéjar, el ídolo andaluz ha dedicado especial atención a su último álbum, Torii yama, que ha repasado prácticamente entero. Pero también ha recuperado canciones de sus primeros años como Te amo sin límites, Dile y Al vacío, intensas y emocionantes, y sobre todo Consentía, que ahora justo cumple 10 años y que fue el gran final de la actuación, con el estadio iluminado como una estrella bajo el negro energético de la noche. También ha cantado 13/18 y A lo mejor (con Antonio Narváez como DJ), canciones de la década anterior en las que ya mostraba algunos de los temas que definirían su estilo: el orgullo de clase trabajadora, la humildad, la vida en un entorno hostil en el que no hay oportunidades ni ayudas a los desfavorecidos, la pureza y la fidelidad con uno mismo, así como un desprecio por el dinero, los bienes materiales y las apariencias. Todo ello sin caer en el panfleto: canciones que son vehículo de ideas y emociones, no de sermones.
Este espectáculo irrepetible de consagración llega solo seis días después de que Lola Índigo llenara el mismo estadio, un símbolo perfecto de cómo la música urbana ha sido asimilada por el pop y va camino de fagocitarla. Los dos conciertos de Dellafuente celebran el pasado y el presente de toda una generación, pero no está claro que anticipen su futuro. ¿Llenará Dellafuente estadios dentro de dos o tres años? Da igual la respuesta. Él siempre ha presumido de vivir en el momento y esta noche sus canciones coreadas por una masa palpitante parecían surgir del centro del universo.
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