Llega el momento. La puerta de entrada de casa se cierra por última vez, para siempre. Es la despedida del hogar que ha acogido a esa familia durante los últimos años. Ahora ponen rumbo a una nueva ciudad, a un nuevo lugar de residencia. Cuando se entra en una casa por primera vez, todo es distinto: el interruptor del baño está en el lado contrario, la mesa del salón es más grande, el molesto edificio que estaba enfrente de la anterior cocina ha desaparecido para siempre. Quizás se goce de más espacio para colocar los libros, con rutilantes estanterías a estrenar, ansiosas por albergar más y más volúmenes. Pero estas no serán las únicas hojas que esperan para rellenar el espacio. Ahí aguardan también las hojas de las plantas.
Un cambio de hogar exige también una limpieza de flores y vegetales. Algunas se regalan o se tiran, pero otras viajan con la familia y habrá que tener en cuenta la iluminación, la altura y las características del nuevo barrio para encontrar su ubicación ideal
Llega el momento. La puerta de entrada de casa se cierra por última vez, para siempre. Es la despedida del hogar que ha acogido a esa familia durante los últimos años. Ahora ponen rumbo a una nueva ciudad, a un nuevo lugar de residencia. Cuando se entra en una casa por primera vez, todo es distinto: el interruptor del baño está en el lado contrario, la mesa del salón es más grande, el molesto edificio que estaba enfrente de la anterior cocina ha desaparecido para siempre. Quizás se goce de más espacio para colocar los libros, con rutilantes estanterías a estrenar, ansiosas por albergar más y más volúmenes. Pero estas no serán las únicas hojas que esperan para rellenar el espacio. Ahí aguardan también las hojas de las plantas.
Algunas de ellas se habrán quedado por el camino. Como en cualquier mudanza que se precie, el cambio de casa es un momento perfecto para soltar lastre, también con las plantas. Unas pocas han sido regaladas a amigos y familiares, aquellas otras a la amable vecina que regaba en verano las calas y las petunias por las vacaciones de los propietarios. Esa begonia nunca terminó de gustarle a su hija, y el cactus y sus feroces espinas siempre miraban de reojo las piernas de cualquiera que pasara a por el cubo y la fregona de la terraza. En un plis plas, todos cambian de casa, y las plantas se olvidan de las caras de sus desagradecidos dueños que acaban de regalarlas, eso sí, seleccionando muy bien a las personas que iban a adoptarlas.
Pero, ¿y qué hay de las plantas que sí que se han mudado con la familia? Porque esta es una historia de readaptación, no solo para la parte humana, sino también para la parte vegetal del clan. Si los primeros han de hacerse con el novedoso barrio y saber dónde han de acudir para comprar el mejor pan y el café más barato, las plantas han de reaprender a sobrevivir en las nuevas habitaciones y, con suerte, en la nueva terraza. Para las plantas, este cambio también supone un estrés. Puede que hayan pasado de recibir el sol de primera hora de la mañana a que les llegue al mediodía, con el consiguiente aumento de la radiación. Eso puede beneficiarlas y potenciar un crecimiento más rápido y salvaje. Pero, ¡ay de aquel ficus que tenía un lugar de excepción al mismo pie de la ventana del comedor! En la actualidad tiene que gestionar una iluminación algo más baja, ya que su maceta está tres metros apartada de la ventana. Sus hojas más bajas comienzan a amarillear y a caer, para ceder su energía a las hojas más altas, que son las que tienen acceso a mayor cantidad de luz. La planta ha de reequilibrarse y adaptarse.
¿Y qué hay de los sitios donde ahora se pueden colocar plantas? Como en cualquier ajardinamiento, ya sea de exterior o de interior, primero hay que observar con paciencia el espacio y dejar pasar los días. De esta manera se es consciente de, primero, dónde hay espacio para colocar nuevas plantitas, y, segundo, de cómo funciona la luz en la flamante casa. Entonces será el momento de, incluso, comprar un taburete alto para posicionar alguna maceta en ese punto que recibe la luz del amanecer. Esa balda de la estantería es perfecta para colocar una planta colgante, así que se deja libre de libros. Al lado del sofá, una planta grande con ramas y hojazas va a dar el contrapunto ideal al escritorio y a aportar frescura. Y tomar el café en la mesita será más alegre con una violeta africana allí, regalando su color.
Poco a poco, la casa se vuelve habitable, se recrean rutinas antiguas y se generan otras. Las plantas envuelven con su sonrisa oxigenadora a los habitantes de esas paredes, a quienes regalan su belleza, a quienes procuran alivio del estrés diario. El poto le susurra a la costilla de Adán, el aglaonema a la orquídea. Y esta le comenta a la pilea que no se preocupe, que deje atrás los nervios, que estos humanos van a cuidar de ella ahora que está recién llegada de la floristería. Así, ese microcosmos casero se vuelve habitable, cálido, cercano y hermoso, porque nuevos brotes nos hablan del futuro compartido, entre ellas y nosotros.
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